Parte 1: tristeza
Era un día triste, o Bruno así lo sentía. En realidad, todos los detalles auguraban lo contrario: era 23 de junio, el primer día de las vacaciones de verano, hacía un tiempo espléndido y en el ambiente se respiraban ganas de festejar una fecha tan señalada: la noche de San Juan.
Por momentos Bruno se contagiaba de ese entorno, pero al rato pasaba por su habitación veía el baúl del olvido lleno hasta arriba de sus antiguos juguetes y al lado el baúl mágico con la tapa abierta y prácticamente vacío y algo se le encogía en el pecho y se le quedaba ahí instalado.
Analizaba los recuerdos que el baúl mágico le traía y eran todo buenos momentos: batallas interminables, momentos graciosos como cuando intentó comprobar si era cierto aquello de que una serpiente es capaz de tragarse un elefante y acabó utilizando la torre de su castillo de Lego como abrebocas reptil; las inverosímiles estructuras que había creado, como aquella torre que llegó hasta el techo y desde la que lanzó uno a uno todos los muñecos del bando perdedor de la batalla,...
Seguido de repasar estas imágenes volvía al momento actual y entendía que eso era el pasado y que nunca volvería. La sensación en el pecho tomaba fuerza.
Bruno seguía sin entender la decisión de madre y padre de no comprar juguetes nuevos. Se enfurecía y le ira le envolvía de la cabeza a los pies al pensar en ello.
A ratos se castigaba por algunas barbaridades que había hecho con los juguetes, por no haberle hecho caso a madre o por no haber visto que el baúl mágico se estaba vaciando de juguetes en perfecto estado y que el baúl del olvido pesaba cada vez más, lleno de “escombros”. Pero a la vez, otra parte de él sentía que poco podía haber hecho. Sí, podría haber tratado con más cuidado algunos juguetes…pero para él jugar era eso, justo lo que había hecho con sus juguetes. Además, era obvio que muchos juguetes estaban diseñados para romperse tarde o temprano, ¡si hasta madre lo decía!
Pasó un par de días así, desganado y con el runrún en la cabeza. La noche de San Juan, nada memorable.
El día de playa con los primos alivió esa sensación. E incluso el día después a la playa fue distinto: batalló con un escuadrón de tullidos y con ello creó aún más bajas y piezas que resultaba imposible discernir a quién correspondían: directas al baúl del olvido. Jugó a lo mismo otro día más, pero al tercero le resultó difícil siquiera encontrar muñecos que fuesen reconocibles. Cayó en la cuenta de que ese juego no tenía futuro.
El fin de semana padre y madre organizaron un plan con el padre y la madre de Ramón. Por la mañana fueron a la sierra e hicieron una parrillada en el bosque para comer. Cuando los adultos se tumbaron para la siesta, unas gotas como bombillas empezaron a caer. Llegaron a los coches empapados y decidieron ir a casa de Ramón, que estaba cerca. La tarde fue pura playa para Bruno: saboreó de nuevo la sensación de jugar. Padre y madre tuvieron que tirar literalmente de él cuando llegó la hora de volver a casa. Bruno contraatacó dando la tabarra todo el camino de vuelta: ¡eso es injusto! ¿Por qué Ramón se compra juguetes nuevos y yo no?
Parte 2: caos
Las siguientes semanas Bruno vivió una etapa un tanto caótica en la que buscó distintas estrategias para conseguir tener juguetes nuevos. Madre fue la que más sufrió las consecuencias: cuatro días seguidos escuchando “¡¡¡madre!!! ¿Me compras el Ranchengi XIV? ¡Porfi porfi porfi!”; seguidos de otros cuatro donde Bruno se convirtió en un mudito contrariado; para acabar con otros cuatro donde Bruno se convirtió en el niño más atento y complaciente de la ciudad. Ninguna estrategia funcionó.
Tuvo mayor fortuna al visitar a Abu, ya que mostró su cara más arrugada y consiguió unas monedas que intercambió por dos relucientes coches de carreras, duraron vivos semana y media.
