Recuerdo que de pequeña solía pasar mucho tiempo analizando la barrera, sobrevolándola, tratando de encontrar un pequeño vacío o punto en su perímetro que me permitiese ver más allá de ella. Siempre tuve esa curiosidad de saber, ¿qué hay del otro lado?. Lo único que podía hace era imaginar que habría. Algunos libros de historia que leí eran bastante reveladores e interesantes, relataban cosas como cuerpos de agua, llamados mares y océanos, tan grandes que ocupaban más espacio que el propio reino, lo cual no me hacía sentido en el momento, y por mucho tiempo pensé que no era más que otro libro de ficción de debería considerar leerle a Hiro. No fue sino hasta que en un viaje en el que mi padre me llevo al país de Ceres que pude percibir un olor preponderante que jamás había experimentado, era muy dominante y prominente en el ambiente; era sal, y fue ahí que pude darme cuenta, fuera de los límites de la barrera debía estar cerca alguna costa, el mar, el río debía desembocar ahí, entonces, todo lo que había leído era cierto, era real, eso fue lo que por mucho tiempo me dio esperanzas de algún día poder ver lo que yacía más allá de este mágico domo.
Lo dicho por Roner me mantuvo despierta toda la noche, ni siquiera pude ir a visitar a Hiro. Me cuestione si decirle a Fausto o no, desde que admitió que solo sería mí consejero, esto es algo que le sería pertinente, sin embargo, el coraje no me lo permite, esta clase de situación con el domo no se había presentado desde hace muchos años. Cuando mi madre aún se encontraba con nosotros. Afortunadamente, Roner me informo que un grupo de curanderos en Ceres había logrado amalgamar la grieta con magia antes de que esta fuese percatada por los habitantes y se convirtiese en una situación mayor que se saliese de las manos de todos, no obstante, de todos modos debo pasar y verificar con mis propios ojos que todo esté bajo control, lo pongo como uno de los puntos críticos durante mi gira por los países, las tierras de los Feudales y la confederación.
El día de hoy hay mucho revuelo en el palacio debido a mi partida, los sirvientes suben y bajan las escaleras entrando y saliendo de mí habitación equipando varios de mis efectos personales en carruajes. Explicarle a Hiro sobre mi ausencia, la cual podría prolongarse por semanas, fue lo más difícil de todo, jamás estuve tanto tiempo apartado de él, así que cuento con la alimaña rosada para hacerle compañía. .
Detesto lo ajetreadas y multitudinarias que suelen ser esta clase de movilizaciones, tan tardadas y colosales, ya que también deben ir varios personales de mi sequito, entre los cuales estará Fausto, algunos de mi equipo de maquillaje, vestimenta y peinado, además de guardianes. ¿Por qué guardianes?, puedo defenderme sola, ¿y quién sería tan tonto como para tratar de buscar alguna riña conmigo?.
Sin darme cuenta ya se ha hecho mediodía y todo el traslado se ha convertido en una clase de circo. Pasadas unas pocas horas se me informa que todo está listo para partir, saco el anillo de mi padre, lo coloco en mí dedo y me retiro de mí alcoba. Al bajar las escaleras todo el miembro del personal del castillo se despide amablemente de mí, nunca había recibido más de un par de saludos o gestos con la mano, así que lo único que se me ocurre responder a cada uno es simplemente asentar con mi cabeza.
Saliendo del castillo al primero que veo es a Fausto, en una vestimento de color azul profundo que hace resaltar sus ojos color azul claro, es raro verlo fuera de su normal túnica arrugada de tonos oscuros y fúnebres, supongo que todos debemos vernos lo mejor posible para este evento, algo llama mi atención, en su cintura, porta su daga, trato de no prestarle mucha atención, pero. ¿Por qué razón traería un arma?, ¿hay algo de lo que quizá no he sido informada?. Camino hacia el carruaje y asiento también hacia Fausto, él me devuelve el mismo gesto y entro, al intentar entrar tras mío, sentenció.
- No quiero a nadie en esta carroza además de mí -digo tajante.
Sin molestarme en verle, por lo que no puedo observar su reacción, siento como se retira y cierra la puerta.
- ¿Qué estoy haciendo?, ¿por qué hice eso? -me recrimino.
El conductor atiza a los caballos y avanzamos, un par de carrozas se posicionan frente a la que me lleva mientras el resto de la caravana nos sigue
A medida que nos hacemos paso, durante el largo trayecto soy cautivada por la fascinante belleza del bosque, toda la variedad de árboles de diversos tamaños cuyo follaje está cambiando, de su natural verde intenso, a una variedad de colores avellanados, otros a un dorado amarillento, y unos pocos a un color rosáceo, el cambio típico por el avecinamiento del otoño. No muy lejos del limite del país se encuentra el tronco hueco de la secuoya ancestral, un incendio ocurrido hace casi dos décadas en las cercanías del lugar la dejo así, siendo el único bloqueo entre las arrasadoras flamas y el resto del bosque, me sorprende que, con el pasa de los años su madera sigue tratando e curarse y a pesar de su mal aspecto aún permanece de pie, vehemente, sin importar el atroz suceso que le provoco tanto daño.
