¿QUIÉN CORRIGE A QUIÉN CUANDO HABLAMOS?

in #cervantes7 years ago (edited)

¡Holaaaaaaa!

Nos leemos de nuevo, ¿Qué tal su semana? La mía podemos decir que está terminando muy bien, espero que para todos ustedes haya sido realmente productiva y eficaz.

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Fuente: Referencial.

En mi post anterior leíamos el texto “¿Habla bien o habla mal el venezolano? Del autor Alexis Márquez Rodríguez. Donde exponía que el lenguaje, expresa el espíritu de su pueblo, no se puede someter. Es dinámico y evoluciona con el tiempo. Hoy les traigo el texto “¿Quién corrige a quién cuando hablamos?” por el autor Luis Barrera Linares; en el constantemente nos ofrece ejemplos del uso del hablar. El tema se relaciona con el texto de Alexis Alexis Márquez Rodríguez; pero este es más centrado en el aspecto de las correcciones que entre buenos y malos hablantes se realizan.

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¿QUIÉN CORRIGE A QUIÉN CUANDO HABLAMOS?
Luis Barrera Linares

Aprovecho que estamos en el mes del idioma para (entro) meterme en asuntos propios del español que hablamos en Venezuela. Y lo hago a partir de una pregunta recurrente de amigos y estudiantes: ¿Cómo actuamos lingüísticamente los venezolanos cuando hacemos uso del español?

Pues nada diferente de como lo hacen otros conglomerados sociales, incluso aquellos que hablan otra lengua o una variedad distinta de la nuestra. Si posteriorizamos (“aspiramos” dicen algunos) las eses a final de sílaba o de palabra, a veces en exceso, es cierto, ( “laj cosaj ejtán bajtante mejorej”) o algunos de nuestros hablantes abusan en ocasiones de las llamadas muletillas (“o sea”, “okey”, “digamos”, “¿sabes?”), no se trata de fenómenos exclusivamente nuestro. ¿Quién se preocupa por la tendencia de los galohablantes a omitir las vocales de final de palabra o por la frecuencia con que los anglohablantes contraen las frases y a veces reducen sus expresiones a conglomerados de puras consonantes?

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Fuente: Referencial.

Lo que sí abunda en todas partes son los correctores espontáneos. Sin ver el techo de vidrio en el que cobijan su habla particular, son muchos los hablantes públicos de nuestro medio (escritores, docentes, comunicadores sociales, políticos, gobernantes, parlamentarios, etc.) que se quejan recurrentemente de lo mal que hablamos y de la manera en que presuntamente contribuyen “los otros” a deteriorar el idioma.

Si en realidad existiera de nuestra parte, como colectivo, una tendencia al desgaste, a la descomposición del español, la responsabilidad no sólo recae en quienes han tenido menos acceso a la educación formal. Muchos podríamos ser los implicados y no sólo aquellos que no están de nuestro lado o no utilizan el lenguaje como esperamos que lo hagan.

Entre quienes se rasgan las camisas y las comisuras “defendiendo el cuerpo herido del idioma”, no es difícil detectar hábitos verbales que distan mucho del uso adecuado. Cito ejemplos que he atrapado al azar en la prensa, la radio, la televisión, la publicidad y la lengua oral cotidiana: entre otras cosas, abunda el abuso de las eses exageradamente pronunciadas (para contraponerlas precisamente a las “esesss possssteriorizadassss”). Por otra parte, pareciera que en las escuelas de teatro, locución y comunicación social sobrevive algún duende oculto que insiste en que se pronuncia “labidentalmente” toda 38 palabra que comience por V (vida, voy, venga…), articulando así un segmento fónico inexistente en el español. No es errado pronunciar esa v corta (o “uve” como dicen los peninsulares) como [b]. La falla más bien radica en insistir en una forzada y artificial pronunciación que casi obliga a morderse con saña el labio inferior.

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Fuente: Scrabble

Recordamos además la intromisión recurrente de una [k] en palabras como “piscina”, “absoluto”, “etcétera” y “escena” (que muchos gratuitos correctores suelen pronunciar como [piksína], [aksolúto], [eksétera] y [ekséna”]. Por otra parte, expresiones como “darse cuenta que”, “pensar de que”, “motivado a”, “habemos”, “haiga” y “vinistes” (algunas de ellas censuradas por unos y aceptadas por otros) se han vuelto parte del habla la cotidiana de muchos de nuestros hablantes públicos. Sin decir nada de giros y palabras tan comunes en la oralidad de estos días como “dividí” ( digital video disc ) y “cidí” (compact disc),“timoshon” (Text-motion), “pendraiv” (pen drive), “full empleo” (empleo total) “jaquear” y “desjaquear” (del inglés hacker). Hay otros ejemplos que, por haber sido escuchados de hablantes públicos irresponsables (hipercorrectores gratuitos), se extendieron originalmente como bromas populares y han comenzado a escucharse o leerse cual si fueran auténticas frases originales. Por ejemplo, “popol vuh” (por vox populi), “mato grosso” (por grosso modo), “equidistante” e “inverosímil” (por equivalente e indiferente).

