G a t o N e g r o
El peso de su mirada me congeló las pisadas. Algo escondía el ámbar de sus ojos que me hacían celebrar al sol por su luz. ¿Para qué mentir? De noche me habría orinado encima por todas esas tonterías que nos hacen creer sobre los gatos negros. Y aunque yo no me dejo llevar por supersticiones, la oscuridad me hace temerle a todo lo que se mueve... hasta a mí misma.
A su nivel me agaché para quedármelo viendo un rato. Incluso le tomé un retrato (sí, el que has mirado). Parpadeaba en cámara lenta mientras clavaba sus ojos en los míos. Sentía que quería enviarme un mensaje, ¿qué cosa podría ser? ¿Y cómo demonios iba yo a saberlo?
Luego recordé un fragmento de un artículo que yo misma escribí hace un tiempo, más o menos rezaba lo siguiente:
"Si quieres saber la verdad, no escuches, mejor observa."
Al verlo tan débil, lo primero que reparé fue en buscar un trozo de pan. Una solución inútil, pues de solo verlo sabía que estaba ‘más de allá que de acá’.
Entonces lo acaricié. Cerró los ojos. Se desplomó.
Tal vez el gato negro partió a lo desconocido cargando en sus ojos ámbar aquello que me condujo hasta ahí.
Quién sabe…
Pero compasión quería él y yo sin saberlo eso le di.
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