El día tan anhelado para Julia, había llegado. Era un día soleado, con la intensidad del azul en el cielo. Los pajaritos se suspendían en el aire, adornando el horizonte. El día perfecto, para la celebración perfecta. Los rayos de luz atravesaban los ventanales para iluminar la iglesia. La sonrisa de Julia brillaba con vehemencia, considerándola como una fuente singular de luz. Su mirada tierna se perdía en los ojos de Pedro. Dios era testigo de su gran amor.
El momento más importante de la ceremonia, dio inicio:
… los novio sujetados de las manos. Uno frente al otro.
El sacerdote le preguntó a Julia:
-- Julia, ¿Aceptas a Pedro como tu esposo?, ¿Prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?
Julia respondió: -- Sí, acepto.
El sacerdote profirió: -- Puedes besar a la novia.
Los labios de Julia y Pedro se tocaron sutilmente. La ovación de los invitados fue estentórea. La felicidad les embriagaba. Era la unión de dos corazones. Era la fusión de dos almas. Era el inicio de una nueva vida… era; el principio del fin.
Para saber la causa de ese sombrío final, tuve que tomar mis maletas y viajar hacia al pasado. Desde que despertó mi consciencia, recuerdo con amargura que fui educado en las mejores escuelas del machismo. Los pilares de mi familia, fueron los mejores maestros impartiendo clases. Sus conductas machistas las aprendía las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. El canal de comunicación más explotado, era mi canal visual. La observación bastaba para memorizar como tenía que ser un auténtico macho.
Entonces aprendí viendo en mi casa, en la de mis amigos y en la de mis primos. En todas las casas se repetían los patrones de conducta que yo vivía, esos patrones se repetían una y otra vez; como si el machismo formara parte del inconsciente colectivo. Y fui creciendo con esa absurda idea, sintiéndome superior a la mujer; por el simple hecho de ser hombre. En aquellos tiempos no cuestionaba el orden de las cosas, simplemente suponía que la vida era así. Toda la educación que recibía estaba impregnada de machismo. No se daban cuenta, que ese legado milenario, me lastimaba.
Recuerdo a mi madre invertir grandes cantidades de tiempo en las tareas del hogar. Ella planchaba, lavaba, cocinaba y un largo etcétera; mientras que mi padre contemplaba la existencia desde su majestuoso trono. Su corona de oro lucía imponente, o al menos eso quería imaginar. Las historias del príncipe valiente y las princesas sumisas que veía en la televisión; las sentía tan reales.
Escuchaba a mis tíos decir que “fulanito” andaba con muchas mujeres y eso en automático lo convertía en un cabrón, un seductor por excelencia. También hablaban de mujeres, en particular de “zutanita”, ella andaba con muchos hombres y en automático creí que la convertiría en una cabrona ¡pero no! , para mi sorpresa, eso la convertía en una puta. Y seguía escuchando y observando.
El apellido de mi padre es el primero de mis apellidos. Y nunca me cuestione el porqué, supongo que era, porque mi padre era la máxima autoridad de la casa, y tampoco me cuestione quien lo había nombrado como la máxima autoridad. Todos esos privilegios quizá eran exclusivos por ser hombres.
Esa ideología machista me acompañaba hasta mi escuela. En los festivales de primavera siempre quise disfrazarme de abejita, flor o árbol, pero no podía hacerlo, sólo me dejaban el papel del león o elefante o de otro animal salvaje. Al parecer el papel de abeja o flor le pertenecía a las niñas. Estaban subcomunicandome la fragilidad femenina.
Aquella ideología machista concebida en el seno familiar, era alimentada por la escuela. Mi ideología cada vez más obesa, me acompañaba a misa cada domingo. Allí no había leones, ni elefantes, sólo había lindos borreguitos tragándose todo lo que el pastor decía. Me llamaba la atención porqué era un hombre quien les daba de comer y no una mujer, tal vez porque Dios creo al hombre en primera instancia. Fue así como las piezas del rompecabezas se completaban, dándole un significado más amplio a lo que acontecía; entendí que eran los designios divinos e incuestionables de un Dios machista.
El machismo terrenal seguía extendiendo sus monstruosos tentáculos alcanzando todas las esferas de mi vida, apretaba con firmeza cada una de ellas, desde la esfera familiar hasta la esfera social.
Regresando de una maravillosa luna de miel, Julia y Pedro comenzaron a vivir su realidad. Al poco tiempo de convivencia, Pedro comenzó a vomitar lentamente todo su asqueroso machismo en el rostro angelical de Julia, manchando todas sus ilusiones.
Pedro comenzó a celar a Julia por todo. Tenía celos de su jefe, de sus compañeros de trabajo, del vecino, de sus primos, del perro de la calle y del aire que respiraba. Ahora los celos se añadían a la ecuación de su relación. Julia estaba confundida por el comportamiento de Pedro, pero como ella lo amaba; le restaba importancia. Pedro comenzó a controlar la forma de vestir de Julia, él decidía como tenía que arreglarse. Por cierto, le prohibió maquillarse. Además de controlar su forma de vestir, comenzó hacerlo con su forma de ser y con su forma de pensar. El control era una constante más en la ecuación.
Cada vez que salían de paseo, Julia con un aspecto desaliñado; conservaba aún su hermosa sonrisa, usándola como su principal accesorio. Pedro al ver que Julia le regalaba su sonrisa a la gente, comenzó a censurarle. Le dijo que ya era una mujer casada y que no tenía ningún derecho a sonreírle a medio mundo.
