“Todos los hombres, en algún momento de su vida, se sienten solos.”
Octavio Paz (1950)
[…] un estado subjetivo que contrasta con la condición de aislamiento físico; surge como una respuesta ante la falta de una relación particular, e implica un desequilibrio en el nivel deseado y logrado de interacción socioafectiva, cuyas consecuencias pueden afrontarse de manera negativa o positiva, dependiendo del grado de control que según el sujeto ejerce sobre el déficit relacional. (p. 19)
Se puede decir, entonces, que existen –al menos– dos tipos de soledades: la soledad existencial y la soledad social (Álvarez, 1983). La soledad existencial es la que acompaña al hombre por el simple hecho de ser hombre (Álvarez, 1983, p. 39). Es esa en medio de la cual el hombre suele reflexionar sobre su vida y el porqué de su existencia. La soledad social es aquella en la que al hombre se le hace difícil establecer vínculos afectivos más allá de los necesarios para co-existir dentro de la sociedad a la que pertenece. Al respecto, Álvarez (1983) en su libro El hombre y su soledad plantea:
Las masas de nuestras ciudades multiplican contactos con todo género de hombres. Pero esos hombres son individuos extraños o han de relacionarse con ellos como si lo fueran. El denominador común de esas relaciones toma la forma de contratos. El contrato vincula a personajes en funciones de negocio, que es lo opuesto del trato que vincula a personas en disposición humana. Dondequiera que uno pone los ojos se encuentra con la impenetrable faz de la organización. (p. 36)
Dicho de otro modo, la sociedad funciona por medio de nexos, conexiones establecidas para cumplir con eficiencia el rol que a cada individuo le ha tocado, sin dar pie a un lazo más afectivo. Esta forma de funcionar pareciera disminuir la sensación de soledad. El mismo autor plantea que “[...] en el orden de cosas descrito nadie está solo, nadie puede estarlo. La organización elimina el aislamiento material” (Ídem). No obstante, la realidad es que la sensación de aislamiento social aumenta; dentro de la muchedumbre el hombre se siente solo, anónimo, extraño y “esta experiencia de vacío es la que toma aquí la forma de soledad” (Ídem).
En cualquier caso, el hombre que se sabe solo puede ahogarse en la pena que trae consigo el aislamiento y la autoexclusión social, o bien asumir la soledad como un estado transitorio, durante el cual puede evolucionar a un estado de sosiego donde su yo exterior se encuentre en sintonía con su yo interior. Como dice Paz (1950), “la soledad, que es la condición misma de nuestra vida, se nos aparece como una prueba y una purgación, a cuyo término angustia e inestabilidad desaparecerán”. En otras palabras, la soledad es el purgatorio y, al final del laberinto, encontramos la armonía entre los dos mundos que componen el ser.
Sin embargo, la soledad no puede verse solamente desde una perspectiva negativa, puesto que posee, también, un lado positivo. Si bien puede ser un factor de riesgo (condición negativa), pues, el aislamiento social genera en el individuo depresión, lo que a su vez puede desembocar en el suicidio; también puede ser un factor de tranquilidad y estabilidad (condición positiva). Verbigracia, el hombre moderno en su afán de autoconocimiento, se aparta del entorno social para encontrarse consigo mismo. Asimismo, el artista, el poeta, el escritor, se aíslan del mundo en su búsqueda de la creación artística. No por nada Ortega y Gasset, y Whitehead, por ejemplo, afirman “la condición solitaria del hombre” y “ven en ella la fuente de la libertad y la creatividad” (c/p Álvarez, 1983, p. 43).
Así, la soledad asociada a la tristeza, la melancolía y la nostalgia, suele ser tema principal de innumerables poemas, novelas, canciones, etc., siendo su representación más característica la separación de dos seres que se aman. Sin embargo, la otra vertiente, la soledad como aislamiento social, también suele ser un elemento significativo en arte. Pues, en soledad, alejado del mundo exterior, el poeta, el novelista, el cantante, el pintor, el dramaturgo, se inspiran y plasman en el papel sus pensamientos abstractos. Y es que como dice Ramos Sucre (1998) en su poema “Elogio a la soledad”:
[...] Siempre será necesario que los cultores de la belleza y del bien, los consagrados por la desdicha se acojan al mudo asilo de la soledad, único refugio acaso de los que parecen de otra época, desconcertados con el progreso (p. 34).
Referencias bibliográficas
- Álvarez Turieza, S. (1983). El hombre y su soledad: una introducción a la ética. [Libro en línea].
- Montero, M. y Sánchez, J. (2012). La soledad como fenómenos psicológico: un análisis conceptual. Salud mental [Revista en línea], vol. 24, pp. 19-27. Disponible: http://www.medigraphic.com/pdfs/salmen/sam-2001/sam011d.pdf [Consultado: 01/07/2015]
- Paz, O. (1950). El laberinto de la soledad. [Libro en línea]. Fondo de Cultura Económica. Disponible: http://www.hacer.org/pdf/Paz00.pdf [Consultado: 01/07/2015]
- Ramos Sucre, J. (1998). Antología poética. Monte Ávila Editores Latinoamérica, C. A. Caracas, Venezuela.
¡Hasta la próxima y, una vez más, gracias por leer!
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Haces una buena síntesis de ese enorme y complejo asunto, @kellysar. Me interesa más la línea planteada por Paz, la de la soledad como condición inherente al ser humano, más allá de su tendencia gregaria. Es la que corresponde, en especial, a los tocados o dedicados al arte, particularmente a los poetas. Sería interesante que te plantearas tratarla en la obra de algún escritor. Saludos.
A mí también me gusta más la de Paz que la de Álvarez. ¡Saludos, @josemalavem!
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