“Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve”. - Hebreos 11:1
Se puede resumir en pocas palabras el concepto de fe (tal como acabo de hacer al citar a uno de los grandes libros que la historia ha podido concebir) tanto como se puede hacer un trabajo o ensayo sobre el mismo. Y es que la fe como concepto no es un problema para su entendimiento; sino las diversas derivaciones y contextos en las que puede presentarse como fenómeno lo que hace tan, quizás, cuestionable su propia elaboración, su propio sentir.
De creer, podemos creer casi cualquier cosa PROBABLE. No hay, virtualmente hablando, ataduras que delimiten un margen para una creencia en particular (tal vez las físicas, pero la mente puede manejar lo abstracto con relativa facilidad; después de todo ni siquiera tenemos noción completa del espacio). Nada es el límite al momento de creer.
Estas respuestas considero mejor responderlas juntas. La línea que separa la fe de la imaginación, desde mi punto de vista, es una línea marcada por la posibilidad del hecho en sí mismo. Es decir, el qué tan atada a la realidad sea esa idea o concepto. Qué tan sujeto a los hechos fácticos y tangibles son estas criaturas, en comparación a los dioses que son recreados en las distintas religiones; pero dentro de todo, considero el qué tantos grados de credibilidad le da uno mismo a esa idea es lo que provoca el tenerle más fe y menos imaginación (o al revés).
Hay un matiz adicional aquí. La misma sociedad es la que ha conferido un valor de esperanza a la fe, cosa que le añade un aspecto más íntimo o personal, que la mera imaginación. ¿Alguien podría tenerle fe a un duende o a un unicornio? ¿Qué me proveería el depositar mis esperanzas en esa criatura? A los Dioses se le confieren propiedades, he allí una diferencia.
Todo radica en la convicción de la propia religión que tiene sobre su entidad. Sin esa convicción se cae su creencia, y con ello, su propia fe. Es por ello que tienen sus propios conceptos tan arraigados, porque de ellos se sostienen, sino todo caería por su propio peso. Trabajan por dogmas, después de todo.
¿Respecto a sus dioses? Probablemente ninguna, probablemente todas. ¿Respecto a lo que predican? A fin de cuentas, muy pocas. ¿Respecto a la fe? Hay algo de cierto detrás de ese raciocinio, pero dependerá de su propio contexto.
Racionalizar la fe es necesario, pero no demasiado. Mientras más se racionaliza, menos probabilidades quedan, y se va perdiendo la habilidad de creer en aquello que nos es más difícil de visualizar. Pero un cierto grado de raciocinio le da tangibilidad, haciéndolo visiblemente posible, aumentando así su fe en ella.
Desde hace mucho tiempo se maneja el sentido común como un sexto sentido, y también se le ha separado de la intuición como otro sentido distinto a este. Ambos no se perciben a través de un órgano en específico, sino a través de las combinaciones de varios de ellos (y un gran componente… analítico).
Es interesante divagar en estos temas, principalmente porque pone en evidencia las diferentes percepciones que las personas tienen de algo, que, en principio, puede no existir en lo absoluto. Somos magos de lo abstracto, le damos forma y color; y al mismo tiempo tememos de las capacidades que le podemos conferir. Las religiones son solo las pioneras de la imaginación, reforzadas a temple por la historia y convertidas en creencias, regadas por la fe constante de sus devotos y manteniéndola con vida a través de los años.