Hay amores que te hacen cambiar de dirección, que te hacen saltar de un círculo vicioso a uno más tuyo y menos errático. Eso fue Miguel para mí: una oportunidad para hacerlo mejor... Más adelante. Tuvimos un noviazgo fugaz, aunque supe lo que era la eternidad a su lado. Fue una ocasión para sentirme querida, valorada y apreciada hasta en la fealdad, así como fue una oportunidad para entender qué quería, para qué no estaba lista y para aceptar que si habían dudas, quizás no era el camino apropiado. Él no merecía mi indecisión y yo merecía emprender un camino que me ayudara a encontrarme; en aquél entonces sólo tenía muchas caretas, miedos y fracasos sobre mi espalda, y a pesar de eso, siempre tuve la más grande intención de amarlo... Y lo hice. Lo hice a pesar de sus defectos, de su desconfianza y de los desacuerdos irremediables que tuvimos. Lo hice, porque al pasar el tiempo, sigo sintiendo amor (aunque de otra manera) y la más grande gratitud. Por mucho, mucho, mucho tiempo nuestra ruptura fue un motivo de sufrimiento, y sólo después de unos cuantos años, he entendido que fue lo mejor que nos pudo pasar. En mis recuerdos sólo están los mágicos momentos que construimos; los besos que inventábamos, su picardía que me derretía, los viajes que emprendimos y cada madrugada interminable que pasamos juntos. Fue un amor tan apasionado, tan profundo y tan lleno de sentido, que me atrevería a decir que nos conocíamos de antes: Nos teníamos que volver a encontrar. Desde ese momento no he vuelto a amar de la misma manera (¿habrá un amor igual a otro?), pero sé que voy estando lista para la faena y el milagro. Por fortuna, ya no me duele la separación de nuestros caminos. En su lugar, bendigo cada uno de sus pasos. Y de lo poco que escribí (porque todo se me arremolinaba adentro y evitaba hacerlo), sólo me quedó la certeza de que vi a Dios en sus ojos. ¡Siempre gracias por el amor que me diste, el amor que nos dimos!
CUANDO VI A DIOS EN SUS OJOS
Cuando vi a Dios en sus ojos
me supe a salvo de mis abismos.
Eran del color de la Tierra,
acariciaban como la bondad
y aguardaban la devoción de quien contempla lo amado.
Cuando vi a Dios en sus ojos
me supe querida aún cuando yo no me quería.
Su mirada apuntaba a mis virtudes,
a mis capacidades, a mis fortalezas,
mientras amasaba con paciencia
todas mis carencias y mis dudas
con un dejo de esperanza.
Cuando vi a Dios en sus ojos
lo observé armando el rompecabezas
de mis trozos.
Cada quiebre tenía una cura
y cada herida una lengua que dibujaba mariposas
sobre la sangre, el pus y mi carne viva.
Cuando vi a Dios en sus ojos
extendió sus manos cálidas a mi vientre.
Lo pobló de placer y brotó la vida.
Mis sueños revivían, despertaba mi alma,
y la tierra se hizo fértil para acunar
amapolas, trinitarias y cayenas.
Cuando vi a Dios en sus ojos
conocí el precio del amor.
“Un poquito de dolor”,
me decía,
casi arrullándome,
cuando volviera a mis predios
sin una mirada más que la mía
para poder reconstruirme.
Cuando vi a Dios en sus ojos
me supe desnuda, pequeña, vulnerable.
Un huracán de pensamientos,
Un volcán en el centro del pecho,
Un corazón que no sabía como anidar
en esa mirada, en ese otro corazón.
Supongo que era un pichón perdido y ciego
hasta que Dios lo miró.
Cuando vi a Dios en sus ojos
me enfrenté a mis tormentas,
a mis vicios,
a mi pecho cerrado.
Naufragué hasta encontrarme,
hasta quedarme en silencio.
Y lo volví a ver…
En el espejo de la laguna
cuando llegué a mi puerto.