Regresaba de la escuela y camino a casa me encontré con Tata, la amiga de mi madre, quien me saludo con mucho cariño y con palabras que salían en ráfagas, me preguntó:
-¿Cómo está tu mami?
-¿Cómo está el colegio?
-¿Cómo está tu perro? El que tiene nombre como de Africano y es muy inteligente.
Orgulloso y sonriendo, respondí:
-¡Biyú está bien, jugamos todos los días!
Esa misma tarde, me puse a conversar con Biyú y le dije: Tata te envió saludos. Luego, le hice la pregunta de siempre.
-¿Cómo es tu mundo Biyú? También como siempre, Biyú me miró con su cabeza ladeada y me ladró.
Me puse a jugar con Biyú un largo rato, tanto, que quedé muy fatigado, por lo que decidí sentarme en el suelo a descansar un poco. De repente, una extraña sensación se apoderó de todo mi cuerpo, no me podía controlar, era cómo una inmensa pesadez, sentí unas enormes ganas de dormir, me recosté sobre Biyú y de momento no supe de mí.
Empecé a ver a mi alrededor un mundo precioso donde todo brillaba, había muchos perros de diferentes colores, razas y tamaños, era algo asombroso y maravilloso.
Los perros hablaban entre ellos señalando lo hermoso y lo grandioso que es la amistad. Entre ellos, debatían por qué eran considerados los mejores amigos. La conversación era muy animada, pero de pronto sus voces se hicieron graves y muy lentas, con un dejo de mucha tristeza.
Pude notar la preocupación que había en sus peludos rostros, sus ojos languidecían. Entonces, escuché la razón de la oscuridad de sus gestos; comentaban en relación con la enorme amenaza de una guerra mundial, con características devastadoras para el planeta, por el uso de armas nucleares.
Un Pincher miniatura recalcó, con visible terror: -¡Yo tengo un promedio de vida de 13 años, no me gustaría que este hermoso planeta sea destruido por una guerra nuclear!
Y bajando su cabeza aseveró apesadumbrado: ¡Lo ocurrido en Siria es una alerta para el mundo! ¡Los humanos deben reflexionar…!
Me desperté muy asustado, con el corazón muy acelerado, como si tuviese taquicardia. Viendo para los lados, medio confundido y aturdido, me levanté dando traspiés y me fui hasta mi PC. Me enteré por las redes de lo ocurrido.
Volteé para mirar a Biyú.
Biyú movió su cabeza, levantó la cola, la mantuvo muy erguida y aulló. Con su lenguaje, me confirmaba el peligro inminente.
¡Los perros tienen un sexto sentido!
Ilustración por @belsaiyanez (mi compañera)
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