Hablar ante un público siempre ha sido algo difícil para mí. Incluso leer algo mío a mis amigos me resulta complicado, pero es algo que en cierto nivel disfruto hacer, así que estoy intentando vencer esos miedos.
Con esta idea, el año pasado asistí a un encuentro de poetas y esta pieza nació en mi cabeza mientras estaba sentado allí escuchando a los demás recitar... Sin embargo, aunque me ardía la garganta por levantarme y hablar, finalmente no me alcanzó el coraje.
Hablo, o me callo.
Supuesto estado binario de boca, cabeza y corazón abierto-cerrado, sin más, sin rangos o dominios.
Hablo, porque la muerte y el silencio desbastan las torres de lo que ha sido dicho, de lo que se está diciendo y de lo que aún está por decirse.
Y si me callo, callo y acallo.
Hablo, porque según dicen el mundo fue creado cuando una mujer cayó de un plano superior y los patos evitaron que se ahogara en nuestro reino acuático, y una tortuga hizo hogar para ella y nosotros, hijos suyos; y así se crea el mundo cada vez que cae una palabra desde mi cerebro, desplomándose hacia mi estómago, pero unos patos de aire la sostienen en mi garganta y una tortuga etérea hace hogar para ella entre las ondas, entre los oídos.
Y si callo las palabras harán salpicar mis jugos gástricos, que me quemarán los intestinos e incluso el abdomen en una apología de ceremonia de Seppukku con la hemorragia de mi verbo regándose por los pasillos mientras me arrastro en silencio.
Hablo porque estos muros no son de papel, ni las ventanas un papiro, ni las chispas en los cables de un micrófono tienen memoria para mi voz. Porque las únicas chispas que recuerdan, que guardan, son las chispas que mis palabras pueden o no encender en las cabezas ajenas, chispas que alimentan las tormentas eléctricas del universo que de una forma u otra vivirá para siempre junto con todo lo que se ha dicho.
Y si callo, mis palabras no-natas llenarán espacios que no son ni llegarán a ser.
Hablo porque la tierra me escuece los pies y debo seguir andando para no ser consumido por el calor del suelo. Porque mis ojos bizquean ante la curvatura del mundo, confusa en la lejanía; porque mi lengua se tuerce y mi garganta se seca si el aire fresco no entra por mi boca con frecuencia.
Y si callo, ya no callo.
Hablo porque el tiempo nos persigue a todos, pero con las palabras en la lengua puedo perseguirle yo a él, buscarle en los rincones y hacerle jugarretas; porque con mi discurso puedo hacerle estallar de risa y detenerse de a momentos, haciéndonos amigos que juegan sobre los prados y no mortales contendientes ya.
Y si callo ya no me callo mientras exprese con mi cuerpo y mi espíritu todo aquello que me eriza los cabellos y los vellos de los brazos, todo aquello que es combustible de mi tren de pensamiento siempre en marcha.
No me callo porque no hay insignia, escudo, fusil o mordaza que pueda detener el avance de mi alma a través de la vida.
No me callo porque hay mil cosas que se pueden decir sin decir, millones de oídos que saben escuchar las palabras mudas.
Hablo, o me callo. ¿Estado binario de boca, cabeza y corazón?
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