Hipergrifo el taxista y su leal can Cannabis (14)

in #cervantes6 years ago (edited)

 

Insólitas aventuras de un dúo psicoactivo

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14

La noche en la cárcel pasó sin mayor jaleo. Me ingresaron a una celda abarrotada. Ocupé el único lugar donde cupe, una esquina en la que pude tenerme en cuclillas como jugador de béisbol. Intenté contactar a Cannabis. Fue imposible. El ánimo de los ahí reunidos creaba una zona de ruido que impedía establecer cualquier lazo. No bien tenía presente en mi cabeza la imagen del perro cuando un tumulto interrumpía mi meditación. Un caos de voces, todas preguntaban lo mismo. “¿Y tú, por qué estás aquí?”

Con el cambio de turno la celda se desalojó. Se quedaron dos. Un joven menor de edad intoxicado por los inhalables y un borrachín dormido que al sentirse solo comenzó a roncar más fuerte. No traían dinero para pagar la multa. De las voces que escuchaba de mis acompañantes la que manaba del intoxicado resultaba apenas audible. El borracho modulaba la misma pregunta constante. “¿Y tú, por qué estás aquí?"

-Porque he cumplido una misión- contesté, cansado de escuchar la misma interrogante. No creí que pudiese oírme, sin embargo la pregunta cesó. El ambiente se tornó propicio para canalizar mis percepciones a Cannabis. Le vi trotando por la de Alcalde, se dirigía al atrio del templo de San Francisco. "Charles Atlas eres el más grande. Eres físico-culturista y mago". Volvió a sonar la voz del beodo, en seguida, como si fuese una autorización, el muchacho intoxicado se quitó los zapatos y después los calcetines. "Gradúas tus pesas con la mente, pesas imaginarias que hacen crecer músculos reales". Las luminarias de la avenida resultaban insuficientes para observar los detalles, Cannabis los apreciaba con el olfato. Sufrí una descompresión. Una especie de frio bajo la piel me recorrió de la cabeza a los pies. Pasado el marasmo pude percibir un amplio espectro de olores. El joven ató los calcetines entre sí, se amarró estos al cuello y dejó una punta que anudó en el barrote más alto a su alcance. Aflojó las piernas y se dejó caer. "Creador de la nada, de la nada creada, de la mente y de la energía, de la imaginación y el esfuerzo. Charles Atlas eres el más grande". Cannabis anduvo por extrañas vertientes fragantes, entre ácidas y dulzonas. Pude oler también el acre de los paradores y lo nauseabundo de algunas esquinas. El intoxicado joven se daba tirones aflojando las rodillas pero no perdía el conocimiento, ni se lastimaba de muerte. "Entre tus brazos veo el mundo, una pesada nada que tú sostienes". A pocos metros del templo Cannabis se unió a una pequeña jauría que se compactó para olerse entre sí. En el peculiar olor de cada participante alcancé a distinguir el humor del afecto así como el aroma del temperamento salvaje. Los perros se fueron a tender a una jardinera y comenzaron una animada charla. El muchacho abandonó sus burdas intenciones pero quedó retorcido entre los barrotes sin poder desatorarse. Pasó una ronda de policías. Miraron al joven y se burlaron a carcajadas. Uno sacó de la fornitura una navaja y cortó el calcetín. El joven cayó como tabla. Se arrastró a una esquina para acurrucarse en posición fetal y no volver a moverse el resto de la noche. Emanó de él un sonido, un tenue mantra que sonó con claridad e hizo cesar la voz del borracho. "Charles Atlas tengo un póster tuyo en el taller", terminó de decir. Expectante e intrigado intenté descifrar la interacción entre los canes. No pude entender nada de lo que entre ladridos y gruñidos se comunicaban. Tampoco alcancé a comprender por qué aullaban, ni por qué de repente se atacaban juguetones. El grupo se dispersó en tercios por rumbos distintos. Cannabis se marchó con el que tomó con dirección al templo de San Juan de Dios. Se quedó solo. Sus compañeros pararon, uno en el quicio de un hotel de paso en la calzada Independencia, el otro a las puertas de una taquería más delante. Por el parque Morelos comentó que le daba mucho gusto saber que sus viejos amigos andaban bien. Cruzó la calle con cuidado, ya circulaban de forma corriente los vehículos. Se paró frente a la escalera de un edificio. Escogió el rincón entre el piso y los largos escalones para echarse. Cerró los ojos y escuché mi nombre. De regreso en la celda me percaté que de nuevo estaba hasta el tope.

