Esa noche me acosté muy cansado y en la madrugada tuve un sueño muy extraño, una voz que me decía “pídele trabajo al Mulero” rápido me desperté y Salí a la puerta y en ese preciso momento, que cosa más extraña, iba pasando frente al campamento el señor Mulero, en mi mente recordé lo que mis compañeros de trabajo me advirtieron sobre este personaje, pero me armé de valor y con mucho respeto lo encaré.
Lo salude y Él tan solo me miró y movió la cabeza y siguió su camino, lo perseguí y pregunte ¿si necesitaba a alguien que lo ayudara en sus labores?, solo me dijo: “sabía que no ibas a durar mucho en ese trabajo”. Le acompañe hasta una especie de pesebre donde alojaba a las mulas, el cual estaba mucho mejor que el antro donde yo dormía, lo ayude a sacar las mulas, le colocamos los aperos y las cargamos con la mercancía que se trasladaría. Ni una sola palabra salió su boca, no me contesto si me daba o no el trabajo, tomó la soga de la primera mula que se llamaba Petunia y comenzó su travesía por un camino muy estrecho de la selva, las otras 14 mulas, persiguieron como estaban acostumbradas a Petunia y yo avance en la retaguardia cuidando de que todas siguieran el rumbo.
La ruta consistía en llegar al rio donde está el puerto, allí llegan las embarcaciones con mercancía para ser trasladarla nuevamente al campamento, 04 horas de travesía por caminos peligrosos, quebradas, montañas y mucha selva. Ya en medio de la ruta, con el Mulero y las 15 mulas todo era normal, con la excepción de tres mal paridas mulas que fueron mi dolor de cabeza que llevan por nombre: Mechita, Frijol y catalina. Estas hijas de (#*%&/%&/) mulas se resegaban, se metían al monte, se sentaban, cuando me acercaba me mordían, me escupían entre otras cosas. El Mulero siempre volteaba y me miraba como luché en la retaguardia y vi en una oportunidad como de su rustico rostro se escapó una tenue sonrisa.
Ya en el Puerto, se acercó a las embarcaciones, y comenzamos a cargar las mulas para retornar a las minas. Todo en ese momento era excelente, hasta que llegó el turno de cargar las 03 hijas de (#*%&/%&/) mulas. Cuando el Mulero le colocaba la carga, ellas se quedaban tranquilas, pero, cuando yo trataba de colocarle la carga, estas buscaban de morderme e intentaban patearme hasta que una de ellas me empujo y caí sentado en un charco de barro. Todos miraron el espectáculo y se rieron de mí, pero no di mucha importancia hasta lograr cargar todas las mulas.
Inmediatamente después, inició el camino de retorno al campamento, tanto de ida como de regreso el Mulero en la vanguardia con Petunia y yo en la retaguardia con mis nuevas amigas, siempre pendiente de que avanzaran sin salirse del camino. De regreso todo fue una felicidad. Llegamos al campamento, descargamos y en ese momento el Hombre me dijo: “todos los días hay que hacer esta ruta, alimentar a las mulas, no se pueden maltratar y siempre estar pendiente de ellas. Por cada viaje te pagaré un gramo de oro, la comida corre por mi cuenta y puedes dormir en el pesebre. Este trato me pareció justo así que a partir de ese día me convertí en el copiloto de la caravana del Mulero.
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