Antony Valdez (17/03/2014)
Despierto de un sueño pesado, me muevo y siento el cuerpo de mi amada esposa acostada a mi lado, su cabello tapa el lindo rostro que posee. Cuidadosamente quito un mechón de cabello de su mejilla y me doy cuenta que esta tan despierta como yo; una linda sonrisa se forma en las comisuras de los labios al saludar diciendo "Buenos días". Se me hace imposible no sonreir al ver su cara pálida y noble y aún somnolienta; quedo totalmente hipnotizado con aquel perfecto rostro que observo cada mañana al despertar. Le respondo el saludo de la misma manera tierna y cariñosa, diciendo "Buenos dias, pequeña"; coloco mi brazo debajo de su cabeza obligándola a moverse hacia mí y se recuesta en mi pecho.
Su cabello se acerca demasiado a mi nariz y me hace estornudar; ambos nos miramos como niños. Intento levantarme de la cama pero me tiene amarrado con sus piernas entrelazadas con las mías, lo que nos lleva a empezar a tontear. Se monta en mi cintura y comienza a saltar haciéndome reir con fuerza. Empieza a mover su cintura sobre mi como toda una diosa logrando que mi corazón y respiración se aceleren, pasando de cero a cien kilómetros por segundo; por su actitud puedo notar que tiene activo su lado pervertido.
Me lanza una mirada pícara, lo que me hace entender que desea tener sexo; juega con mi cuerpo torturándome cada vez más. Posa sus labios en los míos en un beso tan apasionado que a los pocos segundos mis labios están hinchados, nuestra temperatura corporal aumenta velozmente. Desliza su blusa por encima de la cabeza, deleitándome con sus hermosos, preciosos y delicados senos; mis ojos chispean debido al nivel de excitación que me está ocasionando en éste momento. Lleva un pesón a mi boca y luego el otro, intento apartarla de mi pero su posición me inmoviliza; intento cambiar de nuevo y ahora soy yo quien se encuentra encima de ella. Me observa a través de sus grandes pestañas con esos hermosos ojos color café, su mirada transmite deseo; luego de un silencio donde solo podían hablar nuestras miradas y respiraciones aceleradas, disfrutamos de nuestros cuerpos sobreexcitados.
Siento caer el agua fría por mi cuerpo relajando mis músculos, suspiro y pienso en como acabará mi vida al final del día. Luego de desayunar y despedirme de mi esposa, me dirijo a mi trabajo; soy jefe de mi propia empresa, soy dueño de mi imperio y de mi mundo.
El día pasa rápido, me alegra saber que ya casi podré irme a casa con mi esposa. Termino de realizar unas transacciones bancarias para dejar mi oficina e irme a mi hogar. Escucho decir a mis espaldas en la oficina "Hasta mañana Señor Antony", levanto la mirada y es mi secretaria Isabella, sonrío y guiño el ojo; cierro mi oficina y me dirijo hasta el estacionamiento. Luego de unos minutos me encuentro cansado y mahumorado por el estrés de la ciudad. Mi teléfono suena, coloco el manos libres y escucho la palabra "Hermano"; me doy cuenta inmediatamente que es mi hermanito del alma, charlamos un poco y quedamos en vernos en mi casa para cenar.
Llamo al celular de mi esposa perpo no responde, me envía directamente al buzón; pienso en comprarle flores, pero a ella no le gustan, por suerte le encanta el chocolate, así que chocolate será. Observo a través del parabrisas cómo las personas caminan tan felices por las calles de la ciudad, siempre mostrando aquella típica sonrisa venezolana; conduzco por las calles merideñas que siempre me han encantado; se puede notar la gente feliz y celebrando su cultura, su turismo y su clima. Mérida es mi pequeña Venecia. Ya faltando poco para llegar a casa, intento llamar de nuevo a mi Verónica amada para decirle que estoy cerca y que le llevo un regalito; la conozco y se que se alegrará como una bebé chiquita, y a juzgar por la hora, mi hermano ya debe estar en casa. Vuelve a caer el buzón, está muy ocupada la señorita Valdez.
Pocos metros más adelante se me atraviesa un motorizado y pierdo el control. Escucho un gran golpe seco y luego mi visión queda totalmente negro, abro mis ojos pero se me hace dificil diferenciar las cosas; reconozco gritos y más gritos pero no logro identificar a nadie. Ahora todo duele, siento un escalofrío que recorre mi espina dorsal, mi boca sabe a hierro y un líquido empapa mi frente; aun no entiendo que sucede, respirar duele, siento como mis pulmones buscan oxígeno pero solo mover un dedo duele.
Escucho un bullicio como si de un mercado se tratase; siento un último golpe y unas manos halan mi torso ensangrentado. Logro observar muchas personas a mi alrededor mientras una mujer posa sus labios junto a los mios y sopla dentro de mi mientras hunde ligeramente mi pecho. Intento meter la mano en mi bolsillo y lo consigo, miro al cielo azul. Una gota cae y luego otra. Me siento muy cansado y tengo mucho sueño; doy un último respiro, dormiré tranquilo.
Enterarme de la muerte de mi hermano fue algo duro para todos nosotros; mucho más para su esposa amada, esa compañera que amó tanto y respetó en todo momento. En su mano quedó un papel manchado de rojo que protegió hasta el último segundo de su vida. Allí decía:
"Mi loquita presumida, si estás leyendo ésto es porque seguramente no tuve el valor para decírtelo. No se que habrá pasado conmigo y eso no importa ahora; ahora solo importas tu, tu pequeña Cleopatra; gracias por enseñarme a ser mejor persona, gracias por siempre apoyarme, gracias por ser mi eterna compañera, gracias por enseñarme a amar con locura, gracias por enseñarme a cocinar aunque aun se me quema el agua.
Gracias por descubrir en mi lo que nunca nadie descubrió. Aun recuerdo el día que subimos a aquella montaña alta y le gritábamos a cada avión que pasaba que nuestra loca relación no tiene comparación, no lo olvidaré jamás.
Mis sinceras gracias por todos estos años de risas y llantos, de altas y bajas; gracias por hacerme el hombre más feliz del mundo. Te amo pequeña y siempre te amaré."
Esas fueron exactamente las palabras de aquella persona que hoy no esta entre nosotros, pero si en nuestros recuerdos.