Vivir es algo serio y complicado, cuando pretendemos transcurra por línea recta y con ataduras a ambos lados, que nos impidan salir del riel seleccionado por nosotros mismos o por aquellos que mayor influencia ejercen en nuestra cotidianidad. Se crece bajo la presión de la rectitud y bajo el compromiso de llegar a ser personas de bien y ejemplo para todos. Eso no está mal, siempre y cuando no choque con nuestra estabilidad emocional y vaya contra los proyectos de vida.
Pero, ¡ojo! No con esto, digo que hay que vivir la vida loca. No, no, no. De ninguna manera, porque esto lleva al fracaso también. Y entonces dirán ustedes: ¿Qué es lo que ésta querrá decir? Pues bien, sin ser filósofa, pretendo acercarme lo más que pueda hacia una definición de vida que vaya más allá de una mera definición y se convierta en un plan de acción que nos permita transitar cada espacio, cada momento, sin la respiración contenida, sin sobresaltos, con brillo en los ojos, con una sonrisa en los labios (así sea una mueca), con la mano extendida para ayudar al otro, con la disposición para actuar en el momento que cuerpo y mente lo exijan, no apegándose a la zona de confort; recorriendo caminos, mirando en rededor, apreciando las bellezas naturales y culturales.
Parece complicado caminar por la vida tranquila, pero sin pausa. A esta edad que Dios me ha permitido llegar, tengo la certeza que he intentado hacer las cosas bien, pero no he alcanzado la excelencia. Mi plataforma de vida todavía necesita de elementos que le den mayor estabilidad e iluminación. Todos creemos tener la verdad, pero al fin de cuentas es una verdad a media, porque ha sido construida desde nuestra posición, desde nuestra óptica, desde nuestra experiencia; y esos factores no aseguran la construcción de la verdad absoluta. En consecuencia, es posible que tengamos hasta cuartos de verdades, por lo que nos queda camino por recorrer, para llegar a medias verdades; porque la otra mitad está en manos de nuestros semejantes, que también recorren caminos por estos mundos de Dios.
Creo que para construir esa otra parte que nos hace falta para vivir sino a plenitud, en comodidad con nosotros mismos y con el otro con quien compartimos espacio y tiempo; es necesario que observemos e imitemos a los niños con sus ocurrencias, creaciones, travesuras y transgresiones de la norma. Observándolos he apreciado cuanta sabiduría hemos perdido en ese serio proceso de crecer y hacernos adultos.
Es necesario que de nuevo reafirme que no me refiero a andar por el mundo, alterando la vida de los semejantes, haciéndose necio, molestando porque he decido vivir. Es necesario resaltar que en este espacio terrenal estoy yo y los otros, por lo tanto nunca se debe actuar solo por beneficio propio, porque de ser así dejaríamos de ser persona, nos convertiríamos en un problema más para la comunidad.
Es posible reaprender a vivir combinando múltiples factores que permitan amalgamarlos y esculpir nuestra existencia, sacándolo de esa línea delgada e inflexible por donde nos enseñaron a transitar, y a la cual nos acostumbramos; no sin sentir que algo nos estaba incomodando, aprisionando, conteniendo la respiración, obligándonos a mirar solo al frente, bajando los párpados con frecuencia, acelerando el paso porque las obligaciones lo exigen, a no mirar, escuchar y contemplar las bellezas de la naturaleza y del hombre mismo. En fin crecemos y nos automatizamos. Hacemos clichés expresiones que marcan nuestro hacer y pensar: “!Qué fastidio!, ¡Estoy harta!, ¡Qué necia es la gente!, ¡La vida es un problema!, ¿Por qué tuvo que pasarme a mí, ¿Por qué a mí? ” Cuantas preguntas, cuantas afirmaciones que le dan un sabor amargo a la existencia; sin darnos cuenta que las respuestas están al frente, a los lados o a la vuelta de la esquina. Y es que Dios pone el obstáculo y también la solución (por meter al Supremo en esta diatriba). En cada caso hay algo que puede ayudarnos a salir del atolladero y en esta oportunidad les invito a fijar la atención en los niños.
Viendo en rededor, conviviendo con los niños, en mi experiencia como madre y educadora; puedo asegurarles que en los niños he conseguido respuestas importantes, corregido ciertas afirmaciones tóxicas, y en especial he reaprendido a ver con ojos de sorpresas, aquellas pequeñas cosas que antes pasaban inadvertidas. Por ejemplo una nube tapando el sol y no ocurrírseme pensar que la muy osada estaba negándonos el derecho a disfrutar de la luz del astro rey (Uno de mis sobrinietos al invitarle durante un viaje a ver el amanecer se disgustó porque las nubes se habían robado al sol). O abandonar un sitio silencioso porque el ruido de la nevera aturde, abandonar una práctica de beisbol porque la pelota no llega y el sol está muy fuerte, o utilizar una palabra soez para insultar a una señora de origen asiática a quien creyó que regañaba a la amiguita y solo llamaba en su idioma. Decir que la abuela duerme tranquila en una caja rodeada de velas y no se puede hacer ruido para no despertarla es respeto por el otro, exigir la presencia física del padre fallecido, porque tenerlo invisible a su lado (como se le decía cuando preguntaba por él) no le permitía abrazarlo y que le pinchara el rostro con los pelos nacientes de su barba. Pedir un abrazo, porque una pasada de mano por la cabeza, no es caliño (Exigencia de manifestaciones de amor). Preguntarle a una persona que le amputaron una pierna, por el otro piacho, es deseo de indagar lo que ve. Decir: “tanto que mi quere y tanto que mi piga” es tener la certeza de ser libre para manifestar la no aceptación al maltrato físico. Y así tantos ejemplos, envueltos unos en malcriadez, que le dicen al yo adulto: “epa, estás equivocado, así no son las cosas”
En consecuencia, la vida te brinda las herramientas para que abras los ojos y te des cuenta que tienes mucho por hacer, hasta llegar a afirmar como lo hizo el escritor chileno Pablo Neruda “Confieso que he vivido”, los niños son partes de esas herramientas, de ellos debemos reaprender a ser espontáneos (sin herir susceptibilidades), a brindar verdaderas manifestaciones de amor, a resolver las diferencias conversando y no a través del maltrato, a escribir poemas con los espectáculos que nos brinda la naturaleza, a simplificar el concepto de la muerte, a respetar el sueño de los demás, así éste sea el sueño eterno, a saber que el contacto físico cuenta más que las palabras, que la mentira siempre es descubierta, que hay silencios que atormentan. En fin, que la vida es vida por esos momentos de alegría que debemos construir y eternizar.
¡Un abrazo para humanizarnos!
Abramos los brazos y reconciliemos con la vida, seamos desprendidos con los demás, contemplemos cada detalle en el cielo azul o gris, en el horizonte despejado o nublado, disfrutemos de la brisa fría de la mañana, apreciemos la nube que oculta el sol, o aquella que se retira para que tu mirada se pierda en la inmensidad del infinito, o vuelve tu mirada a ese espacio físico que habitas y da gracias por tener donde resguardarte. Finalmente quiero reafirmar que la vida transcurre entre momentos dulces y amargos, pero siempre imperan los primeros y para que eso sea una verdad completa, hay que reaprender cada día a vivir plenamente.
Reaprendiendo a vivir plenamente amiga, gracias
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