Este aporte forma parte de un ensayo, de mayor extensión, que propone una mirada al revés en el devenir literario nacional, abordando las preocupaciones temáticas que han ocupado a los creadores desde el principio y, que todavía hoy, siguen ocupándolos. Partículas de la narrativa de Venezuela, pequeñas partes de un todo que estimulan la imaginación.
“El hombre es una tri-unidad”.
Tesalonicenses 5:23,
En el Génesis, Dios hizo al hombre espíritu, alma y cuerpo, para que funcionara integralmente como un ser humano completo. La diferencia principal entre las bestias y el hombre, es que le hombre fue creado a la imagen y semejanza de Dios. Por tanto, el hombre es una personalidad, es creativo y es eterno. Cuando el hombre no funciona integralmente en las tres dimensiones ya mencionadas, no está completo y no puede funcionar adecuadamente.
El espíritu, es la parte del hombre que se relaciona con Dios y con los asuntos espirituales. “Antes de conocer al Señor como Salvador, el ser humano está muerto espiritualmente porque el pecado nos separa de Dios”, (Efesios 2:1). El hombre goza de la comunión con Dios a través del espíritu. Cuando el ser humano no está en comunión con Dios, automáticamente está muerto espiritualmente y por ende separado de Dios.
El alma, es la parte del hombre que se relaciona con otros seres humanos. El hombre es consciente de sí mismo a través del alma. El alma se compone de la mente o intelecto, emociones (sentimientos) y la voluntad. El alma es la parte o dimensión psicológica. El espíritu y el alma son eternos.
El cuerpo, es la parte del hombre que se relaciona con el mundo físico a través de los cinco sentidos. Por medio del cuerpo se expresa la personalidad del hombre. El cuerpo no es eterno y además es corruptible.
“El alma es la organización del cuerpo vivo (su primera actualización o plenitud), que es lo que lo diferencia de un mero cadáver. De este modo un cuerpo bien organizado (un cuerpo con alma), tiene la potencialidad de llevar a cabo las funciones vitales. La actualización de esta potencialidad (la actividad biológica) es la vida”, plantea Aristóteles (384-322 a. C.).
Más allá de las consideraciones teológicas y filosóficas acerca del hombre, el creador literario sospecha que para alcanzar esa unidad de la que tanto se discute, hay que brincar ciertas barreras. El literato duda de la estabilidad de esa unidad, cree que éste y aquel lado de la racionalidad son frágiles. De allí, una suerte de obsesión magnificada por el propio aislamiento de los prosistas que los conduce a una búsqueda existencial (des) equilibrada.
Ocasionalmente, la exploración del alma lleva al narrador a rastrear los rasgos de locura en el ser humano, como lo hace Fedosy Santaella, en la novela breve, Los escafandristas, (2014). Supuestamente basada en un hecho real, la distorsión del contexto la convierte en un sueño gótico que se hunde en la psiquis atormentada y paranoide del protagonista.
“Él es el hombre a quien los tiburones rodean. Lo que no siente en la superficie, se le expande en la acuática inmensidad. Sensaciones que van más allá de los sentimientos comunes, otras maneras de percibir lo que ni él mismo puede explicarse. El fondo del mar y el interior de Marcelino Alfonzo son la misma cosa. Lo que está adentro es igual a lo que está afuera, igual a la profundidad del mar”.
En palabras del mismo Santaella, Los escafandristas, es: “Una historia corta sobre el drama de un hombre que está vacío, que no le teme a la muerte porque alguna parte de él, muy profunda, está dañada”. En ese estilo de contar está el yo del autor sumergido en una permanente soledad fantasmal, empapado de una falta de tiempo o, por lo menos, con un tiempo detenido.
“Siempre hay algún muerto en esta calle. Siempre hay alguien que agoniza: que si a Felipa la malograron de un mal parto. Que si a Evaristo se le reventó un coágulo de sangre en la cabeza, y no duró dos días. Que si a doña Delfina la mataron a fuerza de velas y alfileres. Que si mi tío Manuel se murió con rigor de asma porque no quiso dejar de fumar. Que si don Telésforo tiene un tumor en la próstata. Que si doña Juanita se murió de una embolia por bañarse después de comer. Que si doña Ismenia se envenenó con vapor de azufre por andar practicando ritos diabólicos. Que si el Macarro Pulido se estrelló en el carro contra un poste. Que si como venía con otra mujer, Loína, la esposa, se quiso matar con matabachacos”.
El fragmento anterior, es de la novela Mata el caracol, (1992), de Milagros Mata-Gil. Sobre el texto señala el escritor Golcar Rojas: “es un rompecabezas”. Sin dudas, los acertijos son pequeñas piezas, pistas del alma que, al ubicarlas, descubren una imagen oculta.
En su obra, Mata-Gil indaga ese otro lado, lo distingue poblado de visiones. Busca al padre. Vuelca la tradicional pesquisa al husmear en la figura paterna no como individuo, sino como principio, su propio origen, su propia alma. La autora está examinando ese otro lado de sí misma, a través de otros miembros de su misma familia. Los fantasmas no se resignan a despegarse de los espacios compartidos, en donde ella misma habita.
