Sábado 24 de marzo, mi aventura en la sierra del estado de Hidalgo, estaba por comenzar. Aquel día conocí un pequeño pueblo llamado: el Ocotal. Es una pequeña comunidad del municipio de Huehuetla, se encuentra en el noreste del estado; mismo, que vio nacer a éste humilde bizcocho recién salido de la panadería (o sea yo).
Llegué a ese lugar por azares del destino, o mejor dicho; porque me auto invité a una misión religiosa que mi tía estaba organizando. Ajeno a todo lo religioso, decidí ir por cuestiones meramente personales. Mi intención primordial era conocer otros lugares, otros contextos, otras realidades, otras formas de pensar. Viajé sin expectativas, quería que la vida me sorprendiera… ¡y vaya que lo hizo!.
Desde que llegué, los paisajes hermosos me dieron la bienvenida, montañas descomunales e imponentes me hicieron reflexionar sobre el diminuto espacio que ocupo en esta vida. La primera familia que nos acogió, nos recibió con una cálida y enorme sonrisa dibujada en sus nobles rostros. Nos invitaron una deliciosa cena; había tortillas hechas a mano y guisados con sabores singulares. Al terminar de cenar, nos dimos cuenta de que la noche y el cansancio nos habían alcanzado. La noche en aquel lugar era única, la obscuridad era envolvente y el silencio abrumador.
Al día siguiente, conocimos a más personas del pueblo, aunque no tuvimos la oportunidad de establecer una conexión debido a nuestras actividades ya estipuladas. Cada familia del pueblo se acercaba con nosotros para invitarnos amablemente a su casa para ir a comer, no tenían problema alguno para ser anfitriones.
Dentro de las actividades que teníamos preparadas en la semana, pude percibir la grandiosa disposición de cada persona para integrarse a nosotros. Los niños eran los más puntuales y emocionados para llevar a cabo las actividades. Podía ver y sentir esa emoción e inocencia a través de sus miradas y risas. Aquellos niños podían iluminar cualquier lugar con sus almas resplandecientes, estaban ansiosos por salir a jugar, con un deseo vehemente por aprender, ávidos de estímulo e impetuosos por vivir el instante.
Cada vez que llegábamos a una casa para ir a comer, las personas nos abrían con alegría las puertas de su hogar y con ello nos abrían las puertas de su vida y de su corazón; digo eso, porque las personas se brindaban al máximo, nos hacían sentir tan bien que no querías irte. A pesar de su realidad y sus condiciones de vida, la generosidad en ellos era incuestionable; y no sólo hablo de una generosidad tangible, sino también de una generosidad intangible, sus vibraciones eran tan altas que sólo absorbían las nuestras, llenando el ambiente de armonía y de paz. En el Ocotal no había lugar para la hipocresía y la falsedad, sus habitantes sacaban los mejor de cada uno de nosotros.
Nunca imaginé que aquel sitio se convertiría en un cóctel de emociones contrastantes; por un lado te inundaba de rabia, de coraje, de tristeza e impotencia, contemplar sus condiciones de vida; una vida muy precaria y llena de carencias. Y por el otro lado, me sorprendía su generosidad, su alegría, su empatía, su felicidad, su gigantesca riqueza como seres humanos. Beber de ese cóctel, significaba beber un sorbo de humanidad. Los efectos secundarios se manifestaban por medio de lágrimas abundantes que recorrían nuestras mejillas.
Cuando estaba en el Ocotal, no extrañé en lo absoluto mi estilo de vida, después de todo, me sentía como en casa.
De camino a mi hogar, la reflexión y la introspección se hicieron presentes. Frases como: “si no eres feliz con lo que tienes, tampoco lo serás cuando lo tengas” o” la abundancia no es lo que tenemos, es lo que sabemos disfrutar”, resultaban que eran ciertas; mi experiencia las validaba. Como era posible que existían personas sin estrés viviendo el día a día de manera extraordinaria, sin preocuparse de banalidades, personas que no compiten entre sí, personas que entierran su ego en las profundidades de su ser, personas que dan todo sin pedir algo a cambio, personas que tocan las fibras más sensibles de nuestra alma, personas que trascienden sin proponérselo, personas que nos dejan una huella indeleble en nuestras vidas; como era posible que esas personas aún existen, en un mundo caótico donde todo es trivialidad, maldad y egoísmo.
Ese viaje me enseño algo muy importante; que la generosidad no es sólo dar cosas, ser generoso; es dar tiempo, y no sólo tiempo, sino tiempo de calidad. Ser generoso; es dar palabras y no cualquier palabra, sino palabras positivas que inspiren y motiven a los demás. Ser generoso; es dar emociones y no cualquier tipo emoción, sino emociones de alta frecuencia como: la alegría, la gratitud y el amor. Ser generoso; es dar, toda nuestra existencia… porque nuestra generosidad, siempre, puede ir más allá de nuestra realidad.
Felicidades, gracias por compartir esto, me agrada mucho leer este tipo de contenido
Muchas gracias Xio, me da gusto que haya sido de tu agrado. Aprecio mucho tu comentario. Saludos a Venezuela :)
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