Los sentimientos de Bruno eran una montaña rusa. Su estado natural era sentir que algo le faltaba y se aliviaba puntualmente cuando alguna de sus estrategias funcionaba, pero como ninguna se sostenía en el tiempo la rabia, la tristeza y el estrés le atacaban continuamente.
Pasaba tiempo viendo la tele para distraerse, pero en cuanto la apagaba sentía como su necesidad de tener juguetes había aumentado y con ello su malestar.
Siguió probando estrategias. Intentó hacer trabajillos para ganar monedas con las que comprar más juguetes. Limpió el coche de padre a fondo, le hizo los recados a la vecina Agustina e incluso pasó varias tarde cuidando de sus primos pequeños Martín y Lucho, lo cual aborrecía totalmente. Pero las monedas que obtuvo no eran suficientes para conseguir Ranchengi XIV y se tuvo que contentar con los dragones Maltoro, que duraron...lo que duraron. “¡Seguro que Ramón tiene a Ranchengi XIV! ¿Por qué yo no?” se martirizaba Bruno.
Parte 3: oportunidad
Cierto día las tornas empezaron a cambiar. Después de rebuscar todos los armarios de su casa sin éxito, el bingo saltó cuando convenció a padre para ir al trastero y encontraron un par de cajas con antiguos juguetes de padre. ¡Eran preciosos y además irrompibles!
Las partidas eran interminables, Bruno estuvo en una nube durante dos semanas, pero llegado cierto punto, las dos cajas no eran suficiente. La sensación de que algo le faltaba le inundó de nuevo.
La solución fue ir a la tienda a buscar un complemento para los antiguos juguetes de padre. ¡Imposible! Bruno volvió de vacío, no había nada compatible con aquellos juguetes de hacía décadas. Pero es que Bruno descubrió que, para más inri, ni siquiera hubiese sido posible encontrar complementos para los últimos caballeros Rangún que le trajeron los Reyes Magos en Navidad. ¡Vaya tela!
Sin embargo, la visita a la juguetería le abrió las puertas a Bruno, sin que él en ese momento fuera consciente, a un nuevo mundo: ¡la economía circular!
Estando en la tienda observó a otro chico, poco más joven que él, que estaba jugando dentro de la juguetería con los juegos de muestra. No habló con él aquel día, pero una semana después madre le contó que había estado media hora en la juguetería para elegir un juguete para el primo Martín (¡que morro! pensó Bruno) y que había visto a un chico todo ese rato pasándoselo pipa con los juguetes de muestra de la tienda. “¡Tengo que conocerle!” pensó Bruno.
Dicho y hecho. Al día siguiente, en cuanto tuvo un rato libre le dijo a padre que se iba a la plaza a jugar y se fue a la juguetería con una sonrisa de oreja a oreja. Al llegar el chico no estaba allí y como a Bruno le daba vergüenza entrar él solo a jugar, se sentó en el escalón de la tienda de al lado, atento y paciente.
Pasó un buen rato y nada; la atención de Bruno decaía a cada minuto. Al de 20 minutos Bruno entró en la tienda a mirar juguetes y 20 minutos más tarde, sin darse cuenta de ello, estaba formando un ejército de juguetes de muestra y preparándolos para la batalla. Cuando todo estaba listo y Bruno dio tres pasos hacia atrá para levantar la bandera que daba el pistoletazo de salida a la batalla, pisó encima de algo, se tropezó y cayó encima de una estructura de Lego, destrozándola. Ese algo era el pie del chico, que había llegado a la juguetería sin que Bruno se enterase, y la estructura era lo que le había llevado un buen rato montar. Enfadado, el chico barrió todos los juguetes que Bruno había alineado para la guerra. Y ambos se enzarzaron en un pelea.
La solución al conflicto no tardó en llegar: la tendera les separó, les mandó recoger los juguetes y les invitó a abandonar la tienda.
Como ocurre a menudo en edades tempranas, la amistad entre Bruno y Lucas comenzó con un enfado y pelea. Lucas venía de una familia humilde de un barrio a las afueras. Los juguetes eran su pasión y su vía de escape: cuando el ambiente se caldeaba en casa, Lucas aprovechaba para escaparse, caminar durante una hora hasta la juguetería y fluir jugando hasta que la tienda cerraba. No tenía juguetes en casa pero tampoco los echaba en falta. Trabajaba mucho su imaginación, así que para él estar en la plaza del barrio y jugar sólo o con cualquier amigo del barrio al juego que se inventaran era estar en el paraíso.
