Hubo un tiempo en que la tierra era habitada por La Paz, no el Nirvana, no El Paraíso, no eran tampoco falacias, modas o modismos, era una auténtica concordia entre las personas cercanas -tampoco ha de admitirse que La Paz fornicaba con todos los clanes, Ella era más bien monógama, y era más bien una Paz por cada grupo humano; era madre, hermana e hija de su comunidad-; sin embargo, los seres humanos fueron descuidados, y se confiaron de tenerla en sus aldeas, en sus ciudades, en sus barrios y localidades, en sus calles y parques, en sus casas y hogares, en sus amigos y familiares. Pero nadie le alimentaba. La Paz debía trabajar arduamente cada día, sin descanso, sin festivos o dominicales, ni nocturnos o pagos extras, sobre todo sin pago y sin reconocimiento; su labor social era pretensiosa y ni siquiera le notaban, no había premios o congratulaciones, no había niños hablando de ella ni adultos escribiendo sus hazañas, salía a las calles, a las tiendas de ropa y al mercado y nadie detenía su paso apresurado para prestarle un saludo o agradecerle. Su rostro indeleble se desdibujaba día a día…
Todas Las Paces conformaban una sola, un gran sistema de redes y flujos emocionales, de valores, de moral y ética, de acuerdos y voluntades. Era una Entidad magnánima y omnipresente que se debilitaba y perdía vida; decidió entonces retirarse del mundo físico que le agotaba, y darle una lección a la raza humana. Sólo dejaría sus cosas para que el hombre la rastreara, y en caso de no encontrarla, poder utilizarlas para promulgar un llamado a la cordura, y para evocarla. Se escondió en un lugar que presumió, con el paso de algunos meses, sería sencillo encontrarla.
Cuando La Paz se ocultó, los hombres comenzaron a degradarse y a discutir por cualquier motivo, pero ninguno se percataba de la ausencia de La Paz; sólo fue hasta un par de milenios después que algunos sapientes, sociólogos y politólogos se dieron cuenta de la situación y avisaron al mundo. Desde entonces, y en cada nación, el hombre y sus comunidades buscaron La Paz, sin entender además que cada uno tiene una parte de ella: su propia paz. Buscaban la Paz en el diálogo, en la ciencia, la tecnología, los medios de comunicación, el comercio y la industria; la buscaban de amarillo, de rojo, de verde, de blanca, en los árboles y en las montañas, en el aire y en el agua, en los paisajes naturales y los urbanos, en las edificaciones, en la infraestructura; buscaban bajo los puentes y en las bancas de los parques, en la iglesia y las casas curales, los hospitales, los orfanatos, las casas de lenocinio; buscaban en la filosofía, en las palabras y el parafraseo, en la política, la economía, la literatura; la buscaron incluso -y tércamente- en la guerra.
Y mientras ellos la buscaban en todos los rincones de la tierra Ella habitaba en sus corazones. Habíamos abandonado La Paz durante todo este tiempo, y a merced del hambre, la sed, el frío, y toda ausencia de voluntad, calidez y cariño -que se hacinaba en nuestro interior-, había muerto. No hubo honores, no hubo entierros, de hecho nadie notó que La Paz era un “falso positivo” a la que habían suplantado la identidad, y el hombre continuó todas sus vidas, y las vidas de otras vidas, buscando, amando, adorando y anhelando, un cadáver vestido de Política.
Moraleja: Busca dentro tuyo antes de buscar en otra parte, y no conviertas tus valores ni los de tu prójimo en un asunto mediático ni político.
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