que resulta difícil no desear que se conviertan en realidad...
Lo despertó la habitual erección matutina. El glande enrojecido y sensible al roce de sus dedos daba fe de la noche anterior. Vagos recuerdos acudieron a su mente potenciando aquella erección.
Mientras se acariciaba, tomando su miembro con firmeza, más recuerdos lo abordaban.
Aumentando el ritmo con cada recuerdo, sintió su mano húmeda. Las ganas crecieron exponencialmente al percibir aquella humedad, hasta que finalmente estallaron mojando incluso las sábanas.
—Qué rico —murmuró mientras sentía las últimas contracciones de aquel delicioso orgasmo.
Vestirse esa mañana había resultado un pequeño problema. Sus muñecas evidenciaban las marcas de las sogas que ella había atado con fuerza.
—No habría imaginado que fuera de esa manera —pensaba, mientras conducía a su oficina.
Solo llegar y sentir su perfume por toda la recepción lo excitó.
—No voy a poder seguir trabajando con ella —farfulló, intentando controlar la erección que abultaba visiblemente su pantalón.
—Buenos días —saludó ella con picardía, observándolo con detenimiento, mientras se humedecía los labios con sutileza.
—Buenos días —respondió él intentando disimular su excitación—. ¿Cómo tenemos la agenda hoy? —ella lo siguió con la mirada hasta que se dejó caer con rapidez sobre el asiento.
—Apretada —él alzó la mirada un segundo, ella se paseaba de un lado a otro—. Pero solo hasta las nueve —remarcó lo último, dejando asomar sus intenciones.
—Entiendo —murmuró él, mientras sus ganas por ella se iban inflamando.
Reunión tras reunión, su día se fue tornando en una tortura. Ella lo provocaba, lo incitaba bajo la mesa de reuniones y eso lo trastornaba. Cada vez que sentía su voz y su aroma se la imaginaba vestida de encaje rojo ahí, en la sala de reuniones.
Metido en el privado de su oficina, liberó su pene momentáneamente de la ropa interior que lo aprisionaba. El tamaño y la potencia de su erección lo sorprendió. Tenía que adentrarse en ella ya mismo o sencillamente explotaría.
Salió rumbo a su oficina, pero no la encontró. La reunión había terminado e incluso la secretaria se había marchado.
—¿Dónde diablos estás? —se preguntaba mientras caminaba rumbo a la sala de reuniones.
Una luz tenue se escapaba por debajo de la puerta guiando sus pasos através del pasillo en penumbras. Una voz demandante, unos gemidos placenteros le impulsaban a abrir inmediatamente aquella puerta.
La escena casi lo desbordó. Verla atada de aquella manera a la mesa de reuniones, desnuda y amordazada, le provocó una punzada intensa en la entrepierna.
Esa noche no era dominante, era ella quien estaba siendo perversamente dominada.
Aquel hombre le azotaba los pechos y el abdomen una y otra vez, mientras empujaba en su interior con fuerza.
—Así, así… ¡aprieta! —le ordenaba, mientras ella gemía presa de la lujuria.
Creyó que se mantenía en silencio, pero nada más lejos de la realidad. Ver como aquel hombre la poseía con tal apasionamiento, le arrancaba sonidos guturales, que ni siquiera sabía, provenían de sí mismo. Sintió la tentación de llevarse la mano a la entrepierna, cuando vio como aquel hombre introducía un dildo llevando el ritmo de sus propias caderas, logrando una doble penetración casi perfecta; se mordió el labio inferior con fuerza y se contuvo. Si se tocaba, estallaría.
El hombre volteó un instante y sus miradas se cruzaron; sin dejar de moverse adelante y atrás, parecía inmutable ante la mirada de un tercero. Ella se percató de su presencia y una oleada de sentimientos encontrados mezclados con lujuria le recorrió desde la punta de los dedos de los pies, abriéndose paso por todo su cuerpo, lo que la hizo gemir un poco más fuerte sin poder evitarlo.
—Así que es él quien te vuelve loca, ¿verdad? —afirmó aumentando la fuerza de sus embestidas.
Ella asintió con la cabeza, incapaz de mentir en aquel momento. Jadeando intensamente cerró los ojos, rindiéndose al placer que le producía saber que él estaba allí y la observaba, la deseaba. El hombre aceleró el ritmo.
Sin poder evitarlo, él también emitió un gemido. Lo excitaba profundamente ver como aquel hombre la poseía así, de una manera tan instintiva y visceral, sin culpa, sin remordimiento.
—Nuestro amigo también quiere participar, nena —dijo esbozando una sonrisa perversa, mientras le desataba las muñecas y los tobillos que la mantenían sujeta a la mesa.
—Quítale la ropa.
Ella hizo lo que se le ordenaba y en nada él estuvo desnudo, con su miembro firme a punto de estallar; al menos era lo que él sentía.
Ella lo recorrió con la mirada de arriba abajo. En sus ojos brillaba la complacencia al ver la magnitud de su erección. Habría querido engullirlo, darle el placer y el alivio que tanto necesitaba, pero su amo no le había retirado la mordaza, ni le permitiría actuar por su cuenta, ella lo conocía bien.
—Vaya, tú sí que estás preparado —comentó el hombre, disimulando la impresión—. Ella te tiene a tope hoy, es muy propio de ella —comentó, observándolos, pensativo.
Sin esperar ningún tipo de orden, se abalanzó sobre ella. La alzó con firmeza, dejándola de nuevo en la mesa a merced de su boca. No paró de lamer, succionar y mordisquear aquel sexo delicioso, hasta que no sintió ese clímax que tanto le había gustado la noche anterior. Sus gemidos lo estimularon a tal punto, que por un momento pensó que su miembro sencillamente estallaría.
