Mi segundo destino, tras visitar Delhi, fue Jaipur. Antes de pasar a describir algunas de las anécdotas que viví en esta bonita ciudad del Rajasthan, me gustaría comentaros que salir de Delhi puede llegar a ser algo super complejo, sobre todo la primera vez que coges un tren y piensas que estás en Europa.
A priori parece fácil, pues hay trenes que te llevan de una ciudad a otra, pero los retrasos y las listas de espera para coger un tren a veces pueden hacerte pasar muy malos tragos.
Para que os hagáis una idea, mi idea era estar máximo 3 días en Delhi y ¡cómo tuvo que ir la cosa que al final que acabé quedando una semana! Y no lo digo sólo por experiencia propia, los pocos europeos que te encontrabas en la estación de tren solían contar las mismas historias. ¡Pero qué le vamos a hacer! ¡No todo va a ser fácil! o como diría nuestro amigo Javier krahe: " no todo va a ser follar".
Aún recuerdo la llegada a Jaipur. Era de noche y en la puerta de la estación de tren te daban la bienvenida cientos de conductores de los conocidos tuk-tuk. En el trayecto de Delhi a Jaipur conocí a un israelí con el cual conversé durante todo el viaje. Era el típico personaje super inteligente (filósofo de profesión) que vivía su vida a su manera. Residía en Dinamarca y se dirigía a Jaipur para comprarse un traje para la boda de un amigo que se celebraba dentro de unas semanas en Bombay. Yo le dije que ya había reservado un sitio donde dormir y él, que no tenía nada pensado, decidió pasar la noche en el mismo sitio que yo había elegido. Así que juntos buscamos un tuk-tuk.
No sé por qué, pero Jaipur no me daba muy buena espina. En Delhi, los conductores de este vehículo tan propio de la India, solían ser hombres de una cierta edad, padres de familia que se buscaban la vida como podían. Aquí, la mayoría eran jóvenes, que además se les veía con una cierta organización. Eso me dió mal rollo. Hablamos con uno de ellos, le mostré en el móvil dónde me quería hospedar y me dijo que sí, que sin problema, que él nos llevaría hasta allí.
Acordamos el precio y nos dijo que lo siguiéramos. Hasta ahí todo bien. El problema fue cuando al seguirlo empezó a llevarnos como a las afueras de la ciudad. Además no paraba de hablarnos. Yo intentaba hablar con mi conocido israelí para convencerlo y buscar otra persona para que nos llevara. Pero no había forma. Él, imagino que por educación, no paraba de escuchar al indio, típico parlanchín que el que haya estado en la India sabrá de lo que estoy hablando.
Al final llegamos a una especie de descampado lleno de tuk-tuks estacionados. Él nos dijo que lo esperáramos y que volvería enseguida. En ese momento, por fin pude hablar de mis miedos con mi compañero de viaje. Él, sin más, me dijo literalmente: "Le acabo de decir que soy israelí. No te preocupes que éstos saben que con la gente de Israel no se juega". Se quitó la camiseta de manga larga que llevaba y se quedó con una de tirantes enseñando brazos.
Al final el tipo vino con otro más, nos dijo que era su hermano, hicieron un intercambio de llaves, alguna discusión en su lengua y por fin arrancó el tuk-tuk para llevarnos a nuestro destino.
Una vez llegamos al destino, nos contó que al día siguiente era la boda de un familiar suyo y que ¡estábamos invitados! justo en ese momento me sentí fatal. ¿Tenía alguna lógica mi desconfianza hacia esta persona que no conocía de nada? ¿prejuicios, tal vez? También era verdad que llevaba sólo una semana en la India y que es sabido por todos que hay que ser prudentes, pero no sé, mi sensación no fue buena. Él sólo intentaba ser simpático con nosotros, y por eso no paraba de hablarnos, y yo en todo momento lo prejuzgué sin más.
Una vez nos instalamos, nos salimos al patio del "hostel" donde nos alojábamos, y whisky en mano, hablé de esto con mi, ya sí, amigo israelí (todos sabemos que con un poco de alcohol en el cuerpo, sé es más amigo). Y como prueba de ello, esta foto:
Mi querido amigo era de esos, que sin ser alcóholico, siempre llevaba consigo una pequeña botellita de whisky (por si el momento lo merecía).
Era tarde y pensamos que ya todo estaría cerrado para comer. Aún así, intentamos buscar algo abierto. La primera impresión que me llevé de Jaipur fue como estar en Delhi pero sin tanta contaminación y gente (por las horas que eran claro, al día siguiente pude comprobar que la muchedumbre era la misma, si no más). Aunque eso sí, mierda en las calles seguía habiendo a espuertas. La suciedad y el desorden en las grandes ciudades de este país son algo fuera de lo normal. Los olores ya, ni os cuento. Ni alguien con la capacidad de describir cosas como lo es Julio Cortázar podría mostraros con palabras lo que es aquello.
¡Aún recuerdo cuando antes de emprender este viaje, soñaba con la India, y me venían olores a especias como el curry! Tengo que admitir que ahora me río... pero en el momento esos olores me quemaban por dentro. Son sensaciones indescriptibles que sólo se pueden experimentar estando allí.
Al final encontramos un sitio para comer. Para mí, tenía una pinta malísima. Pero a mi amigo le encantó. Nos pedimos un tali, para no variar, y disfruté viéndolo comer. Mi primera semana en Delhi fue muy dura por el tema de la alimentación. Considero que estoy un escalón por encima de alguien escrupuloso, así que os podréis hacer una idea de lo que sufrí cuando veía a los cocineros en los restaurantes a los que fui. Por el contrario, mi compadre se lo gozaba. Devoraba el plato. O como dirían en mi pueblo: "comía con ganas".
Mientras dábamos buena cuenta del plato, me contó que le gustaba comer en las calles de la India. Que sabía que se podría poner malo pero que al mismo tiempo, ese sentimiento le gustaba y que por eso lo hacía. ¡Al final va a ser verdad que los israelíes son tipos muy duros!
Terminamos de comer y bebernos nuestro litro de cerveza india y nos volvimos al hostel. Seguimos conversando hasta las tantas de la madrugada y cuando ya no podíamos más, nos fuimos a dormir.
Al día siguiente visité el fuerte de Amber, situado a poco más de 10 kilómetros de Jaipur. Se trata de una construcción llena de historia donde se fusionan estilos hindúes y musulmanes. Está ubicado en una posición única y estratégica sobre una colina.
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