En esta ocasión les traigo dos imágenes que son hechas en uno de los lugares más importantes de mi infancia: la casa de mi abuela. Hace un tiempo, capturé un fragmento de ella en su platabanda (azotea), en la que siempre había y aún hay variedad de plantas, pero lo que más recuerdo son las ropas y sábanas guindadas en el tendedero, a la espera de abandonar su estado húmedo.
Últimamente me encuentro bastante nostálgico, y esto lo he venido internalizando en cuanto a los espacios, aquellos que con el tiempo, poco cambian, como la platabanda de mi abuela. Ella, quien nos esperaba la mayoría de veces los fines de semana, en las tardes, nos ofrece una taza de café bien caliente.
Nuestras visitas no eran seguidas, ya que mi familia y yo vivimos en los Teques y ella vive en Caracas, específicamente en una zona popular como lo es Lidice. Por cuestiones de la vida si antes el ir de visita a su casa no eran seguidas ahora lo son menos. Disfruto de ir a verla y tener la dicha de escuchar sus historias y una que otra ocurrencia bastante graciosa.
Que efímero es el transcurrir del tiempo, como este nos va amoldando la manera de percibir las cosas, es inevitable el cambio ya que estar en este estado para mí es lo que representa la vida. Hace años veía la casa de mi abuela como un lugar muy grande pero cálido donde podía correr y merodear en sus cosas, donde se escuchaba el eco de mi risa, cosquillas y chucherías (dulces) compradas en la bodega de la esquina. Sigue siendo un lugar cálido, pero ahora acompañado de sus halagos sobre lo alto que estoy, gestos de sorpresa al recibirnos y un “vuelvan pronto” luego de cada despedida.