No sé cuándo se vino la Tía Nana a la casa. Doña Adriana Ramírez Poblete era dulce y dueña de una modestia que la invisibilizaba. Para mí siempre estuvo, era parte de la familia como la abuelita, mis hermanos, los papás y cuatro gatos siempre presentes. Creo que se vino desde Talagante, enviada por su madre a hacer un curso de auxiliar de enfermería y se quedó trabajando en el Hospital Arriarán junto a su hermana, mi madre a la sazón. La quería medio mundo, era muy tierna con nosotros y en general con todos los niños.
Además de trabajar en el hospital estaba para los quehaceres y el servicio de la casa. Luego de morir la abuelita, lo que debe haber sido un durísimo golpe para ella, ocupó la “pieza chica”, originalmente pieza de empleada, lugar donde estuvo hasta la mayor parte de su vida. Allí hubo un closet o armario de tres puertas que en algún momento mi madre hizo trasladar a las piezas de afuera que consistían en dos rusticidades de madera que acumulaban cachureo.
En cierta época, después que se empezaran a ir mis hermanos, la Nana pasó para adentro, a la habitación que fue de las chiquillas, y allí instaló otro closet de su propiedad, de dos puertas correderas, desarmable e imponente que lo debe haber adquirido en la década del cuarenta, tal vez su primer sueldo.
Cuando jubiló la tía, se supo que había recibido un desahucio correspondiente a sus 30 años de servicio. Todos se atrevían a decirle lo que tenía que hacer con él, pero prefirió entregárselo a mi papá que hizo rendir los fondos a través de colocarlos en una secreta fuente que él conocía. No se olvidaron de ese dinero, más si se sabía que estaba creciendo. Yo me había ido ya a recorrer mis aventuras y regresaba esporádicamente, ocasiones en las que me rebotaba algún rumor. Entre ellos estaba el de que la Nana ocultaba su dinero en el interior de las puertas de su closet.
Pasaron muchas cosas, entre ellas el adiós a la tía Nana. Una diabetes que parecía bien llevada la traicionó y se despidió demasiado pronto. Estábamos en el funeral y aún la sentíamos moviéndose entre platos y pailas preparando algo para las visitas. Se descubrió entonces una libreta de ahorro de su propiedad con algunos pesos que todos pensaron que debían pasar a propiedad de la mami, su hermana. Una avanzada de vanguardia de la familia se fue junto con la mami a tratar de cobrar la plata. Se encontraron que había dificultades con el certificado de nacimiento, y eso tenía que definirse en el registro Civil de Talagante. Se constató que faltaban inscripciones y estando en la ciudad pasamos a ver al Tío Lucho que pasó a contarnos el porqué de las dificultades.
Hace muchos años el país decidió registrar a todos sus habitantes y contó el tío que llegaron a la casa dos tipos a realizar el empadronamiento. De la sorpresa por la modernidad que se venía encima, pasaron a la conversa, de ahí a unas cazuelas seguramente hechas por mi abuelita y seguido a cierto chacolí que debe haber guardado mi abuelo Menche, posterior a eso descubrieron una vihuela y amenizaron con cantos el resto de la encuesta.
Finalmente los ciudadanos, vieron las cosas muy simples debido al chacolí e inscribieron a todos como nacidos en 1935 y los anotaron en la página de atrás del libro(eran como 12) y se fueron entre adioses un tanto mareados pero felices a la siguiente casa. Ya en el Registro Civil solicitamos el libro original, examinamos la hoja de marras y, al dorso estaban las anotaciones. 70 años después. Mi madre cobró y estrenó TV nuevo. Sin embargo, habiendo desaparecido también mi padre, todos se preguntaban por la situación y ubicación de aquellos ya legendarios ahorros que habría conservado en algún lugar la Tía Nana.
Terminé mi aventura en el sur y me devolví a Santiago. Construí un segundo piso sobre las piezas de afuera y me instalé con mi familia. Encontré que el closet de tres puertas estaba bueno todavía y aprovechando que era desarmable me lo llevé arriba y con una mano de gato lo reciclé con pleno éxito. Me nació entonces interés por irme a casa propia. Cuando me fui dejé muchas cosas en ese segundo piso y volvía a reordenarlas y preparar su traslado de a poco. Entonces, al pasar por la ampliación que había instalado noté algo extraño en el closet de tres puertas que aún continuaba allí. Su superficie tenía un piquete notorio y alrededor de él un descascaramiento incomprensible que en algunos puntos dejaba ver el interior de las puertas y tabiques laterales.
Lo dejé porque no logré resolver el problema y volví varias veces. En las siguientes visitas veía con estupor que la zona raspada crecía cada vez más, ocasionando un agujero que dejaba ver el interior bajo el forro. Tuve que abandonar la idea de venderlo e incluso de regalarlo. Quedó para la goma. Se fue con sus puertas raspadas a conciencia y su misterio entre un montón de cosas inservibles en un camión de basura.
Nunca supe quién chucha lo había raspado y con tanta paciencia. Nadie le dio importancia porque aquello de la plata escondida no tenía sentido porque la legendaria tía era muy generosa y con toda probabilidad entregó aquel dinero a uno o varios sobrinos necesitados, que nunca han mencionado el tema. Por lo demás, podrían contar la historia sin temor porque ella no se los cobraría bajo ningún modo.
El otro closet, el que estaba en su habitación, nunca fue dañado y fue durante más tiempo usado por ella y correspondería más apropiadamente a la leyenda del tesoro oculto. Pues, finalmente lo tengo desarmado en mi casa. Podría repararse porque es una maravilla de la carpintería del siglo pasado, fue hecho en la época en que no había masisa, chapas, neoprene y los tornillos se ponían a mano y todo se encolaba. Tiene perfiles corredera de madera, se nota que fue desarmado en otras oportunidades porque hay tornillos distintos por todos lados. Es probable que fuera adquirido en la legendaria Casa García, antigua casa comercial abatida por los modernos retail. Está formado de tabiques huecos y redondeados en los bordes, ocupa demasiado lugar y tiene poco espacio de guardar en comparación a los armarios empotrados de ahora. Pero ahí está, hermoso, altivo y lleno de historia.
No, no lo he raspado ni agujereado ni pienso hacerlo
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Ilustraciones propias
Siempre llega la nostalgia con tus palabras, en ese closet creo que jugamos todos los primos a la escondida.
Bello relato. Siempre hay buenos recuerdos de familia. Es bueno escribir con tanto cariño sobre ellos. Se sigo, tu hija me pasó el dato.