Quedaron en verse en la juguetería el siguiente lunes después de salir de clase. Lo pasaron como lo que eran: enanos! Pidieron perdón a la tendera por lo ocurrido el último día y jugaron en un esquina alejada de la entrada, tratando de no montar mucho alboroto.
Poco a poco las quedadas se convirtieron en hábito y aumentaron en frecuencia. No había semana en la que Bruno y Lucas no pasaran al menos las tardes del lunes y el miércoles en la juguetería.
Parte 4: oportunidad circular
“¿Qué te pasa últimamente? ¡se te ve contento y has dejado de dar la tabarra con el Renchenjún aquél!” preguntó cierto día madre a Bruno. Bruno les contó entusiasmado mil y una historias que habían ocurrido jugando con Lucas las últimas semanas.
“¿Así que la tendera os deja jugar con los juguetes de muestra todo lo que queráis? ¿Y le habéis pedido permiso?” preguntó padre con interés.
“No, realmente no le hemos pedido permiso, pero yo creo que le gusta que estemos allí. Nos suele preguntar qué tal nos parecen los juguetes y a veces explicamos a otros niños cómo utilizarlos.” contó Bruno. “Padre, ¿por qué no abres tú una tienda de juguetes donde los niños podamos ir a jugar?” Bruno sabía que padre se dedicaba a “abrir tiendas y negocios” así que la propuesta tenía sentido en su mente.
“Me lo pienso...” dijo padre con una sonrisa comprensiva en la cara.
“¡¡¡Sí!!! Un sitio enorme donde Lucas y yo y todos mis amigos podamos ir y jugar con todos los juguetes que queramos.” Bruno empezó a darle rienda suelta a su imaginación. “La juguetería es muy pequeña, además sólo podemos utilizar algunos pocos juguetes y tenemos que tratarlos con muchisimísimo cuidado, no podemos romper ninguno. Tú podrías cambiar eso, ¿a que sí padre?”
“Le doy una vuelta y lo hablamos, ¿vale?” intentó cerrar padre, sabedor de que la imaginación de Bruno podía llegar a ser demasiado.
“¡Hecho!” un feliz Bruno.
Parte 5: realidad circular
Cuatro meses más tarde la realidad había superado, con mucho, los sueños de Bruno. “Play” era un espacio amplio con varias salas, conectado a un patio dentro de la manzana aún más amplio. Uno entraba a Play, elegía de entre la inmensa gama de juguetes disponibles, elegía rincón y…a jugar! Había salas silenciosas para juegos de estrategia y concentración. Se organizaban partidas conjuntas. También era posible alquilar juegos y llevárselos por un tiempo a casa.
Padre estaba orgulloso de lo que estaban haciendo y Bruno…Bruno no salía de allí.
Pero todo no fue tan bonito en un principio. Al poco de arrancar el proyecto se dieron cuenta de que Lucas, si bien se lo pasaba en grande en “Play”, no acudía muy a menudo; de hecho, había semanas en las que ni aparecía. Cierto día Lucas confesó que con la paga que recibía no podía pagar la simbólica cuota de entrada con tanta frecuencia como le gustaría. Realmente fue fácil entender que lo que Lucas aportaba a Play cada vez que jugaba allí tenía un valor incomparable con el precio de la entrada; la solución, se creó un rol de gurú mediante el cual jugadores “expertos” podían enseñar y acompañar a noveles y obtener a cambio entradas para Play.
Otro inconveniente fue resuelto llegando a un acuerdo de servitización con los productores de juguetes. Llegado cierto punto en la andadura de Play, algunos niños pedían disponer de los últimos juegos disponibles en el mercado, algo inimaginable ya que supondría compras casi semanales, acumulación de juguetes y tener que deshacerse de los antiguos. Tras unos cuantos meses de reuniones con productores de juguetes, se consiguió alcanzar un acuerdo para que “Jolasbeti” un productor local les suministrase sus últimos modelos y se hiciese cargo de los antiguos.
