"Renuncio". Se levantó de un salto, descolgó el saco del respaldo de la silla y se lo colgó en el brazo, luego el bolso. Su compañero de oficina, sin levantar la vista de los papeles que estaba subrayando, balbuceó: "Bien por ti".
Cinco minutos más tarde estaba saliendo por la puerta giratoria del edificio como un torbellino. Mientras intentaba encontrar a tientas la otra manga del saco que pendulaba en su espalda, con la otra mano revoleaba la cartera pidiendo a gritos por un taxi. Un sobre envuelto en una cinta, detalle que suelen tener algunas invitaciones formales, salió despedido de la cartera, inadvertido.
Miraba hacia un lado y hacia otro de la avenida, confundida, se sentía poseída por una euforia que no tardaría en apoderarse de ella. De pronto explotó en una carcajada estrepitosa que la dobló por la mitad.
En el pequeño monoambiente de la calle Morgue al 1100 reinaba el taconeo del metálico segundero de un reloj de pared que ha estado en el suelo desde que llegó, hace un año y medio. Las pocas pertenencias de Ingrid estaban desparramadas sobre la moquette y sobre los muebles que estaban dispuestos en el único orden en que podían ocupar el espacio sin tocarse: un sillón cama a medio armar, o desarmar, una mesa redonda y dos sillas, pero solo una habilitada, la otra hacía las veces de guardarropas o, mas bien, de perchero.
Exactamente a las tres y diez se oyó el tintinear de unas llaves que cayeron al suelo, fueron levantadas, otra vez el temblor de los metales chocándose y volvieron a caerse dos veces más antes de que la puerta se abriera con la fuerza de una embestida, rebotó a los 90 grados contra la pared del pasillo y golpeó con fuerza la cara que iba entrando con desespero. La mujer se llevó las dos manos a la nariz, quejándose y desplegando un repertorio variado de maldiciones y juramentos. Pateó hacia adelante el manojo de llaves que volvió a caer y, sin mirar, cerró la puerta con el talón del pie.
Entró al baño encendiendo la luz mecánicamente, abrió el grifo y se lavó la cara. Dos gotitas de sangre se estrellaron sobre la pileta. "Mierda". Se miró en el diminuto espejo, evadiendo, de memoria, las manchas de humedad en el cristal, manchas que podría jurar que estaban creciendo. Una angosta línea roja salía de la nariz hacia la boca. Sonrió mostrándose los dientes, ahora también teñidos de rojo y con la mirada fija en ellos, con la atención que prestan los niños cuando hacen una pregunta fundamental, se dijo, modulando exageradamente: "Vas a ser millonaria".
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Excelente! Que lindo ver cada vez somos más!
Gracias Leo! Somos más y de los buenos!
Sabeeee! :) El sábado nos juntamos con @ffodie a ver unas cosas de trabajo si querés sumarte bienvenida!