Agustín Silva-Díaz nació en 1973 y es licenciado en Letras de la Universidad Central de Venezuela y Magíster en Edición de la Universitat Pompeu Fabra, así como profesor del Departamento de Literaturas Clásicas y Occidentales y coordinador académico del Diplomado en Edición (UCV). Hoy traigo cuatro de sus poemas vacacionales que espero que disfruten.
Epifanía
Sentado aquí
ya sin saber qué hacer
dejé que los ojos buscaran algo
sin que yo los siguiera.
Encontraron un gallo:
estaba sobre una baranda
muy quieto
Al fondo, el mar, tras el acantilado
Para complacer a mis ojos
traté de convencerme:
«oye, ese gallo y tú son lo mismo»
Y no me dijo nada
Entonces el gallo se movió
y el sol
sacó de sus plumas un reflejo azul
que me trajeron, fieles, los ojos
y me dijo: Epifanía
Este cuerpo
De nuevo frente al mar
he colocado una mesita que es casi
un altar
Una cerveza helada cubre la derecha
mientras dos manos
de huevas de lisa están perfectamente colocadas
en el centro
Con cada sorbo,
se renueva la amargura de cada dedo
Siento un placer absoluto y sin embargo,
¿cómo puede gustarme esta amargura?
¿por qué disfruto esto?
Pero el placer por una vez puede más,
y juego otra carta, seducido por esta cerveza y
estas huevas de lisa tan saladas que siguen llenando mi cuerpo
y recuerdo
que el cuerpo se renueva permanentemente
que luego de diez años no queda nada
ni una célula de hace diez
que como decía Rafael Corpus con una sabiduría total
Uno es sólo lo que come
Y veo mi cuerpo
el producto de estos años de alimentarlo
de hacerlo nuevo con
huevas de lisas, y cervezas,
remolachas y pechugas
y pienso en estos diez años
(Y las células que soy ahora y que no tengo nada que ver con las
del otro, ese que fue hace diez años, de caracoles y roast beef)
Y no me gusta lo que veo
Dos veces
Giro la llave y
dejo correr el agua
Primero algo de tierra que sale de la tubería
y que nos recuerda de dónde venimos
del trópico
y que rápidamente se va por el desagüe
Me siento a esperar que el agua se ajuste a la temperatura perfecta
para esta piel roja de sol y este cuerpo desacostumbrado al frío
Veo el agua que huye, que ha sido desechada
que no ha sido escogida
El agua sigue fluyendo
cierro el desagüe y la veo subir lentamente
El correr del agua arrulla y un eco
que me dice
que el tiempo pasa
que se escurre como el agua
que los ríos
que la mar y el morir
Oigo entonces cómo el agua se agita
y la veo en el agua, brillante
y entonces María Eugenia me recuerda:
«Aunque no lo creas
es la segunda vez que nos bañamos en esta bañera»
El centro del universo
Mi papá acostado en un chinchorro
en el caney
Tiene una cuerda para balancearse levemente
como si le diera cuerda
al sol
para que siga su camino y pueda ocultarse
El cielo juega a despedirse con fuegos
de fiesta
allí donde se junta con el mar que brilla
Mi padre dice, sin despegarse del espectáculo
en el que parece haber estado trabajando
Este es el centro del universo
Sonrío y me doy vuelta para buscar las aceitunas
que ya deben estar frías
con la seguridad de que me alejo
a cada paso
del centro del universo
Estos poemas aparecen en El Salmón - Revista de Poesía, año III no. 7, enero-abril 2010, editada por Santiago Acosta y Willy McKey. ISSN 1856-853x.