Las ventajas de tal acuerdo eran incontables para ambas partes: la presión por sacar nuevos juguetes al mercado disminuyó y en cambio las ganas de crear juguetes que satisficieran lo que los niños deseaban aumentó. La relación se estrechó tanto que no era raro ver a diseñadores de juguetes jugando en Play y a niños ayudando con los diseños de nuevos juguetes. Para los niños poder influir en sus juguetes del futuro era impagable, ¡ya no se rompían al de 3 batallas!. Los productores aprendieron pronto lo interesante que era diseñar juguetes modulares, que partiendo de una estructura base pudieran ser modificados y evolucionados. Los ahorros en materia prima eran considerables: la estructura base no hacía falta producirla tan frecuentemente y los añadidos se diseñaban de tal manera que una vez obsoletos pudiesen ser bien reutlizados o reciclados para producir los nuevos modelos. Pronto “Jolasbeti” expandió la servitización en más lugares y varios productores de juguetes comenzaron a experimentar con este modelo.
La existencia de Play no trajo buenas noticias para todos; la juguetería donde se generó la semilla del proyecto se vio muy perjudicada: los niños ya no pedían juguetes a sus padres, querían ir a Play a jugar. Pura canibalización. La solución que encontraron fue de nuevo aprovechar el conocimiento, en este caso de las tenderas de la juguetería para recolocarlas en roles dentro de Play. Además la juguetería se reconvirtió en un PlaySpace, el primero de las varias “copias” de Play por la ciudad.
Padre, Bruno y todos los integrantes de Play sabían que en el futuro seguirían encontrándose con nuevos inconvenientes. Así era, y estaban preparados y motivados para seguir innovando.
Parte 6: Universo circular
La gente en Play se encontraba como en casa: un espacio seguro, una comunidad y un ambiente que invitaba a imaginar y crear. Eso propició que surgieran numerosas propuestas y proyectos alrededor.
El baúl del olvido fue fuente de inspiración para una de ellas. Bruno lo llevó a Play al principio y después de meses parado cogiendo polvo, un niño curioso lo abrió y pasó la tarde creando nuevos juguetes a partir de piezas rotas de otros. Ese acto fue la semilla de “Delivery room”, una sala convertida en taller en la que cualquiera podía crear nuevos juguetes a partir de piezas antiguas. Algunos llamaban al taller “Infirmary”, ya que ese también era el lugar de trabajo del sanador de juguetes, un experimentado artesano que se encargaba de “curar” cualquier juguete deteriorado.
Lucas originó otra iniciativa sin quererlo al dar continuamente rienda suelta a su imaginación y crear multitud de juegos para los que ni siquiera eran necesarios los juguetes. Todos aquellos juegos “desmaterializados” que los niños creaban y gustaban, eran recopilados en una biblioteca virtual y compartidos con todo el mundo. Incluso se organizaban sesiones para enseñar aquellos juegos que gustaban mucho y otras para co-crear juegos desmaterializados.
Parte 7: futuro circular
La reunión por el primer aniversario de Play sirvió para echar la vista atrás, sacar conclusiones y sentar las bases para el futuro.
El recorrido les había mostrado que la autonomía de los participantes, una visión conjunta que les mantenía unidos como equipo y las ganas de convertirse en expertos y crear un futuro mejor para todos los actores implicados habían sido clave para generar la motivación intrínseca que todos sentían que les movía a seguir haciendo cosas.
Entendieron que no merecía la pena convencer y explicar a todo el mundo lo que era la economía circular; de hecho, ni siquiera ellos mismos habían tomado ese camino conscientemente. A muchos usuarios no les interesaba, aunque hacían uso de Play y estaban encantados. Y aquellos que querían saber más, se acercaban y preguntaban.
Por último firmaron un “acuerdo para la evolución”: nuestra visión “un mundo donde jugar no sea cuestión de edad, sea para todos y para siempre” nos mueve y nos motiva a abrazar el cambio y con ello a la difícil tarea de no obsesionarse con lo conseguido y a dejarlo morir cuando llegue su momento.
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