Hipergrifo el taxista y su leal can Cannabis (5)

in #cervantes6 years ago (edited)


Insólitas aventuras de un dúo psicoactivo

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La escalera daba en pleno a la sala de la vivienda. Conforme subía los últimos escalones pude ver a una señora bastante obesa sentada en un sillón. No esperaba al inquieto perro que tenía enfrente, su ansiedad se alivió al verme.  

-Háblele a su perro- me ordenó con urgida voz baja. -El niño llegó hace rato de la escuela y está acostumbrado a dormir por la tarde, no quiero que le despierte. ¡Que no ladre, que no haga ruido, que no esté husmeando!- remató pegando suaves brincos sin llegar a levantarse del sillón. Troné los dedos y palmeé el costado de mi pierna.

-Espérame en el carro- le ordené y se encaminó a bajar las escaleras. -Tengo esta dirección para hacer un servicio al licenciado Asencio-, al escucharme aterrizó en el hecho y cambió su semblante. Me miró añorante, con cierta incredulidad. Su mirada oteó con recelo.

-¿Es usted taxista?- preguntó en un susurro que acentuó la interrogante.

-Sí.

-¿Tiene credencial a su nombre?

-¡Desde luego!-, le mentí con mucha seguridad; si bien he tenido varias, en ese momento no sabía si tenía alguna a la mano.

-Ha llegado muy pronto- dijo decepcionada, pero añadió la oportunidad de resarcirla. –Él estará aquí a la medianoche.

-En punto de las doce volveré- le aseguré y de inmediato me encaminé a la salida. 

En la calle vi que Cannabis aguardaba en la esquina, afuera de un estanquillo, le acompañaba el dependiente que barría la calle.

-¿Es suyo?- me preguntó, asentí con la cabeza. –Qué bonito animal -agregó e hizo un silencio para girar la charla al tema de su interés. -¿Y qué razón me da del licenciado? ¿Sigue igual o ya está mejor?-. Aunque trastabillé no fue evidente mi contrariedad, tuvieron que pasar segundos antes que contestase con otra pregunta.  

-¿Qué le puedo decir?-. El tendero, un hombre canoso que rondaba los sesenta, cabeceó desconsolado.

-Le vi salir de la casita de don Arnoldo ¿Es usted su pariente?- me inquirió después de su momentánea aflicción, como para corroborar la veracidad de la fuente.

-No, soy empleado- me pareció pertinente contestar; por otra parte, mi interlocutor quería escuchar esa respuesta.

-¡Son unos abusivos!- se aventuró a darle salida a su indignación. -No puede ser posible que lo tengan internado en el Hospital Civil teniendo el licenciado tanto dinero; ¿usted le puede llamar a eso “familia”? Con razón se vino a encerrar a esa covacha y ni la puerta abría cuando venían a buscarle. Yo por eso a veces prefiero ser pobre-, se siguió de largo denostando a la parentela del que llamó estimado cliente. Le calificó de huraño y  a su vez se jactó de ser él el único en el vecindario con quien intercambiaba impresiones; algún recuerdo ensombreció su mirada y vi la oportunidad de despedirme.

-Hágame un favor, en caso de que algo suceda avíseme-. Me pidió de forma encarecida, le hice saber que así sería.

Subimos al taxi y me encaminé al Hospital Civil con la anuencia implícita de Cannabis. Hicimos el trayecto en silencio, ambos reflexivos hilando los acontecimientos. Me estacioné cerca de la entrada de ambulancias. El perro no se quiso quedar en el carro a pesar de mis protestas. “Camina decidido, con firmeza y un solo pensamiento: dar con el objetivo; entonces no habrá quien perciba nuestra presencia”, escuché la voz de Cannabis. Sin discutir le permití acompañarme y aun seguí su recomendación. Entramos por la puerta de urgencias y recorrimos los pabellones sin oposición de guardias o enfermeros, aunque no pasamos desapercibidos del todo; algún enfermo nos saludó, algún otro me miró atemorizado. Paramos la búsqueda en la sala de terapia intensiva. El nombre del paciente colgaba de la cama dentro de una mica transparente, junto a su expediente médico. Concentré mis percepciones para desentrañar la historia de Arnoldo. Mi esfuerzo fue vano, mi mente no recibió información de ningún tipo. El cuerpo de Arnoldo estaba vacío. No pude ver más allá de un muñeco hueco enredado en sondas y conectado a diversos aparatos. Saqué el expediente y le di una somera lectura que si bien no podía ser de otra manera, me brindó mucho más información. “¿Nos vamos ya, Cannabis?”, le pregunté; como respuesta se encaminó a la salida.

-Debemos volver a casa- me dijo en el taxi. Durante el camino intercambiamos impresiones. Según el expediente Arnoldo había ingresado al nosocomio con múltiples traumas, en calidad de grave e inconsciente. Imaginé de momento cómo caía por las escaleras. Contra todo pronóstico, con los días superó la fase crítica y se estabilizó en el estado comatoso profundo en el que se encontraba desde hacía tres meses. Cannabis supuso que nuestra cita a medianoche resolvería la situación, su discernimiento me pareció razonable. La única diferencia entre ambos se mantuvo aun cuando llegamos a la casa, fuimos directo al escritorio del centro de operaciones, y aun teniendo a la vista la copia que se nos habían corrido Cannabis ratificó su dicho.

-El mensaje es de una sola persona, es de Arnoldo-, aseguró con serenidad.

Por el contrario, yo sostenía que las diferentes caligrafías evidenciaban lo contrario. “Ya le preguntaremos a él mismo”, le comuniqué a Cannabis en una especie de afrenta y guardé el papel en la cartera. Decidimos en tanto se acercaba la cita darle mantenimiento a nuestro centro de operaciones. Concentrado en los hechos de lo que parecía ser mi auténtico trabajo regaba las macetas y desbrozaba las matas; ¿Por qué habría de llevar a Zapopan a Arnoldo, quién sería la vocera que había estipulado la cita? Tenía preguntas, pero no tenía la menor duda de que podía cumplir el objetivo. Antes de salir a recoger el pasaje armé suficientes cigarrillos, por si la noche se prolongaba.