El automóvil se desplaza a gran velocidad, vertiginosamente van desfilando los arboles ubicados a cada lado de la carretera; él no los mira, solo percibe con la visión periférica manchas marrones y verdes que aparecen y desaparecen con igual celeridad. Su vista esta fija en la culebra gris que serpentea acariciando las ruedas del deportivo. El pie apretando fuerte el acelerador que no se resiste a la presión, cede fácilmente como una tripa blanda hundiéndose hacia una profundidad insospechada. Le es agradable la sensación de la brisa sobre su cara y el azotar de los cabellos introduciéndose en los ojos, semicerrar ojos… cerrar los ojos… abandonarme al sueño… Una mano aferrada al volante mientras la otra descansa sobre la pierna de su pareja.
-Tengo frío.
-Acércate.
Una fina llovizna empieza a caer retardando aún más la salida del sol. La carretera comienza a tomar un color más oscuro a medida que la lluvia la empapaba totalmente. Cerrar ojos… cerrados…
-Fue divertido.
Ujumm… tengo sueño
-¡CUIDADO!
El frenazo brusco, el patinazo que pone el deportivo a dar vueltas como si quisiesen unirse trompa y cola; los ojos desorbitados viendo la mancha verde-marrón acercarse confundiéndose con el rojo que se extiende y lo cubre todo.
Estoy tendido en la camilla, hace rato me trajeron acá, las manecillas del reloj marcan las once, creo que choque contra aquel árbol atravesado en mi ruta, recuerdo el girar y girar disparado cuando se abrió la portezuela, antes de que la mancha verde-marrón me detuviera y formara conmigo un nuevo elemento n el cual nos unimos en forma indisoluble: sangre y savia, dedos y brotes… veo trajinar batas blancas, batas verdes, ninguna se detiene. El cuarto esta maloliente, un olor a sangre mezclado con antibióticos, hay un cuerpo rígido colocado a mi lado en la otra camilla. Una bata blanca le ha colocado una sábana sobre el cuerpo cubriéndole la cara y brazos amoratados.
Las dos figuras salen del cuartucho sin atenderme. ¿Por qué? Siento el cuerpo no logro mover los brazos ni las piernas, estoy plantado en el centro de la tierra y raíces profundas me aferran a ella. Si pudiera gritar, llamara… vengan atiéndanme, alívienme este dolor en carne y huesos… estoy vivo… vivo. Un hilo caliente baja desde mi cabeza, recorre el cuerpo, rueda suavemente por los muslos, parece ser indetenible, lo siento húmedo y pegajoso al deslizarse por las piernas y caer al piso donde va formando un charco rojo, profundo, doloroso… no sé, estoy confundido, tal vez estoy soñando, sin embrago soy yo quien se desangra lentamente y en soledad. ¿Por qué me dejan solo? ¡Auxilio! Estoy vivo… no me dejen morir. Me llegan voces desde lejos. Debo gritar fuerte o estaré perdido.
Siente las voces más cerca. Ve acercarse dos batas blancas que se confunden con un traje negro.
Ya llegan. Me han escuchado y me conducirán al quirófano, tal vez. Debo haberme golpeado la cabeza, siento un dolor terrible y punzante.
–Ave María Purísima.
–Sin pecado concebido.
–Descanse en paz… Amen– la voz del sacerdote entona un rezo casi inteligible.
–Está desfigurado, aunque todavía se notan rasgos delicados y hermosos, que desgracia. Se ve que era muy joven. Fue un golpe terrible, murieron en forma instantánea –comenta la enfermera–NOOO… FALSO… ESTOY VIVO… LLAMEN AL MÉDICO… PORFAVOOOORRR.
¿Qué pasó con Inés? No pudo haber muerto, imposible… se equivocan. Conduzco de forma impecable, aun a grandes velocidades. Señorita llame al médico… inútil no me oyen.