También dice Golcar Rojas: “la voz del narrador muta, pasa de un personaje a otro. Ora es la abnegada sobrina que cuida al viejo Mata, ora es la voz poética y desquiciada del padre con aterosclerosis y demencia senil que desvaría en su habitación y, otras veces la voz de quien encuentra en un viejo escaparate las anotaciones que la cuidadora dejara guardadas en perfecto orden para que, al ser encontradas, tirasen de ellas como quien tira del hilo de una madeja para desenredarla”.
Esa “puerta” entre lo interno y lo externo, entre la vida y la muerte, se convierte en reminiscencia, en sueño, en narrativa. Al respecto, señala el filósofo polaco, Otto Bollnov (1903-1991): “Esa libertad reside en que el hombre puede abrir “la puerta” y abandonar el recinto a través de ella, a su albedrío”.
Desde el otro lado de la realidad racional, las vivencias auditivas, olfativas, visuales y táctiles de Mata-Gil, se manifiestan a través de la escritura y de los referentes materiales del lado real. Ella es su interlocutora. Son muchas voces, una sola alma: la de Milagros Mata-Gil.
Las señales que se escuchan en la narrativa venezolana, involucran diferentes aspectos de los ensayistas. Son elementos que consignan una actitud espacial, integradora. No hay línea que divida el ser del narrador de su universo vivencial. Es un todo.
El filólogo y filósofo alemán Nietzsche decía: “Lo que a mí me espanta es que se aprendiese a despreciar los instintos primerísimos de la vida, que se fingiese mentirosamente un "alma", un "espíritu", para arruinar el cuerpo…”. Para él, el alma es un invento contra el cuerpo, contra la vida. Invento o no, es una noción que pervive, una realidad que orbita en nuestro alrededor y que sólo se vuelve comprensible a partir de la curiosidad individual. Muchas veces, esa concepción del alma en literatura aparece, no como la negación de la vida, sino como el deseo de negar la muerte; una batalla para pasar de la vida finita a la transformación, un deseo de no dar la razón a Nietzche en esa moral de renuncia, de desprecio a la vida.
El poeta natural de Urica, Anzoátegui, Jesús Enrique Barrios, en el libro Visión Cumplida (2010), explica su percepción de la realidad física a través de tres visiones: sensible, formal y mágica. Todas son asideros para escudriñar emociones y realidades. Barrios se inspira para plasmar con meditaciones/credos la creación literaria. Cada idea es una condensación vital de su circunstancia.
Visión sensible: El alma vive en la mentira que es y muere en la verdad que no es.
Visión formal: Mi vida es una gran reserva de errores.
Visión mágica: Nietzsche, ¿cómo voy a creer en la muerte de Dios, si nunca ha existido?
Visiones/metáforas que derivan la relación perspicaz y conceptual del autor. La solidez literaria de Jesús Enrique Barrios es como un viaje en el que el lenguaje trama posibilidades y misterios para que el lector le haga el juicio.
Algo de mí se enciende en los carbones.
El ciego pasa la llave en su casa de piedra.
Algo de mí se mueve en la escritura
del arácnido
en el temblor de la hoja,
en el aceite de una lámpara
que muere
en el castillo
de Menfis.
Algo de mí se descalza,
lava su corazón
con hierbas
traídas
de la India.
Algo de mí. Rafael José Álvarez
El coreano Rafael José Álvarez, (1938-1904), con elementos tan cotidianos y dispares como: “arácnidos”, “la hoja que tiembla” o “las hierbas de la India”, pone al lector en su cosmos, entendiendo que él es una partícula, una que puede hacer mover el universo. Cuando dice: “Algo de mí se enciende en los carbones”, él es parte de la materia, él es origen.
La investigadora Josefina Da Costa Gómez, autora del ensayo Una escritura de lo fantasmal. La poesía de Rafael José Álvarez (2007), expone lo siguiente: “Se plantea en el poema una postura si se quiere filosófica integral, donde se involucran las diferentes facetas de la materia y el ser del poeta: El fuego (en los carbones y en la lámpara); el agua en (lava su corazón), el aire (en el arácnido) y la tierra (en la casa de piedra)”.
Claramente es una carta de navegación a las entrañas del mismo yo del poeta, con la intención de involucrar al lector en el espacio de su ser como un mito fundacional, haciendo referencia al conocimiento primigenio, en las figuras que aluden a las culturas ancestrales de Egipto e India.
Sin dudas, existen elementos comunes en Álvarez, Mata-Gil, Barrios y Santaella. La relación con el pasado que sustancia la palabra escrita, inspirada por la espiritualidad, locura o el imaginario popular. Son homéricos en sus textos. Con identidades objetivas, conferidas desde la mirada de otros, por la convivencia de otros.
Como señala el irlandés Eric Dodds, el hombre homérico vive en el contexto donde el máximo bien consiste en la aceptación y en la estima de los otros. Desde el otro lado de la realidad racional, el pasado habla a los cronistas actuales, en un intento de mostrarles “algo”; tal vez lo que ya no son; pero estableciendo una relación de realidad, continuidad, identidad y pertenencia.
Imagen: Google.
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