Paso todo el día con ganas de escribir y las ideas llegan por todos lados. De pronto, cuando tomo el lápiz y el papel, se nubla mi mente. Empiezo a pensar que no tengo las palabras y que lo que creía, era un espejismo, llegan las dudas y me detengo, me freno, se me hace espinoso.
¿Será así para todos? Me pregunto antes de plasmar la primera letra.
Supongo que los que escriben a diario tienen sus momentos de dudas antes de completar sus ideas. Supongo que luego de un buen café llega el primer garabato que termina con una hermosa poesía.
Comienzo a divagar entre mi laberinto de pensamientos y de pronto estoy entre paredes escritas por mis fantasías. Entre párrafos articulados por enanos en mi cabeza. Y continúo hasta el final, hasta ese lugar de placer que llega cuando ves que pudiste terminar lo que empezaste.
Ahora estoy aquí, esperando a que surjan las palabras para concluir. Y llegan de apoco, lentas como cuentagotas, suavemente como masaje que sale del alma, con la tranquilidad de una tormenta olvidada. Llegan de a una, sin apuro, sin desespero, sin irritar la cordura, pero con un toque de locura. Y así termina, así como comenzó, de la nada.