Llegaban los fines de semana
Y mamá siempre estaba en casa.
Luego asomaba el día del trabajo
Y ella se ahuyentaba.
Allí es cuando la historia comienza…
El lunes en la mañana
Me goteaban las ansias
Por salir de las cobijas.
Me levantaba de la cama
Y la encontraba en la cocina,
Con su tentadora minifalda,
Con la presurizadora de mis pantalones,
Aunque en ese entonces,
Ya por comodidad, usaba pijama.
La saludaba, antes que nada,
Para que apreciara “cuánto había crecido”,
Me metía en el baño (en la ducha)
Y me refrescaba
Antes de darle a entender mis intenciones.
Cuando salía no encontraba la toalla;
Ella la escondía supongo,
Esperando que fuese a buscarla,
Entrase a su cuarto
Y le mostrara algo más
Que mis -poco inocentes- intenciones.
Entraba, mientras sus ojos desprendían
Mis manos de entre las piernas,
Se extendía en aquella sábana
Y penetraba con su mirada
Mi frágil oposición.
Más adelante lo hacía yo.
Me indicaba el lugar donde descuidadamente
Había puesto la toalla,
Ese pequeño harapo de tela
Que nunca me servía para nada.
En mi pubertad siempre me sequé de otra manera,
Cuando no me mojaba entre semana.
Nuevamente se sentaba
Y con su suave voz de puta con clase
Me insinuaba que fuese hasta allá
Y cobrase lo que mi madre le pagaba,
Ya que de limpiar no sabía hacer nada.
La niñera –no recuerdo su nombre-,
Me enseñó que el trabajo es placer.
Ahora soy su proxeneta,
La recomiendo a todos los hogares
Para limpiarles el tedio.
Sólo recomiendo tener dos pares de toallas
Y un cinturón de castidad.
Así no cobrará tanto por sacar el perro a la calle.
Mamá ahora es pensionada
Y por eso no volvimos a llamarle.
Ansío levantarme en la mañana
Y demostrar mis intenciones.
Ahora no me queda más que hacerme la…
¿Por qué ya no hay niñeras como las de antes?