Eres preciosa. Sí, ya sé que no te gusta que te lo digan.
Bueno, gustar te gusta, pero ya estás un poco cansada de que solo quieran saber de ti por eso. Etérea. Con unos ojos de once. Son protagonistas desde que naciste.
Hace tiempo que las cosas no van. Van a ratos, pero realmente cuando apagas los ojos y piensas, no te sirve. Te dejaste llevar demasiado. Demasiados bares, baños y copas. Ya has aprendido que eso solo sirve para un rato. Te dejaste llevar demasiado. Demasiados bares, baños y copas. Ya has aprendido que eso solo sirve para un rato. Ahora quieres cosas de verdad, caricias de verdad, besos de esos que realmente quieres dar durante horas. Pero hay miedo, demasiado miedo.
Miedo a demasiadas cosas. De esas que muchas veces solo sabes tú. Traumas del pasado sin curar del todo. Curiosa ironía. No las quieres contar normalmente porque te hacen recordar malos momentos. Momentos que no le desearías ni a tu peor enemiga. Pocos sobreviven a escucharlas, a entenderlas, a ayudarte para convencerte de que merece la pena dar oportunidades, de que contra la pared también se puede hacer poesía de mordiscos.
Disfrutas horas curioseando en las librerías de la ciudad, buscando cosas que hagan relucir tus inquietudes.
Y tu escudo sigue ahí, la maldita coraza, deseando que alguien la rompa a caricias. Y que, por una vez, dejes de tener miedo.
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