Llegada la noche decidimos instalarnos en un pequeño campo al aire libre convenientemente cercano a un lago, estamos ya a pocos kilómetros de llegar a la confederación pero los caballos se encuentran exhaustos. Los guardias y sirvientes comienzan a alzar varias carpas de gran tamaño para pasar la noche y también la mía, me recuerdo lo estorbosamente ostentosa que era; está recubierta con una clase de tela, de color rosa pastel, que hace que el calor no se escape, con una extensa variación de colchones y muebles pequeños por doquier, una pequeña fogata en medio con una claraboya en el techo a través de la que se escapa el humo, además de estar sobrecargada de diferentes tipos de adornos que le dan un toque excesivo pero más idóneo y hogareño, como una mesa pequeña de cristal cerca a la fogata, algunos recuadros de fotos importantes, un biombo de madera tallada, un cofre y hasta un florero. ¿Un florero?, ¿para qué?. Doy un vistazo al pesado ambiente y me parece exorbitantemente exagerado, pero prefiero no decir nada, ya que después de todo el trabajo que han invertido me parece grosero echar por tierra el arduo esfuerzo que ha tomado montarlo, solo porque no me acostumbro a la incomodidad que toda esta opulencia me causa.
- Su majestad -oigo que alguien dice desde fuera.
- Pase -respondo.
Un hombre ya entrado en edad con pobladas cejas y denso bigote acompañado por una anciana con la que parece ser contemporáneo y un sirviente un par de años mayor que yo entran a la carpa.
- Mi reina -dice el anciano.
Tras ver que todos se encaminan hacia el fuego y que traen una bandeja con varios vegetales, una carne de pescado que parece ser salmón y varios utensilios de cocina me doy cuenta que deben ser los cocineros del viaje. ¿Me pregunto qué habrá comido el resto de mi sequito?, ¿debería seguir dirigiéndome a ellos como mi sequito?. El hombre corta habilidosamente las hortalizas para hacer una sopa y un aderezo con ellas, mientras la anciana le quita la piel al pescado y lo deshuesa con destreza, en menos de lo imaginado el lugar se encuentra impregnado por el aroma, en unos pocos minutos mi comida ya está exquisitamente preparada, me es servida y los ancianos y el sirviente se retiran.
- Un momento -les interrumpo, en su salida.
- Si, su majestad -responde la anciana.
¿Qué acabo de hacer?, mi mente se embolata con preguntas e interrogantes, hasta que logro formular la que quiero articularles.
- ¿Cómo se llaman? -digo, un poco titubeante.
Parecen sorprenderse por la inquisitiva pregunta, en lo que a mí me parece retrayéndose un poco tras la interrogante, un breve silencio se prolonga.
- Vito -responde el cocinero muy educado.
- Cerin -dice la anciana, un poco vacilante y dando una breve reverencia.
- Ferdynand -expresa el sirviente, un poco tajante a mi parecer, pero lo dejo pasar.
- Muchas gracias -les digo.
Asiento, ellos me devuelven el gesto y se retiran.
Como la sopa y con modestia el delicioso platillo, para no arruinar su refinada presentación, doy un par de bocados al exquisito salmón e inconscientemente recuerdo que esta es justo la comida favorita de Fausto, no puedo dejar de visitar y revivir ese instante que me ha dividido de él. No puedo continuar comiendo, pero tampoco puedo botar este platillo, ¿qué debería hacer? Me levanto, tomo el pequeño plato y camino hacia la cortina que da hacia afuera, me asomo minuciosa.
Todo mi cortejo está a una distancia un poco remota de mi carpa, reunidos alrededor de una fogata y por lo que escucho están recitando melódicas canciones a medida que bailan en círculos de las cálidas llamas, parecen divertirse y disfrutar de su compañía. Me camuflo con mi magia para evitar ser vista, al salir puedo escuchar la palpitante música, guitarra, laudes y pandereta al ritmo de las percusiones y los fluidos pasos de quienes bailan, es casi mágico lo que veo, nunca había visto a todas estas personas así, de este modo, libres, sin el tono monótono con el que hablan día a día, fuera de sus ropas cotidianas, exentos de las mil de normas conferidas dentro del castillo, por fin, inhibidos y vigorosos. Me pierdo en el fulgor del momento y mis ojos se topan con Ferdynand, quien está bailando apasionado, moviendo sus pies y caderas con una musicalidad magnética, por un momento, a pesar de no saber la naturaleza de esa danza, hubiese querido aceptar el reto y acercarme a él, pero desisto rápidamente.