—Bien, eso estuvo muy bien —comentó el hombre, que se acercaba moviéndose despacio como un depredador al acecho a punto de saltar sobre su presa, dejando ver que estaba listo para poseer a su sumisa.
Sin saber por qué, se apartó dejándole el campo libre, a fin de cuentas, era él quien estaba allí de sujetavelas. Con destreza, aquel hombre la tomó por la cintura, la giró y dejó su cuerpo listo para ser invadido. Sin pensarlo demasiado, apoyada contra la mesa, la penetró por detrás. Una y otra vez entraba y salía, levantando la mano y dejándola caer sobre aquel trasero respingón y perfecto.
Ella gemía con medio rostro apoyado en la mesa, sin dejar de mirarlo; en sus ojos vio el deseo que tenía de sentirlo a él también.
—Así, así… ¡Aprieta! —le ordenó el hombre haciéndola chocar con fuerza contra sus caderas.
Ella intentaba reprimir los gemidos, pero no podía; se sentía subyugada entre aquellas manos que la sujetaban con tanta destreza. Él sentía el ardor de poseerla creciendo en su interior; quería hundirse en ella con fuerza.
—Ven aquí —le llamó el hombre, mientras se acomodaba penetrándola por completo una última vez. Al sentirle, ella se mordió los labios con fuerza.
Con una sonrisa perversa asomándose en aquel rostro tan varonil, le entregó un pequeño dispositivo en forma de mariposa, casi echo a la medida del clítoris de aquella mujer.
—Esto te va a gustar —le dijo susurrándole al oído, mientras acariciaba sus pechos pellizcando sus pezones, descendiendo con lentitud, acariciando sus piernas.
Ella se estremeció, se sentía colmada y expectante a la vez.
—ahora vamos a prepararle algo apetitoso a nuestro amigo, nena —dijo el hombre, rozando su sexo y su clítoris con dos dedos, excitándola más.
Ella asintió deseosa, quería sentirle, quería compartir su lujuria y su deseo con él.
El hombre pasó un brazo por debajo de ella, sosteniéndole por la cintura; ella apenas rozaba el suelo con la punta de los dedos.
—Abre las piernas —le ordenó y en un solo movimiento de balanceo, se giró apoyándose en la mesa, sosteniendo sus piernas con los brazos, apoyándola sobre su pecho, dejándola completamente abierta y expuesta.
Verla así, con las piernas abiertas, tan mojada y excitada le hizo perder la razón por completo.
Se acercó con el juguete en la mano sin dejar de mirarla con intensidad, mientras activaba y paraba la vibración una y otra vez, mostrando sus intenciones.
—¡Ven a por ella!... ¡Ahora! —ordenó el hombre preso también de una incontrolable excitación.
Perdido entre sus instintos, se abalanzó.
Un gemido a trío rompió el silencio. Él se movía intensamente dentro de ella, sintiendo cada vez más la presión y el roce de aquellos músculos que se cerraban una y otra vez a su alrededor; el hombre gruñía por el intenso placer que estaba experimentando por el roce de aquel trasero prieto sobre su miembro, cada vez que el vaivén hacía que sus cuerpos se acercasen.
—Así… falta muy poco, nos vas a hacer explotar a ambos —dijo el hombre con voz ronca.
—Yo también lo deseo, mejor dicho lo necesito —pensó él sin dejar de entrar y salir.
—Así, muévete así —le indicaba el hombre entre jadeos y gruñidos.
Él, deseoso como estaba de aferrarse a ella, puso el vibrador activo sobre su clítoris y comenzó a empujar cada vez más rápido, más fuerte. Le tomó el rostro con ambas manos y la besó con devoción.
Ella gemía, se estremecía enloquecida, mientras él la embestía rozando su miembro con aquel punto que la encendía. Él seguía besándola, acariciando sus pechos, acallando sus gemidos.
—¡Sí!.. ¡Así!... ¡Más fuerte! —ordenaba el hombre entre jadeos.
En la última embestida, sintió como ella lo halaba a su interior, en medio de un clímax compartido. Los tres gemían de placer, disfrutando la cumbre de aquel orgasmo y aquel mar que fluía de ella, como si quisiera sofocar una llama inagotable.
Vestido, ahora menos turbado por la ausencia de aquella necesidad apremiante de poseerla , comprendió que ella sería más que una socia de negocios, era una socia de pasión y placer. Ambos tenían una sociedad, que de ahora en adelante sería difícil de romper.
Una voz que le llamaba insistente, le sacó de su aturdimiento.
Abrió los ojos despacio y alzó la cabeza. Se sentía entumecido.
—¿Había estado soñando una vez más? —se preguntaba mientras la veía al otro lado del escritorio, tan perfecta y atractiva como siempre.
—Será mejor que descanses, tómate unos días, ¿vale? Puedo cubrirte sin problema —sugirió ella, algo preocupada.
—tranquila, solo es que llevo días trabajando hasta tarde.
—Lo sé, por eso es que te lo digo. Trabajar a ese ritmo va a destrozarte el cuerpo y la mente —comentó ella, preocupada por el aspecto que él le ofrecía—. Ahora me marcho, quedé con mi marido esta noche. Procura irte a casa.
—sí, ve tranquila.
Ella asintió y se despidió con un gesto de la mano, dejando la oficina impregnada con aquel aroma tan femenino y a él con los pantalones empapados.
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