Ambair. Un cuento de las cumbres azules, en las montañas andinas. CAPÍTULO II.
De pronto, Bernabé se puso de pie y dando unos pasos con su diestra en alto y voz altisonante, dijo:
-¡Audio! Audio Montiel aquí estoy muchacho, ¿Acaso no me ves? ¡Tengo más de una hora esperándote!-
Se aproximó entonces el joven viajero de ojos negros y pelo rizado, que apenas había descendido del transporte público. El muchacho dejó caer al piso su maleta de cuero marrón y abrazó a Bernabé Mora.
-¡Tío, Tío Bernabé! ¡Qué emoción verte de nuevo!- A lo que respondió Bernabé –Sobrino, la última vez que nos encontramos eras un niño y ahora estás convertido en hombre; pero cuéntame, mientras vamos a mi iglesia “Virgen de La Montaña” y allá en la casa parroquial esperaremos la hora del almuerzo y para que Usted descanse un poco ¿Pero qué ha sido de tu vida en estos años y la universidad y tus clases? ¿Y mi hermana cómo sigue de sus achaques y la cofradía de Las Devotas de La Virgen María…?.
Transcurrieron dos días en La Cumbre y el sábado cuando el reloj del campanario de la iglesia Virgen de La Montaña anunciaba las dos de la tarde, en el atrio del templo, Audio Montiel estaba dedicado a la tarea de ayudar a su tío Bernabé, con los arreglos del “baptisterio” y otros acomodos para los actos litúrgicos del próximo domingo: la misa dominical en la mañana, cuatro bautizos; pero además esa tarde como todos los sábados había Catecismo. Doctrina enseñada por dos muchachas catequistas de la parroquia eclesiástica. En tal sentido, el Catecismo es la doctrina cristiana preparatoria que no puede faltar para “La Primera Comunión”.
En ese momento, en que Audio continuaba con su improvisado oficio de sacristán se escucharon unos pasos presurosos sobre los pulidos adoquines de la iglesia. Un rítmico taconeo por la nave central y en el aire el suave efluvio del perfume de mujer.
Dos adolescentes, muy bien acicaladas y con discreto maquillaje sobre sus rostros, caminaban presurosas hacia donde estaban Audio Montiel y Bernabé Mora. Aquellas chicas, eran las hermanas Ambair y Anaís. De las dos donceles, Ambair tenía menos edad, diez y ocho años, de: figura esbelta y ojos expresivos de aguamarina, cabello como el trigo cayendo sobre sus hombros níveos y su cintura ceñida por la blanca blusa que contrastaba con el color azul de su falda; ella tenía el aspecto de una colegiala.
En cuanto a Anaís, era dos años mayor que Ambair y de mayor estatura, silueta delgada, cabellos áureos, rostro de piel nacarada donde destacaban sus preciosos ojos grises.
Sin embargo, Anaís siempre fue muy tímida y no tomaba decisiones en casos de apremio. Por consiguiente Ambair, aunque era su hermana menor, continuamente, figuraba como su consejera, la promotora de juegos y guía de sus travesuras de niñas.
Ambair y Anais eran hijas de la maestra Doña Doralisa Mora, como así las conocían los pobladores en la aldea de La Cumbre. Porque Doralisa fue abnegada educadora y predicadora de la religión cristiana; pero el reuma la había apartado de la profesión magisterial.
Y cuando sus dos hijas llegaron a la pubertad, tal como lo señala la tradición, asumieron la tarea que la madre había ocupado por años. ¡Ser Maestras! Para educar a los niños de La Cumbre, como una misión de vida y también para obtener el sustento diario.
-¡Padre Bernabé! ¡Padrecito! ¡Oh Dios mío! ¡Por la Santísima Virgen de la Montaña! Hemos llegado retardadas, estamos apenadas con Usted-
Quien así hablaba era Ambair. Entonces, Bernabé dejó sobre el mesón del “sagrario” la “casulla” que usaba para las misas y luego escuchó con atención a la catequista.