Me retiro del tumulto de gente y busco alrededor. Cerca del lago veo una figura familiar, me acerco cautelosa. Detrás de unos árboles torcidos están unos caballos bebiendo agua del lago y ahí está Fausto.
- Viejo huraño -pienso.
Fausto voltea y mira precavido alrededor mientras alcanza su daga. ¿Habré hablado en voz alta?. Me quedo quieta sin mover un solo musculo, tras no ver nada lentamente aunque todavía atento vuelve a prestarle su atención a los caballos.
- Está tenso y en guardia, ¿qué debería hacer ahora? -me cuestiono.
Retrocedo un poco para fingir que vengo de la dirección de la multitud, hago desvanecer mi camuflaje y camino nerviosa de vuelta hacia Fausto. Él se asombra por mi presencia y me da una breve reverencia.
- Alteza -me dice.
No sé qué decir, así que solo le entrego la comida. Se sorprende por mi ofrecimiento, la toma con cierta duda y come modestamente mientras me quedo en silencio.
- Pensé le gustaba este platillo -argumenta.
- A ti te gusta más -alego.
Los caballos siguen bebiendo agua del lago, aletean con su cola, y algunas luciérnagas iluminan el lugar.
- Cerin y Vito son muy buenos cocineros -me apresuro a decir.
- Hablaste con ellos -induce.
- Si. Parecen buena gente -respondo-. También Ferdynand.
Las palabras corren escurridizas dentro de mi cabeza. ¿Por qué?, ¿Por qué me cuanta tan decirlo?. Me presiono a hablar.
- Lo siento. -regurgito finalmente.
Fausto luce impresionado por lo que he dicho, parece querer expresar algo, pero inesperadamente alguien se acerca.
- Señor Fausto, estamos esperando por usted -alguien dice.
Fausto se distrae por el anuncio, le veo mirar a todos lados disimulando buscarme, pero me he camuflado para no ser vista.
- Estaré con ustedes en un momento -dice
Deja el plato al lado y le veo caminar hacia donde se encuentra toda la muchedumbre reunida bailando.
- ¿Para qué le estarán esperando? -indago curiosa.
Al Fausto llegar, habla con un par de hombres quienes amablemente le proporcionan una fina caja alargada, la banda deja de tocar, la abre y saca una flauta plateada de un diseño muy interesante, todos esperan atentos y tras la tonada de Fausto una nueva estrofa comienza. Otro hombre se acerca con una pequeña lira y se acopla a la melodía.
Todos se reúnen y giran danzando en parejas haciendo círculos alrededor de la agrupación, noto al instante a Vito y Cerin bailar juntos. ¿Serán marido y mujer?. Súbitamente un pequeño grupo, eufóricos y arrebatados por el momento comienzan a dar largos saltos por encima de las llamas, espontáneos y sin una pizca de pavor alguno. Es como si nunca hubiese conocido a ninguna de estas personas, ni si quiera a Fausto.
">Ya de vuelta en mi carpa, la musicalidad y el dinamismo son totalmente inexistentes, una absoluta contrariedad a lo que se manifiesta más allá de acá, algo foráneo a aquello que presencié, solo se oye es el completo silencio y lo único que mora aquí son los sobresaturados mamotretos que colman todo el lugar. La llama en la fogata está casi muriendo, agito mi mano y la hago extinguirse. Me acerco a mi cama y me acuesto sin pensarlo mucho.
Al siguiente día, aun con mucha dificultad para separar los ojos, reúno la fuerza necesaria para atender a lo que oigo pasar afuera. ¿Qué es todo ese bullicio?, ¿qué habrá pasado?. Me asoma fuera y debo tallarme los ojos para poder asimilar lo que veo, es poco después del alba y ya la mayoría de las carpas y equipaje de todos está ya empacado, unos pocos hombres están guardando la última de ellas. Esto es una locura, ¿cuánto tiempo deben tener recogiendo todo?. Esta sorpresa me espabila, regreso a mi carpa, busco en el cofre un vestido, tomo uno de seda y terciopelo, con mangas sueltas y un escote muy pronunciado para mi gusto, pero es el más sencillo y cómodo para vestir en comparación, me cambio y coloco mi muda de ropa en el cofre.
- Alteza -alguien dice desde afuera.
Su voz no me es familiar. Me coloco el calzado a prisa y respondo.
- Pase.
Por estar detrás del biombo no puedo ver con claridad quien ha entrado, pero me intriga saber puesto que escucho un gran número de pisadas repiquetear una tras otra. ¿Quiénes serán? Salgo llena de incertidumbre, para mí sorpresa se trata de mi equipo de vestuario y maquillaje. Nunca había visto estas personas, no son los mismos.
