Entre nosotros no hay nadie que no haya pasado por el consultorio de un médico. Hemos visto cómo nos hacen rayos X, tomografías o resonancias, o acaso algún examen de laboratorio.
La medicina a la que estamos acostumbrados tiene un enfoque que podríamos calificar de mecanicista. Esto significa que vemos el cuerpo humano como una suma de partes que se ensamblan y se pueden estudiar por separado, y que, juntas, conforman una máquina que, bien aceitada y cuidada, puede funcionar armónicamente. Sin embargo, cuando una de esas partes se deteriora, enferma, o daña por completo, es necesario repararla, sustituirla, o incluso suprimirla.
A nadie le es ajeno este concepto.
El cuerpo en partes
Sin embargo muy recientemente en Occidente, y desde hace mucho más tiempo en Oriente, ha surgido otra lógica bajo la cual la medicina puede surtir efecto. La medicina vitalista. Este enfoque se relaciona con la idea de que cualquier cambio biológico se sustenta sobre la existencia de una sustancia inmaterial, que lo abarca todo, y que permite que exista la vida: lo que llamamos Qi, o energía.
De hecho, desde la unión misma de el óvulo y el espermatozoide, se observa un chispazo energético que puede ser incluso medido, y que funciona como una huella dactilar para cada uno de nosotros. La división de nuestras células, la comunicación entre éstas, la forma en la que se alimentan, e incluso cómo mantenemos nuestro calor corporal, se relaciona con una especie de energía siempre presente, que mantiene nuestras interacciones con el ambiente.
Y de hecho, estas mismas interacciones ocurren a través de la alimentación y la respiración (las formas en las que obtenemos energía para vivir), pero también estamos bajo el influjo de factores energéticos de la naturaleza: recibimos radiaciones cósmicas, muchas filtradas por la capa de ozono, y ondas que sí llegan como el espectro de luz visible, luz ultravioleta e infrarroja, y ondas electromagnéticas de todos los aparatos eléctricos que nos rodean hoy en día.
Constantemente, y de muchos modos, estamos en comunicación con nuestro ambiente, y por eso nuestro sistema inmunológico también debería incluir un modo de rechazar y mantener a raya todas estas influencias energéticas.
Allí es donde entra en juego la acupuntura, porque nuestro ser más sutil no es otra cosa que una interacción de energías (y cuando decimos energías no nos referimos a algo sobrenatural o metafísico, sino a energías medibles por la ciencia), y que estar sanos no depende solamente de los cuidados a los que estamos acostumbrados.
El ser humano es muy complejo, muy rico en interacciones que apenas estamos descubriendo.
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