-No hay ningún problema Ambair, dediquémonos a nuestras tareas de esta tarde-
Fue la única respuesta del sacerdote Bernabé y continuó con sus labores. Así mismo, Audio que limpiaba ahora “La Pila Bautismal”, abandonó sus quehaceres para observar a las recién llegadas y caminó hacia las dos muchachas. Se quedó extasiado contemplando a Ambair; aunque ella hasta ese momento se hacía la indiferente, como si no lo había percibido la presencia de Audio.
En aquel momento, Audio siguió caminando lentamente y tras unos pasos más se incorporó al grupo y, al instante intervino en la conversación:
-¿Quiénes son estos hermosos querubines? ¿Es acaso qué han descendido del Cielo para ayudarnos?-
Ambair volvió su mirada hacia Audio y extendiendo su mano derecha al sobrino del Padre Bernabé, dijo con su voz sensual:
-¡Soy Ambair Mora!- Así que Audio, mirándolo los ojos aguamarina de Ambair no respondió. Por lo que ella insistió.
-Yo soy Ambair y ella es mi hermana Anaís, las dos somos catequistas de La Parroquia y además, las maestras de La Cumbre. ¿Satisfecha tu curiosidad jovencito? ¿Pero tú quién eres y a qué has venido al templo? ¡No me digas que eres el nuevo monaguillo! Porque yo no te conozco-
-¡Hermana por favor¡ El muchacho no parece un “rapavelas” del Padrecito Bernabé ¡Por favor! Déjalo articular palabra; el pobre hasta parece un “sute” asustado-
Fue Anaís, quien así se interpuso para mitigar el interrogatorio que su hermana Ambair hacía al desconcertado Audio.
-Tienes razón, no soy ayudante de la iglesia-
Atinó a decir Audio, -Déjame explicarte preciosa niña, mi nombre es Audio Montiel y soy marinero. Estoy aquí de vacaciones y permaneceré unos días con mi tío Bernabé-
-¡Asombroso! De manera que el padrecito es tu tío- Respondió Ambair.
-¡Que sorpresa! ¿Entonces, no eres quien va a usar el “turíbulo” en las misas? Dime marinero…-
-No Ambair, mi sobrino Audio no es el “turiferario” de la iglesia, él está de visita en mi parroquia aprovechando sus vacaciones escolares-
Así, intervino el cura Bernabé Mora, para que concluyera aquella entrevista cargada de interpelaciones hacia Audio Montiel. Y de seguidas, con un gesto de sus manos invitó a los tres jóvenes, para que lo siguieran al salón adyacente a la capilla. Advirtiendo a las catequistas y al mismo Audio, que había retraso en las actividades religiosas de ese sábado.
-¡Muchachos por favor! Lamento romper con esta cháchara; pero estamos retrasados ¡Vamos muchachos! Los niños están en el aula esperando el Catecismo ¿Andamos?-
Al mismo tiempo, con un paño amarillo entre sus manos el sacerdote limpiaba un “cáliz”. De esa manera, conversando los cuatro, caminaron hacia el salón de clases del templo cristiano…
Transcurrió el catecismo de esa tarde, como todos los sábados; pero algo había cambiado en La Cumbre. Porque esta vez, un mozalbete llamado Audio Montiel, permaneció sentado en uno de los escaños de aquella ermita; esperando la finalización de la doctrina que Ambair y Anaís impartían a los niños de la parroquia.
Aquel interludio, lo aprovechó Audio para leer salmos de La Biblia que le había prestado el Padre Bernabé y luego de dos horas, ahí lo encontraron Ambair y Anaís; cuando las hermanas se disponían regresar a su casa. En cuanto Audio las vio, fue hasta ellas y las interceptó bajo el pretexto que a esa hora, él también se marchaba de la iglesia. Audio en aquel segundo encuentro de ese día, les dijo:
-Es mi obligación proteger a ¡Los Serafines del Cielo!, Debo acompañarlas a su casa-
Y se colocó al lado de las jóvenes:
-¿Tú otra vez marinero? ¡Así, que nos estabas esperando!-
Fue la respuesta de Ambair y por su parte, Anaís agregó:
-Eres un marinero agradable; pero apareces en todas partes. Está bien, aceptamos que nos acompañes Audio Montiel-
Ese atardecer, Audio acompañó a las dos hermanas hasta su domicilio; una casita que estaba ubicada casi en los alrededores del poblado de La Cumbre. Continuará…