-¿Te quedaste dormido, o no traes para la multa?-, me preguntó un policía del otro lado de los barrotes. Tardé un poco en contestar.

-Sí, no, sí-, dije. Dejé mi postura en cuclillas para dirigirme a la reja. El guardia entendió lo mío como modorra y elaboró mi boleta. Pagué la multa y me regresaron las cintas de los zapatos y el cinturón. Entré por la puerta trasera como infractor, salía ya por la frontal como cualquier ciudadano. Bajé los pocos pero pronunciados escalones de la fachada del edificio.

-Vamos Cannabis tenemos que ir por el taxi- le dije. Salió de entre la escalera para seguirme. Nos encaminamos a paso lento de regreso a la arena, con la intención de que la mañana se volviese clara. Todavía era temprano y no quería despertar al velador del estacionamiento.

Toqué con el puño el portón. El velador de la pensión me esperaba ansioso. Abrió la puerta, nos pasó adentro con urgencia y cara de preocupación.

-Pagas y te retiras amigo, no quiero problemas en el negocio. Satanás te anda buscando- dijo y señaló el taxi. -Aquí no vamos a pagarte el daño de una vez te digo, y por la noche que pasó el muñeco va a ser tanto como la cantidad de...-. El automóvil tenía el parabrisas y el medallón estrellados, la pintura rayada y un retrovisor le colgaba, el otro no lo tenía. –Dijo que si quieres cobrarle le esperes aquí afuera. Pero mejor vete. Satanás es de aquí del barrio y bueno, él sólo te pone tu chinga. Pero no va a venir sólo, le gusta lucirse.

Pagué y el anciano abrió el portón. Salí acelerado. Dejamos rápido la zona, cogí directo por la calle de Medrano. Un tanto molesto hice un balance de daños. Antes de terminarlo ya le sumaba otro. Escuché el rugido grave del motor y el sonido ahogado de la sirena. Sin espejos le encontré con la mirada, a mi izquierda. Un oficial de vialidad. Orillé el auto en cuanto lo señaló. Se acercó a mi ventanilla.

-Buenos días. Le voy a molestar con su licencia y tarjeta. No puede circular con ese daño en el parabrisas-, señaló para aclarar el motivo de la interceptación.

-Buenos días oficial. Así me lo entregaron de la pensión y en este momento voy al taller. Écheme la mano, empecé mal el día- le hice saber al agente a la espera de su comprensión. Le extendí los documentos.

-¿Y cómo quiere que le ayude?- preguntó con actitud condescendiente.

-Hoy no voy a trabajar y además tengo que pagar los cristales, los espejos y demás. Ayúdeme oficial.

-Sí le ayudo, pero ¿cómo?

-Écheme la mano con una peseta-, puse la cifra al ver que no me daría la libre. -No es que uno quiera fallar sino que no hubo de otra. Andamos en la ruleta. Una peseta está bien-, terminé suplicando.

-Mire, lo que procede es levantar el folio y recoger la licencia. Así como dice sólo puedo ayudarle sin llevarme documentos, pero le dejo el folio. Piénselo un poco más, en lo que voy a la moto, porque yo soy de moto, no de crucero-, dijo y se acercó a la Harley para abrir un lapso y permitirme mejorar la oferta. Aprovechó para cotejar los documentos vía radio de onda corta. Sus palabras fueron claras, tendría que ofrecerle el doble. Saqué un billete, le hice un par de pliegues. El agente de vialidad regresó a mi ventanilla.

-Ya le digo oficial, he tenido un mal día. Entonces, ¿cómo le hacemos?- le pregunté mientras le mostraba en la palma de mi mano derecha la denominación del papel moneda.

-Ya no le vamos a hacer de ninguna manera- dijo con asomo de tristeza. -Me voy a llevar detenido el carro-, añadió para mi sorpresa. -Hay un problema, en el corralón ya tenemos un taxi con la misma matrícula, tarjeta y registro. Dos carros de alquiler en físico y uno sólo en los registros. Es una situación poco común, la primera que me toca conocer de forma directa. Creo que le llaman clonación. Va a ser indispensable que el legítimo propietario acuda al departamento de vialidad. Debe llevar todos los papeles que tenga del vehículo, factura, permisos, pago de impuestos, revistas, en general todo. Ningún documento estará de más. Ahora sí que no le puedo ayudar con nada-, dijo lo último apenado.

