Varios días después, los benditos zancudos del Yapacana me infectaron de Malaria, tenía razón el viejo Cobero cuando decía: “literalmente tienes una sensación de que se te está saliendo el alma del cuerpo, alta temperatura incontrolable, escalofríos, dolor en todo el cuerpo y mucho vomito”. El señor Mulero me aconsejo que me colocar un tratamiento contra la malaria, así que con todo y el malestar me dirigí al pueblo.
En una pequeña casa que fungía como hospital improvisado, una enfermera del lugar, me vendió por 04 gramos de oro el tratamiento completo para la enfermedad, ella me advirtió que debía guardar reposo, sino, recaería nuevamente. Me dirigí a mi habitación la cual compartía con las 15 mulas a tratar de descansar.
En una pequeña casa que fungía como hospital improvisado, una enfermera del lugar, me vendió por 04 gramos de oro el tratamiento completo para la enfermedad, ella me advirtió que debía guardar reposo, sino, recaería nuevamente. Me dirigí a mi habitación la cual compartía con las 15 mulas a tratar de descansar.
En el trayecto de ida, todo marchaba a la perfección, con la excepción de las 03 hijas de (•#*/#) mulas Mechita, Frijol y catalina que siempre me hacían la vida de cuadritos, pero ya las dominaba un poco y se pegaban a la caravana. En un claro en la selva se nos apareció un enorme Tigre (Jaguar) y ataco a la Catalina, el resto de las mulas corrieron despavoridas, me llene de valor, mucha adrenalina y tan solo un garrote le pegaba fuertemente en la cabeza del tigre, este trato de atacarme en varias oportunidades y luego de batallar por unos 10 minutos, el animal nos dejó tranquilo y se metió en la selva. Reagrupe la manada, estaba muy cansado y sentía un gran malestar en todo el cuerpo, parecía que recaí nuevamente en la malaria, pero aun así, tenía que reanudar y completar la travesía al puerto y regresar al campamento.
Cargue las mulas con la mercancía y retome el camino de regreso al campamento, mi situación empeoraba ya que sentía mucho malestar en el cuerpo pero seguí avanzando, al pasar por el claro donde fuimos atacados por el tigre, las mulas iban muy nerviosas pero todo transcurrió con tranquilidad, me sentía tan cansado que decidí sentarme por unos minutos a la orilla del camino, en ese momento una de las mulas, muy asustada, se regresó por el camino al puerto. No tenía opciones: No podía regresarme con las 14 mulas restantes y mucho menos dejarlas solas, cargadas para buscar la mula descarriada, con un tigre en la zona acechando, enfermo y peor aún se me estaba haciendo de noche.
De repente escuche la voz de un hombre quien me preguntó ¿qué le pasa amigo? Se me prendieron las alarmas restantes, la situación no podía ser peor, me preguntaba ¿Quién será este individuo? ¿Por qué anda solo? ¿Por qué quiere ayudarme? Nunca le había visto y Además, temprano en el puerto no había nadie que fuese a las minas. Le pedí tanto a Dios que me ayudara en ese momento, estaba muy asustado y temía por mi vida.
Le conteste con recelo lo sucedido y el hombre me dijo: “quédese sentado y descanse mi amigo, yo busco su mula” me quede solo pensando: seguro se roba el animal y la carga, que le diría al señor Mulero que confió en mí y me deje robar, estaba devastado física y mentalmente, pero, A los 30 minutos el hombre venía de regreso con la mula y la carga, contento me dijo: “aquí te la traigo ahora puedes continuar tu camino yo te acompaño”.
Aun con dudas le pregunté ¿Quién era y que hacía solo en esa selva? Sonriendo me dijo: me llamo Miguel vengo a las minas buscando algo más valioso que el oro y que venía siempre detrás de mí, pero no quería asustarme. Solo se me ocurrió que más valioso que el oro era los diamantes. Me tendió la mano para ayudar a levantarme, tome a petunia por la soga, Miguel se colocó en la retaguardia y retomamos el camino.
Al llegar a un pequeño arroyo muy cerca del campamento, pare para que las mulas tomaran agua, se me acercó y me preguntó ¿cómo seguía del malestar? En ese momento me di cuenta que me sentía mejor que nunca y que extrañamente el malestar había desaparecido. Me dirigí a tomar agua y al agacharme vi una piedra que se distinguía sobre las otras por su brillo, la tomé en las manos y me di de cuenta que era una roca de aproximadamente 120 gramos de oro sólido.
Llame a miguel emocionado para que viera mi hallazgo, este solo reía al verme tan alegre, le prometí que al llegar al campamento le daría la mitad del oro y que pronto regresaría a mi casa con mi familia.
Tome a petunia nuevamente por la soga, avanzamos con el resto de las mulas para terminar de llegar al campamento y miguel se colocó como siempre en la retaguardia, era el día más feliz desde mi llegada a las minas, siempre volteaba ver a miguel y El siempre sonriendo me hacía con la mano una señal de que todo estaba bien, a menos de 1 kilómetro del campamento nuevamente volteé a ver a miguel, pero, extrañamente no estaba, espere unos minutos y no apareció, así que decidí avanzar, llegar y más tarde lo buscaría en el campamento para entregar su parte del oro.
Ya en el campamento me esperaba el señor Mulero, me ayudo a bajar la mercancía y me pregunto ¿Cómo me había ido en el viaje? Le conté todo lo sucedido y él me dijo: todo lo que me has contado en algún momento me ha pasado y peor, pero, nunca encontré a nadie que me ayudara con las mulas, eso es muy extraño.
Más tarde busque a mi amigo miguel por todo el Campamento y en el pueblo y pregunte a todos si habían visto a una persona que llego recientemente al campamento, nadie vio a Miguel. Regresé al pesebre y comente al señor mulero mi deseo de regresar lo más pronto posible, este entendió mi caso y deseo buena suerte.