Todo duele dentro de mi, siento como aquel líquido tibio rueda por mis piernas fracturadas. Observo el cielo desde mi posición, está algo opaco, las nubes grises reflejan un triste atardecer; la suave brisa acaricia mi cabello, moviéndolo de lado a lado, mientras se cuela por mis huesos haciéndome estremecer y logrando erizar mi piel. El silencio es embriagador, estar en total soledad estimula mis sentidos y solo recuerdos agradables hacen presencia en mi memoria.
Escucho un suave sonido y las gotas comienzan a golpear mi rostro con suavidad; intento abrir mis ojos pero la lluvia es constante y me obliga a mantenerlos cerrados.
Visualizo esa hermosa sonrisa que ella solía entregar, esa sonrisa que transmitía vida, esa que transformaba un día pésimo en un buen día. Ahora solo imagino recuerdos de felicidad para obviar mi triste realidad, estoy muriendo, tirado en el suelo y casi agonizando; nadie conoce mi paradero.
Lágrimas empiezan a salir de mis ojos y se mezclan con las gotas de lluvia. Intento mantener mis pensamientos puros y positivos, pero me resulta totalmente imposible; mis costillas rotas han perforado los pulmones y estos comienzan a llenarse de líquido lentamente, se me dificulta respirar. Mi fémur sale de mi cuerpo, desgarrándome la piel; sangro con gran exageración y mi corazón palpita con rapidez, aunque dentro de poco dejará de hacerlo.
Mi cuerpo entrará en shock y seguramente moriré de un paro cardiopulmonar, saber este tipo de cosas no es bueno; ahora me siento peor, ya que se de que modo moriré si no recibo ayuda médica de inmediato. En ocasiones vale mucho más no saber nada, que saber demasiado.
-¿Es grandioso este lugar eh? -Digo en voz alta. Daeymon, mi mejor amigo, responde casi boquiabierto:
-¡Sí! Son como dos estadios de fútbol americano. Tiene una gran estructura, caben como diez mil personas en este teatro, es inmenso.
A través de la multitud de alumnos y profesores la observo a ella, tan radiante como siempre; sus dientes blancos y perfectos hacen juego con sus lindos y cálidos labios. Mataría como en los tiempos del gran Aquiles en aquella Troya, por el amor de esa reina; o como en los tiempos de Leonidas y sus trescientos guerreros, por defender a su amada Grecia.
No todos los sueños se hacen realidad, y éste es el mío. Ella es eso que no puedo tener, esta fuera de mi alcance; nunca será mía.
-¡Despierta tonto! Si nunca te has atrevido a hablarle ¿Cómo quieres que te preste atención? -Dice Daeymon en un tono divertido. Yo solo sonrío y lo golpeo en el hombro, prefiero dejarlo así.
Recuerdos que mantendré vivos por solo un instante, debido a que me queda muy poco tiempo de vida; cada vez se me dificulta un poco más respirar y el frío congela mis huesos. El dolor ya es insoportable.
¡NO QUIERO MORIR! Recuerdo a mis padres y mi hermana, a mis amigos y familiares. La recuerdo a ella.
ANNAIRO. Su piel tan blanca como las extensas nubes de la gran inmensidad que es el cielo, sus ojos marrones como la miel que las abejas cultivan con gran esfuerzo y dedicación, su cabello rubio y radiante como el sol, su esbelta figura delicada y sexy, sus manos tan suaves y su gran corazón. Se podía sentir su palpitar, cada latido iba conmigo fuertemente agarrado de mi mano; era imperfecta, tan imperfecta que rozaba la perfección.
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