Mención aparte merecen los lugares comunes de algunos de nuestros redactores de noticias. No son pocos los que insisten en repetir expresiones harto gastadas y a veces hasta redundantes como “testigo ocular”, “vital líquido”, “tricolor patrio”, “imágenes elocuentes”, “lapso de tiempo”, “mortal suicidio” o “sucesos de proporciones incalculables”. Y ni hablar de aquellos que ante cualquier expresión que los complazca, cuando desean asentir, sólo pueden expresar “¡Eso es correcto!”. No es extraña tampoco la tendencia a “masculinizar” a través de los medios algunos sustantivos que aluden a profesiones ejercidas por damas: “ella es sicólogo”, “La médico forense”, “una ministro muy enérgica”. Luego de una ardua y muy razonable lucha por la igualdad de género en todos los aspectos, hay incluso damas de notable influencia pública que no aceptan que sus oficios sean expresados con terminación en femenino. Es verdad que hay oficios y profesiones que en femenino suenan casi como malas palabras (miembra, fiscala, concejala, ingeniera, jueza), pero seguirán siendo extrañas al oído mientras más se las rechace.

Y, cuidado, no me refiero a lo que sí pudieran ser consideradas creaciones propias del (in)genio de los hablantes. He escuchado con grata sorpresa como un lúcido pescador del oriente del país, cuando desea expresar que alguien además de pícaro es tramposo, lo llama “picardioso”. Así mismo, algunos jóvenes de hoy utilizan el verbo “mensajear” para referirse exclusivamente a la acción y efecto de remitir notas a través de teléfonos celulares. Igual que me parecen dignas de estudio desprejuiciado esas instantáneas y hermosas respuestas que muchos hablantes de hoy ofrecen ante las interrogantes o peticiones, como “Sí va” o “¡Dale, pues!”.

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Fuente: Referencial.

Aparte de eso, la mitificación histórica de nuestra actividad como profesores o investigadores del lenguaje ha contribuido a crear la idea de que estamos en la obligación de conocer absolutamente todo lo que tenga que ver con su uso, desuso y abuso y, por supuesto, a no equivocarnos jamás. Casi como asumir que los médicos no tienen derecho a enfermarse o que los dentistas están exentos de caries.

Quienes por alguna razón vivimos de la lengua, estamos en permanente riesgo de que cualquier cosa que hagamos, digamos o juzguemos, pueda ser utilizada contra nosotros mismos. Hasta cuando vamos de consulta médica, terminamos siendo consultados. Se nos pregunta usualmente si tal vocablo existe o no, como si fuéramos dioses. Toda palabra tiene existencia desde el momento en que se la utiliza. En el supermercado u otros espacios, nunca falta la cajera, el ama de casa, el vecino o el profesional que nos increpa con sus dudas: ¿Por qué los jóvenes de ahora dicen tanto “cartelúo”, “demasiado buena”, “arrugar” y “burda de”?; ¿cómo hago para que mi hermano no repita tantas veces “coye” o “bicho y bichito”? ¿Qué me querrá decir mi hija cuando me reclama que la observo con mirada ‘puntofijista’?”. A ese respecto mi tía Eloína suele decir que los chamos de ahora pertenecen a la generación BON-ICO: casi todas las frases de conversación entre ellos comienzan o terminan en “güebón-a” o “marico-a” (¡No güebón, sí márico, sí marica, no güebona!).

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Fuente: Referencial.

En fin, aunque siempre debemos tener cuidado sobre dónde, para qué y con quien utilizamos el idioma, no ganamos nada cultivando irreflexivamente la creencia según la cual los hablantes del español de Venezuela somos como colectivo los peores del ámbito idiomático hispano (a veces autoexcluyéndonos individualmente y con cierta pedantería como la excepción de la regla, creyéndonos los únicos “chéveres” del conjunto corrupto y pervertido). Hay hablantes “eficientes” y “deficientes” en todas partes, en todas las lenguas y en todos los estratos socioeconómicos. Y no siempre algunos procesos idiomáticos son propiamente deformantes o “destructores” del idioma; pueden obedecer a mecanismos naturales de reajuste, al modo como va cambiando la cultura: porque las lenguas no son cuerpos inertes ni cementerios de palabras y frases a las que podemos embalsamar, resucitar o sepultar cada vez que individualmente se nos antoje. Ahí sí es verdad que el soberano somos todos.

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Fuente: Referencial.

Barrera Linares, Luis. (2007, abril 11). ¿Quién corrige a quién cuando hablamos? En http://barreralinares.blogspot.com/

Espero les guste, también los haga reflexionar acerca de la manera que nos expresamos, como se ha cambiado el hermoso lenguaje a lo que se tiene hoy en día. Personalmente opino: que la manera cada quien sobre el manejo del lenguaje y escoger las palabras para expresarnos dan impresiones acerca de nosotros.

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