Las tres figuras cruzan el umbral de la puerta, las ve alejarse por el pasillo blanco; cruzan batas verdes, rosadas, amarillas, bandejas, frascos, inyectadoras, sueros, carpetas, formatos, los gritos, los ayes, los lamentos, los Dios mío, las colas, estoy aquí desde la madrugada, no me atienden, ni a mí, mi niño esta grave, no hay personal, no hay insumos, rostros macilentos con la palidez del insomnio, rostros tejidos con el tul de mil arrugas, pasan batas blancas, rosadas, verdes, no puede atenderlo está reunido, la respuesta del ayer, del mes pasado… debemos de… yo creo que… a mí me parece que… busca un equipo de punción lumbar, no hay, busca el estetoscopio, no hay, inyéctale una ampicilina, no hay, en esta mierda no hay nada… ay… ay…
Cierro los ojos oprimiendo fuertemente los parpados, veo una mancha oscura alargándose, desplazándose en movimiento espiral como queriendo encontrarse consigo misma. Estoy flotando en un mar de esperma y soledad con velas encendidas, llegan mezclados el olor amarillo del clavel del muerto con el morado de la albahaca y el gris del cuartucho hospitalario, siento mil caballos coceando sobre mis sienes, vi mariposas aleteando en mi pecho, mil espinas de cactus se entierran en mi carne, un sabor de cundeamor, de guácimo y de sangre me adormece la lengua, los rumores confusos inexplicables me aturden… REQUIEM, AETERNA DONA EIS DOMINE: ET LUX PERPETUA LUCEAT EIS; REQUIESCATIN PACE… AMEEEEN. Los círculos concéntricos de la lámpara me arrastran y hunden al pozo profundo sin hoy ni mañana, es el sumergirse en un abismo infinito sin asidero que detenga la caída. Es una pesadilla, Inés. Tengo que despertar.
Toc, toc, toc. El rostro duro, insensible, la camilla sorteando obstáculos.
– Por fin vienen a buscarme, me llevan al quirófano...
Cruzo pasillos blancos, insomnes, apagados hasta detenerse en una puerta grande que se abre al impulso.
– ¡Ah no! ¡Ahí no quiero entrar! ¡Auxilio!
fuente fotografica: @itsfunlouis – El empleado sin turbarse abandona su carga sobre un mesón; el aire frio le obliga a salir cerrando la puerta herméticamente. En la parte superior destaca un letrero rojo, es un aviso intermitente indicando mil caminos un destino: MORGUE.
Afuera la mañana sigue gris, por la venida del rio vertiginoso, el sonido de la radio, el pie sobre el acelerador, cien, doscientos, doscientos veinte… Carmen Campos.
-Tengo frío.
-Acércate.
Una fina llovizna empieza a caer retardando aún más la salida del sol. La carretera comienza a tomar un color más oscuro a medida que la lluvia la empapaba totalmente. Cerrar ojos… cerrados…
-Fue divertido.
Ujumm… tengo sueño
-¡CUIDADO!
El frenazo brusco, el patinazo que pone el deportivo a dar vueltas como si quisiesen unirse trompa y cola; los ojos desorbitados viendo la mancha verde-marrón acercarse confundiéndose con el rojo que se extiende y lo cubre todo.
Estoy tendido en la camilla, hace rato me trajeron acá, las manecillas del reloj marcan las once, creo que choque contra aquel árbol atravesado en mi ruta, recuerdo el girar y girar disparado cuando se abrió la portezuela, antes de que la mancha verde-marrón me detuviera y formara conmigo un nuevo elemento n el cual nos unimos en forma indisoluble: sangre y savia, dedos y brotes… veo trajinar batas blancas, batas verdes, ninguna se detiene. El cuarto esta maloliente, un olor a sangre mezclado con antibióticos, hay un cuerpo rígido colocado a mi lado en la otra camilla. Una bata blanca le ha colocado una sábana sobre el cuerpo cubriéndole la cara y brazos amoratados.
