“Yo soy lo que este país ha hecho de mí”, gritaba un bolito meado y cagado (de los de a pata) fuera de un bar en el centro el otro día. Me quedé mirándolo con extrañeza, no por la profundidad de sus palabras sino por su nivel de conciencia y su real estado de intoxicación.
-Nos mantienen borrachos, es verdad, pero nos han hecho más despabilados.-
Aun en los estados mas etílicos ya no olvidamos el resentimiento, nos hicimos -a fuerza- venados desconfiados. La plaga del gorgojo no se fue del todo y seguimos enfermos pero alertas. En parte es su culpa, en una menor medida, ha sido la nuestra. ¿Por qué nos vale verga todo? ¿De dónde sacamos tanta paciencia? ¿Del guaro? ¿De la virgen de Suyapa? ¿De los pastores usureros?
Algunos pensadores locales dicen que es la nobleza de nuestra gente. Yo mas bien creo que es inocencia -aunque muchos pensemos que esa palabra no existe más por estos lados-. Quizás seamos el mismo “cagadero” que otros pueblos de la región. A quienes se les negó la oportunidad de formar una verdadera nación. Sí, en todas partes se sufre, hasta el país “más rico del mundo” paga las facturas en casa por sembrar el odio fuera de ella. Sí, estamos jodidos todos, pero acá se le pasó la mano al diablo. Aún así, sabiendo quiénes son los culpables y dónde viven, les perdonamos la vida y hasta les tendemos la mano. Nos vuelven a fallar y seguimos perdonando y seguimos dando la mano. Pero yo veo el cansancio llegando a tope. Lo veo en ese borrachito que me vino a recordar dónde estoy. Lo veo en la muchacha que me sirve el café. En la seño que me vende las tortillas. En mis amigos. Mi familia. Estamos todos cansados, caminando hacia un inevitable destino que no pinta muy bien.
Y me permito sentirme derrotada de vez en cuando, sobre todo en esta fecha. Sólo la persona que ha vivido en este país sabe la complejidad de pasar del pesimismo absoluto a la esperanza abrasadora en cuestión de días, de horas. Saber lidiar con esos cambios tan drásticos en el diario vivir, tarde o temprano te convierte o en un experto o en un alcoholico. Si al caso la inteligencia y el tiempo te lo permite, podes ser las dos cosas a la vez.
“Es la suma de un mar de tragedias”, susurran algunos. “Es una acumulación de crisis”, aseveran otros. “Estado fallido”. “Narco Estado”. Y todos definen y les da por hablar de política, eso es mejor que estar callados y deprimidos. Porque a pesar de tanta mierda no han podido quitarnos la capacidad de contar un chiste y reírnos con ganas, con todo el cuerpo. Aunque hayan mil temas más por resolver en casa. Que si el préstamo, que si el colegio, las medicinas, la comida. Lo que está en juego hoy es la vida misma.
La bola de cucarachas que tienen asaltado el poder está haciendo las lecturas incorrectas. Los años en que reinó el terror están por acabarse precisamente por eso, no pudieron quitarnos las ganas de seguir viviendo, por eso ya no pueden dormir tranquilos desde que volvieron a apuntar los fusiles al pueblo… y ahora salen desesperados en sus medios, montan shows desesperados. Conspiran abiertamente en los cafés fresas de las lomas, no conocen la vergüenza. Mandan a reprimir a estudiantes que hoy homenajeaban a Berta Cáceres. A la Berta que no han logrado ni podrán desaparecer. Se pelean las migajas como roedores salvajes, ahora que la noche es más oscura, pero no contaban con el camino alumbrado que nos dejó la guardiana de los ríos.
Como una ciudadana más de esta país de gente extraña, pero de corazón bueno, me permito a veces tirar la toalla y llorar por lo que se respira a diario. Cansa, este país cansa. En días que solo hace falta sentarse para ordenar las tragedias en orden alfabético, recordarlos, pasar lista cuando sudemos la resaca y tengamos por fin la panza llena. Seguimos sumergidos bajo tierra, pero de a poco vamos sacando las manos. Mañana serán los brazos, pasado mañana será todo el cuerpo, como lo auguró Alfonso Guillén y como nos enseñó Berta, la que no fue sólo ambientalista como la pintan algunos, sino una mujer política que nos mostró cómo se enfrenta al poder sin mayor arma que la dignidad y el amor por la vida. A romper ese conjuro de tragedia, miseria y barabarie. A rehusarnos a seguir siendo lo que ellos quisieron hacer de nosotros. A volver a creer, con toda la fuerza del sol y de los ríos, que algún día seremos finalmente libres.
Todavía es doloroso pensar y escribir sobre Berta. No me siento capaz de rendirle el homneja que merece. Me pasa igual cuando pienso e intento escribir sobre mi padre, un hombre bueno cuyo asesinato sigue impune, al igual que el 95% de los crímenes que se cometen en este país. El estado de orfandad es general pero la esperanza de alcanzar un día la justicia está más latente que nunca y a ella nos aferramos con la necedad del que quiere sobrevivir y doblarle la mano a la muerte.
Algún día encontraré las palabras para agradecerte, Berta. Por ahora cuentan más las acciones y ese precioso don de seguir siendo felices entre tanta muerte y dolor. Que no nos abandone nunca tu energía blanca, tu fuerza.
Excelente trabajo te felicito, saludos desde Venezuela