Mejor sola que mal acompañada

in #amor7 years ago

Recibe la tarjeta de invitación. Frunce el ceño. Asiste a un matrimonio cada fin de semana. Son lindas las bodas, pero el tema se complica porque está sola.
No puede pedirle a su amigo Francisco que la acompañe nuevamente. Él quiere compartir con su nuevo novio. Llega a la iglesia. Lanza una rápida mirada alrededor. La banca de madera gigante y vacía, parece infinita.
“Estás sola”, se burla impertinente, la voz interna. Es el matrimonio de la prima Isabelita, se consuela. Siempre hay tíos y primos con quienes conversar, piensa esperanzada. Escucha la monótona voz del sacerdote en la lejanía. “Los declaro marido y mujer, puede besar a la novia”. Respira aliviada.

Entra al salón exquisitamente decorado. Escoltada por la chica de protocolo, llega a la mesa. Nota horrorizada que la han asignado en una llena de parejas que conversan y ríen. Su puesto tiene un cartel en letras doradas que dice: “Sin acompañante”.
“¿Andas sola?”, pregunta maliciosa Lolita, una odiosa prima segunda, mientras el marido se atraganta con el whisky. “No estoy con nadie en este momento”, responde de la manera más digna, haciendo énfasis en el “este momento”. Disimula pretendiendo disfrutar de la copa de champaña que recién le ha servido un atento mesonero. No le da la gana de hacer de su soltería “el tema”.
La mirada de apoyo de los hombres le devuelve la confianza. Espera sobrevivir. Después del brindis inicial opta por circular. Se acerca al grupo de tías, que junto a la abuela Matilde, la abrazan con alegría. Parecen sinceras. Baja la guardia. Les cuenta que recién comienza en un trabajo bien remunerado que le ha permitido comprar un apartamento y cambiar el carro.
“¡Sólo te falta el marido!", exclama la tía Perla. “¿Sin casarse?”, interrumpe la abuela, “Ay pobre", agrega la viejecilla. No tiene tiempo para responder, “¡y con lo partidazo que eres!”, exclama la tía Flora, “no te preocupes, pronto llegará", la consuela, palmeándole la espalda.
La conversación queda sellada con las palabras de Clotilde, la más fea de todas las primas:
“El ramo de Isabelita seguro es para ti. El año pasado agarré el de Mariela y me casé”, le hace un guiño cómplice al marido al otro lado del salón. La chica se pregunta si la habrá visto, el hombre es bizco.
Observa de un lado a otro. Necesita bailoteo y un copazo. La pista es su oportunidad. Comienza a zapatear sola hasta que el pequeño Pedro la invita a bailar. Toma las manitas del niño con cariño. Hacen piruetas por un largo rato. Increíblemente la está pasando bien.
Casi sin darse cuenta. Ha llegado el momento del ramo. Decide lucirse y pelear por él. Las copas tienen algo que ver. Entre jalones obtiene el preciado tesoro. Se eleva triunfal entre las demás solteras.
En la hora loca se une al tren. Sopla los pitos, brinca y salta. Después de una cantidad respetable de tragos, chequea el salón y nota las miradas alcoholizadas y las camisas pegadas al cuerpo, sudadas, de los esposos de sus primas. Se fija particularmente en el de los ojos torcidos y le da un ataque de risa.
Es el momento de agarrar la cartera y pedir un taxi. Altiva sale del salón, libre de angustia.
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