Se escapó de un museo.
Del de Dios.
Se escapó de las garras de una enfermera que iba a vacunarla, cuando tenía cinco años.
Y de la mandíbula de un perro con rabia, cuando tenía ocho.
Se escapó de ese vestido con escote, el que su amiga le sugirió ponerse para atraer a ese chico, a los trece,
y del brócoli a la fuerza y la dieta mediterránea, a los quince.
Se escapó por la ventana a los dieciséis,
porque los besos de aquel muchacho le daban más alas que un RedBull,
y se escapó de la policía a los diecisiete, cuando su novio robó aquel licor barato en el hipermercado.
Luego se escapó del novio, y no volvió a esa calle.
Se escapó por un año del lente de una cámara,
cuando a los dieciocho su cuerpo no se veía como el de las chicas de la revista,
y luego se escapó de ser sentenciada por Vogue a prisión de por vida,
cuando decidió amarse, a ella, y a sus medidas.
Se escapó de limitar su poder cuando decidió tocarse a sí misma,
y se escapó de culparse por sentirse mujer, y sentirse bien, y tener orgasmos, y sentirse viva.
Se escapó de un corazón duro, cuando decidió amar de nuevo a los veinte,
y se escapó a los veintiuno de todo aquel que no la dejara decir lo que pensaba.
Leyó sobre el feminismo y le puso nombre a su escapismo.
Se escapó a los veintidós del jefe que le pidió que dejara su celular en la mesa y cerrara la puerta,
y se escapó a los veintitrés del novio que le dijo que debía volver temprano a casa porque sólo las putas andaban de noche.
Se escapó del temor por ser mujer y fue a protestas.
Se escapó del celibato y disfrutó del sexo solo por placer, mientras no buscaba al indicado.
Se escapó de la iglesia, de la religión, y simplemente decidió ser generosa.
Se escapó a los veinticinco de las preguntas ociosas: "no tengo novio porque he decidido estar sola", respondía, y se escapó de la necesidad de justificarse un poco después: "mi vida sentimental no te incumbe", sonreía con malicia.
Se escapó de los que la llamaron "mal educada" y, a los veintiséis, se escapó de esa amiga que le dijo "si te vistieras más femenina, seguramente ya tendrías novio".
Se escapó de los que la llamaron "lesbiana", porque llovía halagos sobre otras mujeres.
Se escapó de comprar tampones o condones con vergüenza, y a los veintiocho se escapó de su ginecóloga cuando le dijo que ya era hora de pensar en los hijos.
Se escapó a los treinta de sentirse caducada y vieja, y se dio cuenta de que la vida estaba contenida en la energía con la que hacía las cosas que amaba. No en los años. Se escapó entonces de los años.
Nadie aún la ha encontrado. Ella vive alegre, huyendo.
Y a pesar de su historial de fugas de cárceles tan invisibles como reales,
prometió seguir escapando:
al mundo -piensa-
le hacen falta
mujeres
libres.