Sobre Aura, de Carlos Fuentes
"La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla."
-Jorge Luis Borges, Elogio de la sombra
Te levantarás sin saber cómo empezar a redactar, pero tratando de planear esos momentos importantes que quieres que resalten a la vista, que se fugan precozmente de tu cabeza y explotan como fuegos artificiales. La tendrás en mente, darás mil vueltas en la sala con el pequeño libro en manos, esperando a que se apodere de ti, te siente frente a la computadora y te haga escribir. Estarás confundido, leerás y releerás a Todorov, a Barthes y Mieke, Henry James, Eco y Genette, y poco a poco empezará a surgir. La idea se construirá en tanto tú lleves a la hoja todo lo que la naturaleza del relato y de la narrativa evidencien y hagan casi obvio, pese a que no lo sea. Cuando te des cuenta, estarás estudiando pedazo a pedazo la pequeña novela, empezando por la meticulosa descripción de todo, partiendo de la retórica simple, aunque cuidada, de Carlos Fuentes.
Escribirás, primero, sobre el tiempo y el espacio. Entonces te irás a los personajes, y acabarás -como es de esperarse- con lo referente al símbolo.
La nouvelle transcurre en casi una semana: el día en que Felipe observa el anuncio en el periódico, después cuando se presenta en la casa en busca del trabajo, el día en el que Felipe empieza a atar cabos entre la conducta de Aura y Consuelo, la jornada en la que yace con Aura y, finalmente, la noche en la que Aura se transforma en Consuelo. Entiendes que la disposición temporal de la novela hace que su recepción sea más realista. Los momentos de crisis son detallados en un parpadeo, son rápidos, directos, irritantes -véase la subida al autobús tras irse del cafetín el primer día-. La narración necesita de esa extensión de tiempo de cinco días para cuajar, para que las acciones, los personajes y los misterios calcen y se desenvuelvan con naturalidad por sí mismos. En ningún momento el texto fuerza a los acontecimientos. Y, cuando los somete a presión, es porque es estrictamente necesario -refiriéndome a los momentos de tensión, o a las crisis-. No se extiende demasiado en el tiempo, solo lo justo y necesario para justificar la resolución de la trama, tanto desde la perspectiva de Felipe, como de Consuelo.
Enfocas tu mente, se aleja del tiempo y ahora se posa como mosca sobre el espacio. El café donde Felipe lee y relee el periódico sin creerse la oferta de trabajo en el tablón de anuncios, el centro viejo y abandonado de la ciudad por donde camina hasta llegar a la entrada de la casa, las típicas acciones del día a día que te meten instantáneamente en los zapatos de aquel joven mexicano con un sueldo mediocre y mucho potencial. Te mudas a la casa de Consuelo, y caes en cuenta de que casi todo el espacio allí es sensorial, y no puedes sentirte más identificado con Felipe: no ves la madera húmeda, ni las plantas de sombra del patio de la entrada, pero la descripción que hace Carlos Fuentes hace que tus pulmones sientan el hedor estancado que impregna el jardín cubierto al lado del que camina Felipe para llegar a las escaleras de la casa:
Cierras el zaguán detrás de ti e intentas penetrar la oscuridad de ese callejón techado — patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso—. Buscas en vano una luz que te guíe… (p.6)
Sientes los pasos como tuyos, como si tú caminaras por ese corredor oscuro hasta haber dado con las escaleras que marcan la entrada de la casa. El espacio, entonces, abandona su carácter detallado y su función se comparte con el cuerpo: ya no es asunto de ubicarse, sino de tocar, de sentir, saber dónde uno está en la casa para encontrarse, no porque veas desde el pasillo la mesa del comedor, sino porque tocaste las paredes hasta acostumbrarte a la oscuridad, y entonces pudiste denotar la silueta mal dibujada de la mesa servida para la cena. Felipe está ciego en ese lugar, totalmente invidente, y eso lo comparte con nosotros. Por eso te es tan sentido, y no se te dificulta colocarte en sus zapatos, porque ves lo mismo que él. Porque sientes lo mismo que él.