Llegó la grúa y cargó con el automóvil. Firmé el inventario que en mi presencia elaboró el operador y me despedí del Dardo. Intuí que si le recuperaba ya no sería el mismo. Con nostalgia vi partir la comitiva, el agente, la grúa y el taxi.

Nos tocó andar a pie una vez más. Estábamos cerca de casa. Llegamos y fui directo a un mueble de descanso. Cannabis sacó una pipa. Mi endeble tolerancia al hachís me advirtió que fumase el doble de lo acostumbrado. Cargamos tres pipas y armé seis cigarros.

"Te vas a poner muy loco" escuché decir a Cannabis.

"Necesito olvidar. Tengo que olvidar todo. No recuerdo dónde están guardados los documentos", le comenté. Quedamos en silencio, cada uno con sus pensamientos. 

-¿Cannabis, de qué platicaron en el jardín?- le pregunté intrigado.

-¡De cosas maravillosas! Pero por lo que a nosotros atañe hay noticias. Mi hermano Negro después de olfatearme quiso leerme la buenaventura, como es su costumbre, pero su olfato no pudo seguir el rastro de mi futuro, y eso es decir mucho si de Negro se trata. “Ten cuidado con el gobierno” me dijo, lo dedujo de lo poco que su sensibilidad pudo penetrar en mi futuro. Tenemos una misión en puerta, quizá ya estamos en ella.

Dejé el mueble de piedra para tirarme en el suelo boca arriba, con la mirada perdida en las altas paredes del socavón. Valoré la afirmación de Cannabis. Con el carro en el corralón en una situación de incertidumbre y sin los documentos a la mano. No podía imaginar siquiera qué sería de mí, en caso de no recuperar el carro. Me sentí por completo vulnerable. "Ten cuidado con el gobierno" escuché a Cannabis repetir la advertencia. Guiado por la intuición prendí otro cigarro. Debía olvidarlo todo. Sólo así podría recordar lo necesario. Iba a prender uno más cuando por un bostezo se inundaron mis lagrimales y mi vista se nubló. La temperatura pareció aumentar. Escuché un ruido de marcha, un cíclico sonar de ejes y el chirrido de los rieles al contacto con las ruedas. La tierra se cimbró. Mi espalda resintió el temblor de los durmientes. La vibración se atenuó en la medida que el tren alcanzó una velocidad constante. Vagones cargados de reminiscencias me pasaron por encima. Comprendí que debía aceptar impasible el pasó de los recuerdos si quería sobrevivir a mi pasado. Después del último eslabón los durmientes dejaron de vibrar y el polvo se disipó. Palpé los rieles, estaban calientes. Libré la experiencia con sólo algunos rasguños provocados por pequeñas piedras que me impactaron a gran velocidad, así como de pedazos de lámina que se desprendieron de los vagones más grandes. Volteé a la lejanía, el punto desapareció.

Intenté acomodar mis ideas. Tuve la repentina urgencia de asearme. El paso de los vagones me dejó embotado y un tanto desaliñado. Caminé en el sentido contrario a la marcha del tren. Llegué directo a una habitación. Pasé a la ducha. Al contacto con el agua mis pensamientos se despejaron. Después de vestirme presuroso acudí al salón principal donde Cannabis me esperaba. 

Salimos de la guarida y experimentamos una sorpresa mayúscula. Nunca había visto lo que tenía frente a mis ojos, sin embargo comprendía todo a la perfección. A diferencia de Cannabis, que de manera tajante se mostró extraviado y evidentemente confundido. La ciudad no tenía calles y esa zona no contaba con edificaciones sino con túmulos para guarecerse por la noche de forma provisional. Escuché un potente zumbido. Segundos después tenía a pocos metros por encima de mí a una unidad de la policía. 

-Tírese al suelo con los brazos separados de su cuerpo o mandaremos la descarga a máximo nivel de conformidad al acuerdo bilateral 3500125.

-¡Larga vida a la provincia!- pronuncié al tiempo que obedecía la orden. El vehículo aterrizó. De él bajó un uniformado con una pistola, me apuntó con ella y disparó. Sentí un fuerte golpe y un cosquilleo en todo el cuerpo. Quedé paralizado desde los hombros para abajo.

-¡Larga vida!- contestó el formulismo el policía, y guardó su arma.