Aparejado con la institucionalidad que en los años '40 y '50 había en buena parte de los países de América Latina, de formar docentes de educación primaria y secundaria con alta calificación profesional, el generalizado hábito de calibrar el rendimiento académico de los alumnos de las correspondientes escuelas y liceos a través de los exámenes de desarrollo (redaccional) era visto como natural, como necesario, como ineludible. Los estudiantes eran sometidos -así- a responder unas preguntas que el profesor dictaba oralmente a ellos; de cara a que los muchachos honraran tales requerimientos a punta de escritos redactados en caliente. Aparte de las múltiples tensiones emocionales compenetradas con esos actos instruccionales, resultan simbólicos -hoy por hoy- asuntos como las enormes piezas de papel usadas para las respuestas, los lápices con punta afilada... También las mil formas que los chicos "inventaban" para burlar las férreas vigilancias que los maestros asumían en tan formales situaciones escolares.
Y decimos que tal uso de exámenes de desarrollo y que tal período histórico de institucionalidad y eficiencia en materia de formación docente, estuvieron muy vinculados, es porque el inmenso mérito que posee ese tipo de instrumento de evaluación académica de los alumnos (de facilitar las condiciones para que éstos organicen las ideas al calor de expresarlas con sentido lógico y con fidelidad a los temas propios de las asignaturas), solo es posible ser administrado por precisamente profesores de calidad integral. Sí; solo es posible por docentes que sepan redactar... que sepan armar discursos escritos con coherencia (honra a una lógica) y con consistencia (honra al saber correspondiente).
Ya en los años '70 ese modelo de evaluación entra en una etapa de descrédito y de violenta decadencia. Las nociones que se tenían de que esos exámenes estaban caracterizados por calamidades como el subjetivismo del docente a la hora de leerlos y valorarlos, las extremas situaciones de estrés a las cuales los estudiantes eran sometidos, y otros elementos, se impusieron de manera tal que su desaparición fue un hecho. Surgieron con inusitada fiebre, las curiosamente llamadas "pruebas objetivas". A las diferentes instituciones formadoras de docentes, llegaron a manera de lluvia, manuales para diseñar exámenes de "selección múltiple", de "verdadero y falso", de "completación", etc., etc. Si bien esto trajo consigo algunos avances en cuanto a mediciones cognitivas, también trajo consigo que los estudiantes dejaran de verse virtuosamente obligados a redactar... Con solo colocar unas equis en determinadas casillas, éste podría aprobar o reprobar.
Hay que decir a la luz de los días de hoy, que si bien -como lo hemos apuntado- han quedado atrás uno y otro modelo de evaluación escolar, las ideas de deber-ser en cuanto a la cosa andan en buena parte a la deriva. Lo que sí está claro es que en general los alumnos ¡y los profesores! presentan fallas significativas en cuanto a la redacción, siendo esto no un problema solo estético, sino cognitivo; gravemente cognitivo. Ocurre que el ser humano piensa (y siente) a punta de símbolos, de signos (siendo la palabra el más importante y versátil de todo ese mundo de lenguajes). Pensamos y sentimos con signos. Decía con extrema sabiduría el filósofo ruso (de principios del siglo XX), Valentín Voloshinov que si le quitamos al psiquismo, el lenguaje... pues allí en la cabeza solo quedarían las funciones biológicas, ¡nada más! Tomémosle el pulso, pues, a lo terrible que es voltear la cara y silbar ante el aciago proceso de minimizar las instancias formativas dirigidas a organizar y -mediante el lenguaje escrito- expresar las ideas (y las emociones).
A quien esto escribe le ha tocado ¡a nivel doctoral! propender a que los resultados de las investigaciones realizadas por los cursantes, sean expuestos por escrito en situaciones formales. Ello, como se advertirá, en plan evaluatorio. En algunas ocasiones el asunto fue visto con ojos laudatorios. En otros (no pocos), con actitud negativa. No me lo dijeron flagrantemente, pero sentí que me gritaban: ¡dinosaurio!
Surge, a final de cuentas, la gran pregunta... ¿No será necesario que reaparezca la tradición de los exámenes de desarrollo redaccional, a niveles de la segunda mitad de la la escuela primaria y de la escuela secundaria toda? Sin duda que si ello es reestablecido, surgirá entonces la heurística necesidad de afinar el proceso de enseñanza-aprendizaje en materia del uso del lenguaje, tanto a nivel del pregrado universitario como a nivel postgradual. ¡Que así sea!
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Dr. Alexander, no importa la calificación de "dinosaurio". Es importante evaluar conocimientos mediante la palabra escrita. Se incentiva al participante a reflexionar para comunicar sus ideas relacionadas con un deteminado tema. Por supuesto es necesario que la escuela forme para redactar de modo coherente.
Mil gracias por su opinión, @teresahg.
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