Observas entonces que no solo la disposición de los hechos y del espacio te hacen sentir identificado con su persona, sino también el modo en el que está escrito. La conjugación, la palabra juega un papel clave en la interpretación de la novela no solo porque sea bien cuidada, sino porque te obliga a ponerte en la posición de Felipe: “Te moverás unos pasos para que la luz de las veladoras no te ciegue” (p.12) “Desciendes contando los peldaños” (p.15) “Subes lentamente a tu recamara” (p.33). Los acontecimientos, los cambios en el entorno y en el relato se presentan como un desencadenamiento que se vierte en Felipe, y por ende, en nosotros. No dice “Felipe escuchó el golpe sobre la puerta”, sino “Escuchas el golpe sobre la puerta”. Estará dispuesto en una combinación particular de futuro y presente, pero a la vez te introduce en la segunda persona del singular, forzándote a comentar los acontecimientos, no solo como si estuviesen ocurriendo o como si los fueras a realizar en ese instante, sino como si los estuvieses ejecutando tú. Entonces te das cuenta de que existe algo lúdico en esto de la figura del narrador y Carlos Fuentes: en primer lugar, quien narra los hechos es Felipe Montero, pero la disposición escrita hace que, finalmente, te conviertas tú en la voz de Felipe Montero. Si tomamos la palabra de Barthes en La muerte del autor:
...el autor entra en su propia muerte, comienza la escritura… El relato jamás ha estado a cargo de una persona, sino de un mediador, chamán o recitador… (p.1)
Por lo que, según lo que dice Barthes y partiendo de la disposición de la novela, nos convertimos en mediadores de nuestra propia muerte, porque no somos Carlos Fuentes, pero, tampoco somos nosotros mismos. El yo entonces se encuentra desprovisto de sentido, y aquello que rescatamos de la lectura se explica. El tiempo no nos ubica con el autor, pues está totalmente desprovisto de pasado, y dice La muerte del autor que el relato “está escrito eternamente aquí y ahora.” (p.3).
Te sentirás estancado en la idea de la narración; empezará a perder sentido para ti, se convertirá en habladurías difusas. Sientes que ya no puedes sacarle más jugo, aunque sabes que es mentira, por lo que te dispondrás a tomar con pinza y cuidado otro aspecto de la novela. Algo más interno, que se acerque más a la idea de lo inefable, pero pudiendo en cambio analizarlo de manera transparente y clara.
Tocas a Consuelo, a Felipe. ¿Qué son? ¿Quiénes son? La narrativa aborda a los actores que tienen una función dentro de los acontecimientos como personajes, entonces, ella y Felipe -tú- son personajes. Te preguntas, ¿Los gatos quemándose, Saga, el General Llorente, Aura, cuentan como personajes? Los gatos juegan el papel de actores, pues realizan una acción que desencadena una reacción interna cuando Felipe los observa, pero juegan un papel más simbólico dentro del plano de la novela que actoral, pues son una representación, más que un actor dentro de la obra. En cuanto al General, notarás que cuenta como un personaje porque logra definirse; él, al igual que los demás personajes, cuenta con individualidad, y sus acciones juegan un papel fundamental dentro de la estructura de la novela, pese a que no cometa acciones en el espacio de tiempo donde se desarrollan los hechos que mantienen a Felipe Montero en casa. Es algo que encuentras expresamente en Teoría de la narrativa: “desechar a un actor desde el principio no significa que carezca de importancia.” (p.33). En cuanto a Saga, entiendes que tiene un papel similar al de los gatos, pues su actividad es más simbólica que cualquier otra cosa. Sin embargo, a diferencia de los gatos -que se aparecen a Felipe en un sueño-, Saga es real, es la coneja compañera de Consuelo. Ahora tratas de tocar a Aura, y ocurre lo mismo que le pasa a Felipe cuando toca las paredes mohosas en la eterna negrura de la casa: ve con el tacto.
Aura es una representación. Aura es lo totalmente opuesto a la casa. Aura es lo indiscutiblemente opuesto a la Consuelo de la novela. Aura es el amor más allá de la muerte, de Felipe. Aura es vida. Aura es pureza. Aura es el pensamiento perpetuo de Felipe. Aura es el color de lo que no es la casa. Aura es juventud. Aura es lo que Felipe desea sin saber por qué. Aura es lo que alguna vez Llorente amó. Aura es un fantasma. Aura no existe. Aura es una ilusión de Consuelo. Aura es lo que perdió Consuelo. Aura es la vida y la juventud de Consuelo. Aura es Consuelo.
