Y eso no era un día como otros. Hoy le dolía más de lo normal, más de lo que uno pueda aguantar o tenga la fuerza para hacerlo. Era más parecido a un robusto finito cayendo en sus rodillas frente a los fríos inviernosos. El alma se le rompía en pedazitos y la parte más triste que no había nadie para colocarlos en el lugar correcto, por eso se quedaban distribuidos en cada esquina del cuarto.
Se permanecía tranquilo pero dentro pasaban cinco terremotos fatales y en cada nervio de cabeza pasaba un camión lleno de vidrio, y en cada curva se rompían millones de ellos. Y cada pieza de ello hacia más daño porque cortaba la piel y después se la sangraba sin parar. Y estas heridas son las peores porque nunca se curen sino se hacen más grandes. Es la regla. Y las reglas son para seguir.
Ni una sola persona que le pueda entender ni escuchar o, por lo menos, se sentía así. Por lo tanto, se quedaba en silencio esperando a que llegue un momento adecuado para poder dejar todo lo que se quedaba acumulándose en el pecho. La única cosa que quería era limpiar su cuerpo de los vidrios rotos y traer la paz en la tierra de los terremotos .
Le preguntaba por qué no se mudaba... Y se quedaba mirándoles a todos como si fueran del otro mundo. Señores, el cuerpo no es un lugar para dejar, con eso nace uno y a veces se hace su propia prisión. Decía que quería parar las catástrofes naturales que se cruzaban por su tierra de casi dos metros de altura pero pocos sabían que sea un terremoto sí mismo. Y los terremotos no son para parar. Son para cuidar, tranquilizar, aprender a manejarlos...
Pero incluso los mejores manejadores de terremotos a veces se quedan cansándose. Ten miedo cuando eso pase por que significa uno, una carrera de los camiones llenos de vidrios. Hasta que aparezca un manejador de terremotos de vuelta para salvarte de tus propios venenos...