Madera.
Arquímedes, era un tipo joven, flaco, alto, de tez morena y con un afro estrambótico, abundante y elevado, solía salir a caminar, desde muy temprano recorría las calles de su mundo interno, con su cómoda vestimenta, admirando el espectáculo que representa una cuidad convulsionada por el tráfico y la voluntad de la gente por vivir al margen de la ley. Arquímedes, era un soñador, siempre creaba algo de la nada, a pesar de ser sordo de un oído, no escatimaba esfuerzos en escuchar y absorber cualquier conocimiento. Un día, sin razón aparente, se le ocurrió hacer una caja registradora, curioso y detallista se dedico a estudiar el funcionamiento exacto del aparato y logro entender en poco tiempo todo el mecanismo. Arquímedes era muy inteligente, podía solucionar cualquier problema matemático en segundos. Comenzó a hacer la caja registradora y decidió que la haría de madera y sin ningún tipo de elemento electrónico. Al cabo de una semana Arquímedes logro terminar aquella caja de madera que imitaba fielmente el funcionamiento de una caja registradora. La caja se abría y se cerraba pulsando un botón, nadie se explicaba cómo ya que era toda de madera. Los amigos y familiares de Arquímedes quedaron impactados, todos querían tener una caja como esa, para ellos era un artefacto mágico. Arquímedes diariamente recibía múltiples ofertas por la compra de la famosa caja, pero él nunca le puso precio y su deseo era no venderla. Recibió cientos de peticiones de sus amigos para que les hiciera una copia de tan maravilloso invento, pero siempre se negó. Pasó el tiempo y obstinado de la insistencia permanente de todos por tener una caja semejante. Arquímedes pensó: “Esta caja me puede dar mucho dinero, fortuna y trabajo, es mejor que no exista”. Jamás nadie volvió a ver a Arquímedes y su caja prodigiosa.
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