Cuando iniciaban una discusión, los argumentos de Julia tenían mayor peso y congruencia que los argumentos de su amado esposo. Era en esos segundos cuando la fuerza bruta emergía de la nada, impactando con la mesa en forma de golpes. Esa fuerza que estimulaba la falsa superioridad de Pedro. La misma fuerza que le hacía ganar las discusiones.
Pedro ya no quería una compañera de vida, quería una esclava de por vida. Empezó aislar a Julia de todo su entorno: la alejó de sus seres queridos, de sus amigos, y de las personas que la conocían. Julia se encontraba atrapada entre las llamas del infierno, sólo quedaban las cenizas de sus sueños rotos. Un sufrimiento que yacía en el fondo de su ser. Las caricias se fueron convirtiendo en golpes, los elogios en insultos, la admiración en humillación y la felicidad en tristeza. Julia ya no vivía, sólo existía. Un sentimiento inalienable de dolor tan denso, que terminó por quebrar su encantadora sonrisa…
Y ustedes se preguntaran: ¿Porque Julia no huyó simplemente a los primeros síntomas de violencia? Existen una y mil razones por las que Julia soportó ese suplicio. Quizá pensaba que los maltratos y el control eran sinónimos de amor; o quizá fue el miedo a empezar de cero; o quizás el temor al qué dirán; o tal vez a su inmensa falta de amor propio; o probablemente porque estaba acostumbrada a ese estilo de vida insano… jamás lo sabremos.
Muchas historias como la de Julia y Pedro nacen, se reproducen y mueren todos los días. Una penosa metamorfosis del amor, que sucumbió en las manos de Pedro.
Vamos analizar el comportamiento retrógrada de Pedro y de algunos de mis congéneres. ¿Por qué actúan como hombres de la edad de piedra? Entiendo que vivimos en una cultura arraigada en el machismo, y que muchos como Pedro y yo fuimos educados bajo esa filosofía. Pero, entendamos la esencia misma del machismo.
Creo que el machismo es una expresión de miedo. Nuestras vidas son tan obscuras que buscamos escapar de esa sensación, apagando la luz femenina. Para llegar a ser, necesitamos oprimir a la mujer. Nos basta que nuestra mujer nos obedezca para sentirnos realizados, aunque en nuestra vida cotidiana seamos unos mediocres, pusilánimes y buenos para nada. Lo demás no nos importa, mientras tengamos el control de la relación.
El machismo es un deseo egoísta.
El machismo es inseguridad y prejuicios.
El machismo es una enfermedad contagiosa.
El machismo es un mecanismo de defensa para ocultar nuestra debilidad.
Los hombres tenemos miedo a liberar todo su potencial. Tenemos miedo a su infinito poder. Tenemos miedo a que nuestra fuerza física se vea rebasada por su fuerza interior. Tenemos miedo a su resistencia, a su capacidad de dar vida, a su creatividad, a su inteligencia, a su responsabilidad, a su sexualidad. Tenemos miedo a su inconmensurable magia.
Por lo tanto, el miedo ha sido nuestro mejor aliado durante siglos. Nos persiguió en el pasado, nos persigue en nuestro presente, y en mi futuro no quiero que me persiga nunca más… Ahora te quiero a ti. Quiero que embellezcas mi universo y lo hagas más sugestivo. Quiero que me quites la venda de los ojos, para poder apreciar tu plenitud.
Dame tu mano mujer y ayúdame a destruir éste paradigma. Luchemos para cambiar la opresión en libertad y la violencia en respeto. Rompamos juntos las cadenas del machismo, renunciemos poco a poco a la consciencia patriarcal y seamos libres por primera vez en ésta experiencia humana.
Prometo amarte, impulsarte y hacer de ti, una mejor mujer… Ven y dame tu mano.
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Gracias nuevamente paisanos. Aplaudo y valoro el esfuerzo que hacen por la comunidad mexicana. Muchas gracias :)
@Lucioni tienes el arte de cautivas al lector desde la primera frase hasta el final. Tus letras son tan vividas... debo confesar que sentí cada palabra que leí, pude experimentar felicidad, rabia, dolor... Cuánta reflexión en tus palabras. Tu escritura es grande y enriquecedora.
¡Muy buen trabajo! Te dejo un inmenso abrazo en la distancia.
¡Saludos!
PD: Gracias por siempre estar presente en mi blog.
Muchas gracias Liz. Tu retroalimentación es muy importante para mí. Me ayuda a crecer y seguir mejorando día a día. Te agradezco de corazón que pases a leer mis lineas y recibo con mucho gusto ese inmenso abrazo.
Saludos hasta tu hermoso país :)
Tu publicación es excelente, hay muchas publicaciones que hablan sobre lo mismo y la verdad que las ignoro o las comienzo a leer y no sigo, pero la tuya llama la atención de principio a fin. Es genial como señalas todas las practicas que ha asumido la sociedad favoreciendo este comportamiento machistas, y que son vistas como "normales" , posiblemente Julia vivió algo similar de niña, ve en la misma sociedad que se defiende el comportamiento de su esposo, y esta atrapada en una cárcel mental creada por creencias donde ni ella misma pueda salir. Saludos
Desafortunadamente muchos vivimos atrapados en esa cárcel creada por nuestras creencias; como bien lo mencionas. No somos conscientes del daño que nos hacen o del daño que hacemos. Lo vivimos de manera natural, que ese comportamiento se torna imperceptible. Ojalá abramos los ojos y abracemos la igualdad para nuestra felicidad.
Muchas gracias por tu apoyo y retroalimentación. Saludos y que estés muy bien :)
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