Justo ahora, estaba acostado en mi cama, y he percibido un olor dulce, que ha subido de no
sé donde con ínfulas de embeleso. En caso de que fuera un recuerdo, puedo decir que ha sido
de una nitidez pasmosa, con un matiz de indicio como para quedarse todo el tiempo añorándolo.
La memoria del olfato es así, te asalta siempre desde un flanco para el que no estás preparado.
Es como si te golpeara en el bajo vientre, o te dijera una frase ácida, como solo alguien cercano
te la puede decir. Que no la ves venir. Enseguida te pones alerta, a la expectativa, no está claro de qué, pero
firme.
Como sea, el tema es que me ha tomado por sorpresa. El olor del confort. Cuando
lo siento pienso en mesas de cristal, en jabones, detergentes,
esponjas y agua, dientes blancos y pieles limpias. También podría añadir más cosas a la lista. Cosas
exclusivas, bellas, y algo fatuas. En fin, que eso ha venido a removerme la nostalgia y la conciencia.
Tal vez es que a fuerza de claustros, hay siempre un salidero por algún lado. Y mi bendito hocico es un
guerrero estoico, capaz de trascender el aroma a petróleo en un lugar cerrado, o la mezcla entre polvo
y metal quemado que se hace vapor en la zona trasera de los autobuses, o la fetidez de un mercado con
poca ventilación y con carnes en mal estado. Todo esto te tensa, y de manera inconciente claro,
uno tiene que respirar con más maña, buscando el aire limpio en cada bocanada.
Entonces, si el ambiente es propicio al descanso, el aroma de ese entorno se imprime
en la nariz. Y de ese olor dulce, que poco se ma asocia con el llamado del deber o con chorradas de ese estilo,
se me ha quedado el recuerdo muy dentro, en un lugar que está en el útlimo
puesto de las cosas que alguna vez exhibiría.
De pronto no tengo más nada que soltar al respecto, y vuelvo a la cama. Allí, me asalta de nuevo el susodicho.
Casi que tiene cuerpo. Uno así como diagonal. Luego pienso en las más de mil maneras en que conspiro contra mí
mismo para revivir constantemente la misma página. Pero está bien. A fuerza de darle tantas vueltas a lo mismo,
si tienes maña y el suficiente respeto contigo, como para ordenar tu basura de manera diferente de vez
en cuando, algo trillado puede adquirir un matiz nuevo.
De alguna manera, sentir el olor del confort (ahora que en mi vida está resultando exclusivo hacerlo), es
rememorar los descubrimientos de una época que me resulta bella. Y bueno, sin ser un sufrido, el acto de
recordarla (la época, quiero decir), aparte de un lujo, es un acto al que se le puede dar la cualidad de lo
hermoso, sobre todo, si como antes dije, eres capaz reorganizarte y hallar algo atractivo. Lo suficiente como
para que me halla parado de nuevo frente al ordenador a seguir escribiendo de esto. A veces uno guarda una frase
bella detrás de los dientes, que está hecha para que no sea mencionada, sino para permear un ambiente con su
existencia íntima en el silencio. Y punto, más nada. Voy a la cama, que tengo sueño. Espero que el olor del
confort no me moleste.