Un café que, mientras bebo y saboreo, me va envolviendo en su efecto. Los sueños de cada grano, se van proyectando en mente, tocan mi corazón con paciencia, a la espera de mis ambiciones, sueños, deseos, anhelos, pasiones, amores. Cada sorbo logra persuadir mis emociones. Cada uno de ellos es un apasionado entrenador que le brinda todo su apoyo al boxeador en el ring y le recuerda todo lo que ha pasado, todo lo que tiene en frente y todo lo que puede lograr; le aclara que todo eso requiere de cierta osadía, cierta valentía, cierto descaro, cierta pasión, algo de razón y mucho corazón.
Un café que culmina su estadía en mi taza. Que se ha infiltrado en mi cuerpo. Que busca dominar mi ser. Dominio que logra tener. Su narcotizado empuje me lleva a más de lo que puedo. Me eleva cierta distancia del suelo, pero no me hace volar, solo me hace soñar, me motiva a las nubes tocar, a vivir en ellas, cerca de las estrellas y del sol, y de la luna, lejos de la razón y de un corazón.
Un café que deja un vacío cuando se va de mí. Se lleva mis risas, mi elocuencia, deja a la deriva mi sonrisa; poco a poco va apagando el brillo en mis ojos con su partida, se roba mis palabras -quizá las haga cenizas, o las venda al viento para que vuelvan como un fusilante recuerdo que no podré mitigar-. Su ausencia deja mal parada mi empatía, suele ponerse colorado el día cuando y yo los amo grises. Deja a mi corazón velando por su regreso, anhelando una nueva oportunidad, una nueva dosis de su mentiroso efecto.
Un café que solo en sus ojos puedo ver. Engaña a mi mente por las noches cuando se encapricha con ella y no la quiere soltar. Se vuelve rayo de sol en mi pensar y destruye toda intención de descansar. Mis sueños se quedan despiertos, y no es porque ella no los deje, pues ni ellos mismos quieren ponerse en marcha. Te han vivido tanto, les he contado tanto, no creen que seas real. Consideran que alguien que tiene tanto amor a su disposición, debe estar loco de la cabeza como para dejarlo a un lado. Esperan con muchas ansias que te retenga entre mis brazos y que robe la fuente de tus suspiros con un beso que los devuelva a su lugar y me permita descansar para una nueva mañana comenzar y, esta vez, no con uno, sino con dos cafés.