Las dos figuras salen del cuartucho sin atenderme. ¿Por qué? Siento el cuerpo no logro mover los brazos ni las piernas, estoy plantado en el centro de la tierra y raíces profundas me aferran a ella. Si pudiera gritar, llamara… vengan atiéndanme, alívienme este dolor en carne y huesos… estoy vivo… vivo. Un hilo caliente baja desde mi cabeza, recorre el cuerpo, rueda suavemente por los muslos, parece ser indetenible, lo siento húmedo y pegajoso al deslizarse por las piernas y caer al piso donde va formando un charco rojo, profundo, doloroso… no sé, estoy confundido, tal vez estoy soñando, sin embrago soy yo quien se desangra lentamente y en soledad. ¿Por qué me dejan solo? ¡Auxilio! Estoy vivo… no me dejen morir. Me llegan voces desde lejos. Debo gritar fuerte o estaré perdido.
Siente las voces más cerca. Ve acercarse dos batas blancas que se confunden con un traje negro.
Ya llegan. Me han escuchado y me conducirán al quirófano, tal vez. Debo haberme golpeado la cabeza, siento un dolor terrible y punzante.
–Ave María Purísima.
–Sin pecado concebido.
–Descanse en paz… Amen– la voz del sacerdote entona un rezo casi inteligible.
–Está desfigurado, aunque todavía se notan rasgos delicados y hermosos, que desgracia. Se ve que era muy joven. Fue un golpe terrible, murieron en forma instantánea –comenta la enfermera–NOOO… FALSO… ESTOY VIVO… LLAMEN AL MÉDICO… PORFAVOOOORRR.
¿Qué pasó con Inés? No pudo haber muerto, imposible… se equivocan. Conduzco de forma impecable, aun a grandes velocidades. Señorita llame al médico… inútil no me oyen.
Las tres figuras cruzan el umbral de la puerta, las ve alejarse por el pasillo blanco; cruzan batas verdes, rosadas, amarillas, bandejas, frascos, inyectadoras, sueros, carpetas, formatos, los gritos, los ayes, los lamentos, los Dios mío, las colas, estoy aquí desde la madrugada, no me atienden, ni a mí, mi niño esta grave, no hay personal, no hay insumos, rostros macilentos con la palidez del insomnio, rostros tejidos con el tul de mil arrugas, pasan batas blancas, rosadas, verdes, no puede atenderlo está reunido, la respuesta del ayer, del mes pasado… debemos de… yo creo que… a mí me parece que… busca un equipo de punción lumbar, no hay, busca el estetoscopio, no hay, inyéctale una ampicilina, no hay, en esta mierda no hay nada… ay… ay…
Cierro los ojos oprimiendo fuertemente los parpados, veo una mancha oscura alargándose, desplazándose en movimiento espiral como queriendo encontrarse consigo misma. Estoy flotando en un mar de esperma y soledad con velas encendidas, llegan mezclados el olor amarillo del clavel del muerto con el morado de la albahaca y el gris del cuartucho hospitalario, siento mil caballos coceando sobre mis sienes, vi mariposas aleteando en mi pecho, mil espinas de cactus se entierran en mi carne, un sabor de cundeamor, de guácimo y de sangre me adormece la lengua, los rumores confusos inexplicables me aturden… REQUIEM, AETERNA DONA EIS DOMINE: ET LUX PERPETUA LUCEAT EIS; REQUIESCATIN PACE… AMEEEEN. Los círculos concéntricos de la lámpara me arrastran y hunden al pozo profundo sin hoy ni mañana, es el sumergirse en un abismo infinito sin asidero que detenga la caída. Es una pesadilla, Inés. Tengo que despertar.
Toc, toc, toc. El rostro duro, insensible, la camilla sorteando obstáculos.
– Por fin vienen a buscarme, me llevan al quirófano...
Cruzo pasillos blancos, insomnes, apagados hasta detenerse en una puerta grande que se abre al impulso.
– ¡Ah no! ¡Ahí no quiero entrar! ¡Auxilio!
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Afuera la mañana sigue gris, por la venida del rio vertiginoso, el sonido de la radio, el pie sobre el acelerador, cien, doscientos, doscientos veinte… Carmen Campos.
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