IV
Los primeros tragos causaron cierto rechazo, y la mano (que aun no sé a quién pertenece porque tengo la copa metida hasta las orejas) me animó a seguir bebiendo. La primera me la eché como medicina. Ya a la segunda, le agarro el gusto y bebo con urgencia pausada, la disfruto de la misma manera que una buena cerveza helada después de un día pesado.
Me detengo, respiro, mi cuerpo se relaja, vuelvo a tomar, así hasta que el contenido de la copa se termina. Me quedo quieta, sentada y mirando a la nada, entonces la mano del extraño alcanza la copa y me la retira. La sigo con la mirada y veo que a la mano le sigue un señor acunclillado, de bigote con las puntas hacia arriba, barba y cabello entrecano gris peinado a la hipster, y misteriosamente juvenil.
¿Quieres más? Asiento. El individuo se pone de pie; es delgado, de músculos felinos, no muy alto y trae botas, jeans tipo vaquero rasgados, chaleco y camisa blanca debajo. Rodea un auto color arena y abre la cajuela. No veo que hace, pero cuando cierra la cajuela trae la copa hasta el tope de nuevo.
Esa imagen me hace querer brincar y bailar con perrito alrededor del extraño, sin embargo me imagino a mi misma haciéndolo y me quedo con la mirada y las pompas ancladas al piso de pura vergüenza. Me estira la copa y aunque quise ocultar el entusiasmo, casi se la arranco de las manos. La bebo a traguitos. Hasta el momento había actuado por instinto digamos, pero ahora busco poner orden en lo que empieza a burbujear en mi cabeza.
¿No te acuerdas de mí? Lo observo y tiene un aire familiar, pero nada concreto. Deja la posición de cunclillas y se sienta como si este fuera modelo en dia en la playa; con una pierna estirada, la otra doblada, una mano en el piso y la otra recargada en la rodilla doblada. Una foto en internet, modelo de barbería, escucho a mi voz ronca decir. Ríe. Me halagas pero no, editor de la sección de sociales. Recorro mentalmente el área de sociales del periódico, que estaban junto a los de cultura (donde a veces estoy), me voy por los pasillos, por el edificio entero, y no doy con su cara. Hice las respectivas muecas de "ni idea". No importa, yo sí te había visto y me caías bien. Me mira fijamente. Podemos olvidar un nombre, pero nunca un aroma.
Esa frase remueve mi memoria, me causa asco y él esboza una sonrisa de suficiencia.
En ese silencio nocturno me doy cuenta que estamos en un picnic ridículo a la luz de la luna en un mirador de terracería, y me siento mejor que nunca.
V
Suerte. Así dice el muy cabrón de Edgar, don hipster editor de sociales.
Entonces ¿cómo es que estoy viva, sin ningún rasguño? Que tuve suerte. Suerte de que fuera en el carro con mi hermana, suerte de que no me vieran, suerte de que me dejaran ahí, con un disparo que llegó hasta la espina. Suerte de que su cuervo fuera curioso, de que él, Edgar, estuviera cerca, y suerte de que no me encontrara la Semefo primero. Suerte de que me aferré a vivir . Vil pinche suerte. Todo para llegar a este momento, a esta rara oportunidad en la vida. No sé por qué pero no me la trago.
Edgar maneja a velocidades de vértigo, o tal vez yo era la que no me ajusto a esta realidad. El quererme convencer hace que los sentidos me atormenten. ¿Cómo es que estoy sin ningún rasguño, viva? Replanteo mi pregunta, sentada en su terraza. Procedimiento de rutina cuyo privilegio de realizarlo lo tienen pocos.
¿Me mordiste? Me palpo el cuello asustada. No, claro, que no. La herida de bala parecía fuente de sodas. La mordida era innecesaria.
¿Me diste tu sangre? Sí, la tuya, la mía, la de alguién más, con un poco de vino. Estoy impresionada con la ligereza y naturalidad de todo esto.
¿Quien viaja con copas de vidrio? Una persona con muchas conquistas. ¿Soy una de ellas? Sonríe . Buenos días, Irina, que tengas dulces sueños.
Creación original de Moka Misschievous