Muchos intelectuales y filósofos han argumentado que el interés propio, llamado también egoísmo, es lo que caracteriza al capitalismo. Hoy sabemos que esta visión no es del todo precisa. El capitalismo, libre mercado, libre comercio o economía liberal está basado en el mutualismo, es decir, en la reciprocidad; el intercambio comercial es un mutualismo típico, todos los que participantes ganan; es una actividad de suma “positiva” no suma “cero”. Pero hay otro mutualismo, uno en el que los participantes lo hacen sin esperar una recompensa determinada, es una generosidad que espera recibir “algo indefinido”, un altruismo en el que la compensación es incierta. Esta generosidad es la del emprendedor, del que crea, del que inventa, lo hace “esperando” ganar sin estar seguro de tener éxito. Dentro del marco institucional del mercado libre (propiedad privada, igualdad ante la ley, bolsa de valores, etc.) mutualismo y altruismo son cualidades inherentes, innatas del capitalismo.
De hecho, el intercambio comercial mejora el bienestar no solo de los dos participantes sino el de terceros, cuartos, quintos y de la sociedad en general. Yo, el lápiz (http://www.hacer.org/pdf/Lapiz.pdf) es un entretenido relato de Leonard Reed sobre cómo hay miles de individuos involucrados en la producción y comercialización de un lápiz, sin que sea su intención producir un lápiz. “Muchos de ellos nunca vieron uno y posiblemente ni supieran para que sirve”, dice Reed. Pero todos y cada uno de ellos se beneficia de la producción y comercialización del humilde lápiz.
El comercio crea riqueza, definida como la capacidad para satisfacer necesidades y deseos. El comercio mejora el bienestar social pero –y es un importante pero– es un intercambio entre bienes o servicios ya producidos. Porque quizás más importante es el emprendimiento. La creatividad, la inventiva, aumentan la riqueza porque generan nuevos bienes o servicios.
El emprendedor, el innovador, el inventor, el empresario con visión crean nuevos productos o servicios esperando recibir una incierta compensación. Mas es una esperanza que implica el riesgo de perder. La retribución no llega a realizarse a menos de que su innovación sea compensada por los clientes o consumidores. Consecuentemente, si quiere ser recompensado, el emprendedor tiene que servir a sus clientes y proveedores. Esta es la esencia del capitalismo: servir sin mirar a quién. No son el egoísmo o el autointerés, ni la mano invisible de Adam Smith la que está detrás del mercado libre, sino el altruismo o mutualismo con reciprocidad incierta.
El comercio se remonta a la prehistoria: europeos, etíopes, somalíes, árabes, persas, tártaros, rusos, indios, nativos latinoamericanos lo practicaron. Sin embargo, hasta 1820, aproximadamente, todos los países eran pobres, si usamos como criterio los índices de pobreza actuales. El progreso económico del Mundo Occidental da un salto espectacular con la Revolución Industrial: aparecen el motor a vapor, la electricidad, el motor de combustión interna. Hace unas décadas surge el computador, el Internet y todos sus derivados. Fueron las innovaciones tecnológicas las que dieron como resultado niveles de bienestar nunca vistos. Consecuencia de la aparición de bienes y servicios que no existían hace 200 años.
Hay un factor sumamente importante tanto para el inventor como para el comerciante: el financiamiento. El proyecto del innovador puede quedarse en idea si no existe cómo financiarlo. Una de las opciones de financiamiento es el crédito, pero para que exista crédito debe existir ahorro. Entre el inversionista que financia la innovación y el ahorrista hay un intermediario esencial, y ese es la banca y la bolsa de valores. Dos instituciones muy propias del capitalismo.
Las políticas económicas que busquen aumentar el bienestar de la población deben estar orientadas hacia un crecimiento orientado hacia afuera, caracterizado por un sector exportador vibrante, diversificado, competitivo e innovador. Los acuerdos (mal llamados) de libre comercio, a pesar de sus defectos, conducen a un ritmo de crecimiento más alto, más estable y más persistente a mediano y largo plazo. Lo es porque la integración robusta del aparato productivo y del capital humano con los mercados y procesos productivos internacionales facilita el aprendizaje y la difusión tecnológica mejorando así la eficiencia y propulsando el crecimiento de la productividad.
En conclusión, no es el egoísmo ni el interés propio lo que caracteriza al capitalismo. El mutualismo de los participantes en el intercambio comercial –que ambos, comprador y vendedor, esperan beneficiarse mutuamente-- y el altruismo de los emprendedores --que al introducir un nuevo producto o servicio esperan, al satisfacer las necesidades y deseos de los consumidores, lograr una compensación--, lo que en realidad define y caracteriza al capitalismo.
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