">Un hombre bajo con pelo peinado y pulcro vestido con una bata de satín, acompañado de un grupo de cuatro mujeres vistiendo el mismo uniforme se acerca a mí.
l>Creo presenciar un poco de sarcasmo en el comentario.
- Solo hay que finalizar un par de toques -añade, el hombre.
Un par de mujeres se acercan al cofre y sacan una pieza que está bien envuelta en una tela, al sacarla se trata de un corsé traslucido del mismo color que del vestido, lo colocan alrededor de mi cintura y al apretar las tiras el pronunciado escote se disimula perfectamente. Al traer el material de maquillaje frunzo un poco el ceño, y antes de dar el primer pincelazo con el pigmento, instintivamente retrocedo.
- Mi reina -dice la mujer, extrañada.
- ¿Qué sucede? -pregunta el hombre, concernido.
Lucho por no parecer imprudente, por lo que busco las palabras indicadas para hacerme entender.
- Quiero. Lucir como yo misma.
El hombre refleja no haber captado mínimamente lo que he intentado expresar, la mujer, por el otro lado, observo cómo trata de comprender dentro de su cabeza lo que dicho, se acerca a él y creo oír cómo le convence para que le deje encargarse de mí. El hombrecillo se marcha del lugar con el resto de las asistentas, un poco disgustado al parecer. Ella cambia la paleta de colores que pretendía emplear por unos que se parecen más a mi tono natural de piel y procede a administrar el maquillaje.
Al terminar me observo en un pequeño espejo de mano y noto los breves retoques, parece evidente el que un ser humano estuviese debajo.
- Ahí es donde la ilusión reside -me sanciono.
La mujer recoge rauda todo el equipo para marcharse, al estar cerca de la salida la detengo.
- ¿Cómo te llamas? -le pregunto.
Por su lenguaje corporal me es fácil deducir que no esperaba recibir esta clase de interrogante, mucho menos por alguien como yo, o por mí, específicamente.
- Kora -me contesta, en una voz asertiva.
Asienta y se retira.
Al salir, todos comienzan a desmontar mi carpa, guardan todo el ajuar de cachivaches y lo empacan en distintas carrozas. De haber sabido que traerían tantos armatostes inservibles hubiese requerido mucho menos personas en este viaje. El firmamento empieza a aclararse y con esto la barrera mágica se hace más visible, y también la oscuridad que tras ella abunda. Toda la caravana se organiza y en poco tiempo nos encontramos en marcha hacia la confederación.
El camino llega un punto en que se vuelve imposible proseguir y debemos tomar un desvió por un largo puente que parece no poder resistir el paso de todas las pesadas carrozas, aun así, permanezco atenta en caso de algo inesperado suceder. Tras lograr que el último caballo terco y asustadizo pase del puente continuamos por un estrecho que da muy cerca del límite con la barrera. Debemos estar rodeando la confederación ahora.
Seguimos contiguos entre la maleza hasta llegar a un pequeño y angosto pasaje entre una arboleda rebosante de animales silvestres, ardillas de ojos azules con pelaje grisáceo que saltan habilidosas entre las ramas de los árboles, unas pocas serpientes guindan de ellas también, cubiertas en vividos e intensos colores que van desde el lavanda más arbitrario a una clase de azul iridiscente.
Lo que más cautiva mi atención es la enorme bardada de pájaros que sobrevuelan encima de nosotros, más de quinientas aves se mueven al ritmo de un compás que nadie más consiguen entender, como una clase de idioma que únicamente ellas dominan, fluctuando con gracia, al igual que la onda hecha en la superficie de un lago pacifico, avanzan en diferentes direcciones, aleteando oscilantes con sincronía absoluta, casi mecánica, ni un solo movimiento fuera de lugar, ni una sola ave perdida. Normalmente en esta época del año se les ve emigrar, todos, un ejército preciso, vistiendo el mismo uniforme, patas negras, pecho blanco, plumaje color terracota, picos amarrillos y una pequeña gema incrustada sobre sus diminutas cabezas. Y para acabar su ceremonioso ritual anual, con escueta elegancia se sumergen contra la barrera y desaparecen sin dejar rastro. Volverán ya el año siguiente.
Nunca he podido presenciar su regreso, hasta el día de hoy trato de indagar. ¿Qué les pasará del otro lado?, ¿es por ser mágicos que pueden sobrevivir a los efectos del hechizo?, pero la pregunta que ha prevalecido por más tiempo ha sido. ¿Qué me pasaría a mí de cruzar la barrera?, puesto que la gema que todos tienen en sus frentes, yo también lo poseo.