Dirás que cuenta como una actriz, pero es complicado establecer si cabe dentro de la definición de personaje, y hay razones para ello: Aura es capaz de ejecutar acciones. Siente, cocina, riega las plantas, habla y piensa. He ahí donde existe una gran disparidad dentro del hecho: admitir que siente o que piensa es una injuria. Aura no piensa por sí misma, no siente. Carece de individualidad, pues porque Consuelo es quien maneja los hilos de Aura. Ella es un títere, manejado por Consuelo. Sería hasta difícil ponerla dentro del marco actoral, pues nada de lo que hace es por cuenta propia, sino causado por Consuelo. Si una marioneta entra en la escena del relato, ¿cuenta como actor o personaje? Pinocchio tiene alma pese a no tener carne en el cuerpo, por lo que es un personaje. Aura es, al igual que Saga, un símbolo que supone un algo dentro de Consuelo, algo que perdió y que por eso ya no está en su cuerpo, ni en su alma. Sin embargo, eso escapa a la teoría narrativa y entra en el campo metafórico. ¿Es Aura un ser que realiza acciones, que sufre y cuya presencia juega un papel irremplazable en la novela? Sí, sea porque es Consuelo o cualquier otra causa, Aura cuenta entonces como un personaje. Pero, a su vez, cuenta como un objeto de las funciones de los demás personajes. Felipe quiere vivir con Aura, Consuelo quiere reanimarse en Aura, y ella por su parte no objeta porque no tiene sentido de la razón ni de la verdad, porque es un ser vacío, carente de pensamiento, en donde convergen las tragedias de los dos personajes principales: el amor demente de Felipe y la frustración existencial de Consuelo. De la misma forma, el vacío dentro de Aura como personaje se evidencia cuando debiera hacer las veces de dadora, mejor dicho, cuando su papel de objeto cambia, y tiene que responder ante la primera situación. Felipe quiere vivir con Aura, entonces, Aura no corresponde a Felipe. Sencillamente no responde. Y dentro de un análisis más detallado del relato entiendes que esto ocurre porque Aura no tiene voluntad, pues es carente de un alma que no sea la de Consuelo. No es un ser individual, sino dependiente. Así que, si Consuelo no hace que Aura acepte -y no puede, por cuestiones dentro de la trama- entonces ella no reaccionará ante las exigencias amorosas de Felipe.
Vuelves a pensar en Saga, en los gatos. Te das cuenta que hay mucho más de lo que se ve a simple vista dentro de ellos, dentro del color de la ropa de Aura, de sus ojos de mar verde, del conejo y de la eterna penumbra de la casa. El símbolo está ahí, es evidente. Todo lo que toca a Consuelo es resultado de sí misma; no solo de sus decisiones y modo de vida, sino de su interioridad. La casa está podrida porque ella lo está. Aura es preciosa y pura porque es lo poco de eso que queda en Consuelo. Saga, al igual que Consuelo, jamás tendrá hijos. Es infértil, y es irónico dado el caso de que es una coneja. La señora se destruye por dentro ingiriendo brebajes preparados con plantas que ella misma cultiva, y que en su juventud prometieron crear vida a partir de la suya -dando como resultado a Aura-. Y Aura a su vez cultiva esas mismas hierbas en el jardín negro que cumple función de patio en la entrada de la casa. Los gatos quemándose en el sueño de Felipe hacen que adviertas una cosa: necesitas tener cautela, controlar tus impulsos, manejarte con cuidado. Lo felino simboliza lo femenino, el incendio avisa la cautela. Necesitarás ser precavido, dominar tus impulsos, o acabarás como ellos.
Cuando sientes que ya no hay mucho de lo que puedas sacar, en ese momento, escribes este pequeño párrafo. Sabes que hay más, que muchos otros misterios y detalles enmascaran a esta pequeña novela. Comprendes que lo religioso juega un papel importante, pero prefieres dejarlo como abrebocas para otras investigaciones referentes al relato en cuestión. Mientras tanto, sientes la aparición de otras ideas precoces, difusas, como las que pasaron por tu mente cuando empezaste a escribir. Como estrellas fugaces. Anhelando que, en alguna otra ocasión, vuelvan a pasar por tu cabeza mientras lees Aura otra vez.
Mujer de Córdoba, Julio Romero de Torres
La edición de la pintura en noir es de mi autoría
Referencias bibliográficas y electrónicas
-Fuentes, C. (1962). Aura. México D.F, México: Biblioteca Era
-Eco, U. (1965). Apocalípticos e integrados. Madrid, España: Editorial LUMEN
-Barthes, Todorov, Greimas et. al. (1970). El análisis estructural del relato. Buenos Aires, Argentina: Editorial Tiempo Contemporáneo
-James, H. (2007). El arte de la novela.
-Barthes, R. (1968). La muerte del autor.
-Bal, M. (1990). Teoría de la narrativa. Madrid, España: Ediciones Cátedra