Suena a trabajo de mentiras, pero los catadores de chocolates existimos. Somos personas que por mucha fortuna tenemos un trabajo soñado (y envidiado) por muchos, pues nuestra labor cotidiana consiste en seleccionar, degustar y evaluar chocolates.
Realmente este trabajo llegó a mi sin que yo lo estuviese buscando. En realidad yo tampoco que eso existía. Tras años de trabajar en el mercado del ron en mi natal Venezuela, en una actividad decidieron que querían combinar los rones con chocolates, y por fortuna fue a mí a quien propusieron entrenar para que explicase sobre chocolates a los consumidores de nuestros ron.
Comencé a leer muchos libros sobre el chocolate, hasta llegar a conocer a la perfección toda la teoría; porque no crean que esto es comer chocolate y listo... El paladar sí que se lo debo a mi padre, quien desde niño me compraba un chocolate diario, y formó a un pequeño chocolatier. Pero lo más importante para un catador es el olfato, eso lo tuve que desarrollar con mucha práctica. Lo primero que aprende un catador es que el chocolate no huele solo a chocolate, sino a identificar aromas como frutos secos, especias, tostados; o defectos como el olor a moho, hierbas, o jamón.
En cuestión de meses me convertí en un conocedor en las artes de la chocolatería, y con los años llegaron a considerarme un experto. Mi trabajo comienza probando chocolates desde la mañana, aunque realmente hay muchos pasos previos a la fase de degustación.
Aunque es sabroso y soñado, no deja de ser un trabajo y se cae en la rutina. Hay días que deseo descansar del chocolate. También debo cuidar mucho mi alimentación porque mi consumo calórico es por mucho más alto que el de una persona que lleve una dieta común... Pero sé que soy una persona con un trabajo común ¡Soy un catador de chocolates y me pagan por ello!
En mis tiempos libres, cuando no estoy comiendo chocolate, me dedico al periodismo gastronómico, a los rones, a ser mochilero, y a amar profundamente a Venezuela (porque vaya que este país necesita quien la quiera).