Y aquí estoy, de nuevo relatando mis bitácoras de vida para un público anónimo, para mí misma.
Martes 10:40 de la mañana, Tenerife España.
Estoy sentada en una vieja banca de una hermosa bahía.
Que generosa ha sido esta banca conmigo, ofreciéndome una vista incomparable. Un campo de piedras de múltiples tamaños y colores, me separan de aquello que adoro, el mar. Mi tesoro.
Suena a mi espalda una melodía que desconozco, un country que presume de ser alegre y contagioso.
Sigo escribiendo, pero no puedo evitar interrumpir constantemente mi relato tras admirar la imponente belleza que me rodea.
Hay una melodía que me envuelve y me llena de una fugaz felicidad, no es el country; son las olas, armónicas al romper contra la orilla y luego regresar sumisas, una y otra vez.
Podría pasar horas aquí, admirando a los fotógrafos que osados retratan a los surfistas, sintiendo el viento jugar con mi cabello y disfrutando de un buen monólogo.
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