Many times, when I hear references to the darkness that supposedly characterized that fascinating historical period that has come to be called the Middle Ages, I cannot help but think that it was precisely in that era when the beauty of chromaticism was displayed in most temples, which, comparatively and metaphorically speaking, attracted the faithful in the same way as the little house of candy and chocolate with which the witches, according to the Grinn Brothers, attracted the children in the story of ‘Hansel and Gretel’.
It is true, on the other hand, that there are not many examples of this, especially because, in times past, when much of the spirit of light that animated medieval artisans was lost, another type of rain, more censorious, ascetic and misogynistic, to put it in some way, was stripping them of this added beauty, managing to make an eclipse of pessimism fall on the joy of their primitive aesthetics.
An aesthetic, which was added to the characteristics of a stone, which, in the case of the quarries of Ávila, was characterized because its raw material, the berroque, contained large ferruginous veins, which also gave it a pronounced bloody color, very particular, making the buildings have, of course, a very special charisma.
Muchas veces, cuando escucho referencias sobre las oscuridades, que, supuestamente, caracterizaban a ese fascinante periodo histórico que ha pasado a ser denominado como la Edad Media, no puedo, sino pensar que fue, precisamente, en esa época, cuando la belleza del cromatismo hizo gala en la mayoría de unos templos, que, comparativa y metafóricamente hablando, atraían a los fieles de igual manera que la casita de caramelo y chocolate con la que las brujas, según los Hermanos Grinn, atraían a los niños en el cuento de ‘Hansel y Gretel’.
Cierto es, por otra parte, que no quedan demasiados ejemplos de ello, sobre todo, porque, en tiempos pretéritos, perdida buena parte de ese espíritu de luz que animaba a los artesanos medievales, otro tipo de lluvia, más censora, ascética y misógena, por decirlo de alguna manera, los fue despojando de esa belleza añadida, consiguiendo hacer que un eclipse de pesimismo se abatiera sobre la alegría de su primitiva estética.
Una estética, que se añadía a las características de una piedra, que, en el caso de las canteras de Ávila, se caracterizaba porque su materia prima, el berroque, contenía grandes vetas ferruginosas, que la dotaban, además, de un pronunciado color sanguino, muy particular, haciendo que los edificios tuvieran, desde luego, un carisma muy especial.
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