Foto tomada de
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Hay una escena en aquella vieja película llamada Las horas (Stephen Daldry, 2002) en la que aparece una Virginia Wolf personificada por Nicole Kidman con las manos visible y notoriamente llenas de tinta luego de haber pasado largas horas encerrada en su estudio escribiendo su novela Mrs Dalloway. La escena ocurre en el año 1923, dos años antes de la publicación de la novela y muestra unas manos muy blancas, pero bañadas en un azul añil muy notorio. Escribir, en aquellos años, era navegar en tinta. Según me entero en algún recoveco internético, Nicole Kidman – quien en realidad es zurda - tuvo que aprender a escribir con la derecha para darle vida a la escritora inglesa en este film, puesto que las escenas en las que aparece Virginia Wolf escribiendo, sus manos en primer plano y su escritura manuscrita, son abundante en esta película. No en vano aquellas manos azules quedaron en mi memoria desde entonces. Recuerdo que en aquel entonces pensé en mis manos de niña, también azules y con un callo en el dedo en el que apoyaba el lápiz por tanto escribir. Me encantaba escribir tareas, cuentos, o simplemente palabras para llenar papeles. Me gustaba el acto de escribir en sí mismo, los bolígrafos de tinta pastosa, los cuadernos, las hojas en blanco llenándose de letras. Todavía me gusta todo eso y debo confesar que evito ir a papelerías para no dejar mi sueldo entero en lapiceros, bolígrafos, plumas, tintas, libretas, hojas y un largo etcétera.
Una escritora que ha pasado el día entero escribiendo, que sale de su estudio con las manos bañadas en tinta es ya una imagen demasiado antigua y lejana. Una imagen romántica y a la vez obsoleta. Ahora los escritores teclean en teclados que casi no suenan, hacen "copy/paste", intercalan, y no imprimen casi nada para así poder preservar el Amazonas o la tinta de la impresora que está cada día más cara. Escriben en la nada, esa nada computarizada que es la pantalla, sin callos ni manos azules, y prácticamente sin hojas.
Escribir con un lápiz en un cuaderno ha ido pasando a ser una actividad típica de la infancia, como caminar-brincando o llenarse las manos de pegamento, esperar a que se seque, y luego sacarlo sin que se rompa como si fuese un pellejo. Escribir, esa cosa rara que hacen los niños. Manos entintadas, esa imagen de otros tiempos.
Sin embargo, el futuro llega sin que nos demos cuenta – a algunos lugares más que a otros, vale decir- y tal parece que ya ni los niños escribirán en cuadernos. En Finlandia, país reconocido por sus buenos resultados en lo referente a educación, se enseñará mecanografía en lugar de caligrafía a los niños en las escuelas. En la era digital no harán falta aquellos obsoletos manuales de caligrafía Palmer de finales del siglo XIX que enseñaban a escribir sin mover los dedos y exigían que todos escribiesen con la diestra. Nadie sabrá si es zurdo o derecho. Y aquellos adivinadores de la personalidad humana a través de la escritura manuscrita que se hacen llamar "grafólogos" quedarán totalmente desempleados. En la era digital los niños teclearán y teclearán. Y además, nadie reconocerá a nadie por su letra.
Tal vez escribir a mano se convertirá de este modo en un arte o en un acto subversivo. O las dos cosas, porque se sabe que el arte siempre subvierte. Entonces florecerán nuevamente los desaparecidos calígrafos, se ubicarán en lugares clandestinos de algún laberinto comercial, en alguna megalópolis del futuro. Acudiremos a ellos a escondidas y tendremos que pagarles para que escriban nuestros nombres en letra manuscrita. Nuestros nombres en cursivas.
Si alguien quiere hacerse millonario en el futuro, que comience a practicar con el manual de caligrafía Palmer.
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