El cerebro humano es una maravilla de la naturaleza. Contiene del orden de 85.000 millones de neuronas interconectadas por centenares de billones (con ‘b’) de sinapsis, cada una de las cuales podría contener miles de interruptores moleculares diferentes, haciéndola funcionar más como un microprocesador que como un simple interruptor on/off. La complejidad de las interconexiones y la especialización de las neuronas crea una infinidad de circuitos estructurales; la interacción entre sustancias químicas en el espacio sináptico multiplica esa complejidad y contribuye de modo decisivo a crear un órgano capaz de comprender el Universo (y a sí mismo). De hecho la sopa química que empapa las neuronas contiene un enorme número de sustancias que juegan un papel en la transmisión nerviosa. Algunas de esas sustancias, o sus parientes químicos, también están presentes en otros lugares de la naturaleza, como por ejemplo en algunas plantas; su consumo altera el funcionamiento del cerebro porque estas versiones externas interactúan con los receptores internos de las sinapsis. Llamamos a estas sustancias ‘drogas’, y tenemos una complicada relación con ellas. Algunas nos gustan porque los efectos que provocan en nuestra mente son placenteros, de modo que las buscamos y consumimos con denuedo. Al hacerlo alteramos, siquiera temporalmente, la química cerebral. Para quienes se oponen al consumo de estas sustancias por razones morales, religiosas o políticas el riesgo de causar daños irreversibles es demasiado alto. En referencia a una droga bastante común, como es el cannabis, un estudio del pasado año parecía darles la razón: su uso podría causar daños permanentes. Punto para los antidrogas. Pero el asunto, según un artículo recién publicado en PLoS, no es tan sencillo.
Cannabis-sativa
La publicación original analizaba los resultados de un estudio realizado a lo largo de 40 años en 3 países, siguiendo a 1.037 individuos consumidores de cannabis a los que se sometía a baterías de ensayos psicológicos antes y después de convertirse en consumidores habituales comparando los resultados. Los números indicaban al existencia de una correlación entre el consumo de marihuana y similares y el deterioro cognitivo. Esta correlación era especialmente marcada en los individuos que comenzaban en la adolescencia su consumo, lo que parecería indicar que los cerebros más jóvenes eran más sensibles a los efectos a largo plazo del cannabis. Un cerebro bañado en cannabinoides en su etapa final de crecimiento sería un cerebro con grandes posibilidades de resultar dañado más tarde. El hallazgo se publicó y extendió por la sociedad: las drogas, incluso las denominadas ‘blandas’ por sus efectos menos intensos, son malas para los jóvenes según la ciencia. Pero la ciencia es, ay, complicada. Y las conclusiones científicas nunca son totalmente definitivas.
El nuevo estudio revisa las cifras del primero, y alcanza una conclusión diferente: no que el consumo de cannabis sea inofensivo, sino que las estadísticas admiten una interpretación distinta. Al analizar los datos originales los científicos del primer estudio no tuvieron en cuenta algunos factores que podrían explicar la correlación observada de otra forma, en concreto, los efectos de las diferencias sociales en las perspectivas cognitivas a largo plazo. Si los individuos con menor rendimiento intelectual en la edad adulta resultaran pertenecer todos a clases sociales inferiores, en las que los niveles educativos también son más bajos, este factor por sí mismo podría explicar las diferencias. El mayor o menor consumo de marihuana a una u otra edad no sería la causa del relativo deterioro cognitivo. Los juegos con la química cerebral no serían culpables de rebajar la inteligencia.
Esto no significa, por supuesto, una demostración de que el cannabis sea inofensivo; simplemente que las conclusiones del primer estudio no están justificadas, porque se estaría confundiendo correlación con causación. El cerebro contiene cannabinoides propios, que es la razón de que éstos actúen: hay receptores que pueden ser excitados por la entrada de moléculas desde fuera. En este sentido estas sustancias son naturales; lo que no son naturales son los niveles que se pueden alcanzar por la aportación externa. Esto supone que estudiar los efectos concretos a largo plazo del consumo de estas drogas resulte complicado; mucho más cuando el asunto se ha convertido en un tema político y moral, con partidarios acérrimos, detractores absolutos, grandes inversiones sociales y enormes beneficiarios ilegales. En estas condiciones resultados parciales, incompletos o que pueden ser interpretados de otra forma (como casi siempre con las estadísticas) se convierten en propaganda. Y lo que sufre es la ciencia, porque seguimos sin conocer con precisión si el consumo de este tipo de sustancias causa o no problemas en el cerebro. Y los malos datos sólo pueden provocar malas decisiones sociales. Que parece ser en lo que estamos.
source: http://blog.rtve.es/retiario/2013/01/el-complicado-caso-de-la-marihuana-y-la-inteligencia.html
Hola, La mariguana es una plata también se utiliza muchísimo para uso medicinales. Claro hay de aquellos que la utilizar para consumir, es decir, un vicio produciendo daño a su salud. Saludo
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lo malo es abusar, tu lo as dicho,, yo me fumo un canutillo o 2 al dia y la verdad que daño ninguno segun los medicos estoy mas sano que un roble, pero bueno no suelo confiar mucho en los medicos jajaja.
saludos alberth