No había hecho reseñas de comida antes por acá.
¿De cuantas formas puedes empezar a contar la historia del dibujo de una casita?
Iré de atrás hacia adelante 😅
Para el año 2011, 21 de Abril, Jueves Santo, había llegado con un par de amigos a una convulsionada, apretada y muy acalorada Choroní, en el pueblo de Playa Grande, en plena antesala a las fiestas de San Juan que serían el domingo. Era mi primer viaje solo (o sea, sin nadie de mi familia cuidándome) y debo decir que el repicar de tambores era buena señal de que sería un viaje inolvidable.
Vale decir que, luego de preparar nuestra carpa en medio de la playa, fuimos los tres a buscar unas cuerdas para amarrar una hamaca que trajimos.
Entonces, en ese calor de los tambores, me ha sacado a bailar una mulata, de esas hermosas mulatas dignas hijas del litoral de mi país: un palmo más alta que yo, caderas prominentes, ojos grises y cabello rizado moviéndose al compás del tambor. No creo que en mi vida, haya bailado tambor con tanto ritmo, sabor y cadencia como aquella noche.
A la mañana siguiente, decidí dar un paseo por el pueblo. Iba a comprar unas cosas, mientras mis amigos limpiaban la carpa y pedían empanadas de desayuno, y vi en toda la esquina que da hacia el malecón de Playa Grande, una casita morada de tejado rojo. La recuerdo porque era la única casa en toda la cuadra con ese color tan bonito.
Y también la recuerdo porque era la casa en la que vivía aquella mulata que me bailó (porque creo que decir que "bailó conmigo", sería no hacerle justicia a su hermosa cadencia y su porte caribeño).
Me sonrió, me reconoció y me invitó un café, a la vista de la que creo, era su madre. Un café espresso, bien fuerte y bien cargado, delicioso. Me sentó muy bien.
Recordé aquella casita morada de tejado rojo, aquél café y aquél baile de tambor como una experiencia única en TODOS los sentidos (quédate con esta frase, por favor 😉).
Hace tiempo que tenía muchas ganas de ir a Cantina. Como le había insistido tantas veces a @gabriellalpez2, pues hoy 2 de Julio, dos días después de mi cumpleaños, finalmente pudimos ir.
Cantina es un restaurante cuya sede principal quedaba muy lejos de mi casa, literalmente al otro lado de Caracas. Eso fué así hasta que inauguraron una sede en el casco histórico de Caracas, en pleno centro. Ahora estaba a un bus de distancia. ¡Maravilloso!
He de decir que la experiencia desde que entras hasta que sales, es especialmente excelente, con énfasis en el especialmente. Según su chef y dueño de la marca: "Es una experiencia gastronómica muy parecida a la comida que comíamos de niños en la cantina del colegio, pero con un nivel superior".
Eso se nota desde que te reciben, con un menú en forma de tríptico. ¿Quién no ha hecho un tríptico en el colegio alguna vez?
Cuando pides tu orden, y mientras te preparan la comida, te dan una suerte de "mantel" en el que está impreso una ¿casa? 🤷🏼♂️ ¿o era la ventana de una cantina?, con unos creyones de cera para que des rienda suelta a tu creatividad (si quieres, claro 😋). Forma parte de la experiencia, como pude notar, que todos los comensales del sitio estaban haciendo exactamente lo mismo que haríamos nosotros minutos después: colorear.
Lo primero que pensé fue: ¡una casa en la playa! Y me vino el recuerdo de aquella mulata, aquella casa color morado y aquel baile.
Pedimos un combo de 4 slices con diferentes sabores y, ¡oh, Dios mío! ¡Estaban deliciosos! No hay palabras para describir la mezcla de sabores y aromas tan exquisita, evocando la época del colegio, cuando salíamos corriendo en el receso, a comprar cualquier cosa en la cantina.


Para no hacer spoiler de los sabores, solo diré que es como comer en la cantina de la escuela, pero con un poco más de nivel 😉.
De postre, no podíamos quedarnos con uno solo para compartir, así que decidimos pedir estas dos bellezas e intercambiar después.


Exquisiteces que se disfrutan diferente, con espectro de sabores ácidos, amargos, dulces, y texturas suaves, picosas, húmedas. En fín, un festival de sensaciones bailando en tu boca.
Para cerrar, como esas coincidencias de la vida que no se pueden pasar por alto, teníamos un poco de sueño, así que para animarnos, pedimos un espresso cada uno, cargado, caliente, muy fuerte, reforzando el recuerdo de esa invitación a bailar, a tomar café, a divertirme.
Y es que hasta el momento de pagar la cuenta lo hacen divertido, porque la traen dentro de una cartuchera de tela ¡cómo las del colegio! 😂, que viene además llena de caramelos deliciosos y una sorpresa: ¡stickers!
Sabores increíbles que evocan nostalgia, excelente atención y ambiente muy agradable. Definitivamente una experiencia única en TODOS los sentidos. Aunque han sido pocos los momentos únicos que he tenido en mi vida, sin duda creo que el haber venido acá a disfrutar de la comida, de la compañía muy especial y del ambiente es uno de ellos.
Cantina se ha convertido en «la otra mulata que me bailó».
Posdata: Háganse un favor y prueben el cheesecake de moras y queso azul. ¡Les va a encantar sin duda!
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Buenas fotos y buena reseña y un relato divertido de principio a fin, lo disfruté mucho