No podemos acostumbrarnos, como si de un fenómeno normal e inevitable se tratara, al elevadísimo número de rupturas matrimoniales que se dan en nuestra sociedad. El divorcio es un inmenso fracaso personal para los cónyuges y de gran trascendencia para los hijos si los hay; Las rupturas rompen los lazos de integración social de las personas y destruyen hogares, es decir, lugares de acogida y transmisión de la vida.
Si hoy día se rompen tantos matrimonios es por que una parte importante de nuestros jóvenes no ha adquirido firmes convicciones familiares, no ha sido educada en una ética de la lealtad y el compromiso y ha interiorizado una visión banal e intrascendente de la dimensión sexual de las personas. Hacer frente a este triste fenómeno de nuestra época exige trabajar en varios frentes: una educación de la voluntad y la afectividad para asumir una ética del compromiso en todos los aspectos de la vida, una formación de la sexualidad con criterios de responsabilidad, una buena preparación para el matrimonio que hoy no se puede dar por supuesto y leyes que ayuden a reforzar la estabilidad del matrimonio en vez de facilitar su ruptura.
Recuperar fuertes convicciones familiares en nuestra sociedad es labor compleja que exige tocar muchas teclas, entre las cuales una fundamental es el ejemplo de matrimonios fuertes que duran establemente en el tiempo en un contexto de felicidad personal y de alegría compartida. A la par es imprescindible hacer una buena pedagogía de la institución matrimonial mostrando ya desde la escuela su inmensa funcionalidad personal y social; y conseguir que las leyes abandonen la óptica divorcista que actualmente las inspira.
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